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Mark Falcoff

¿Otra década perdida?

Las noticias de América Latina son tristes. En Argentina, un gobierno y todo un sistema financiero están al borde del colapso. En Perú, el recién elegido presidente Toledo se enfrenta a la oposición de todos los sectores. Colombia sigue sumida en una sangrienta guerra. La sociedad venezolana, aunque dividida, parece ya decidida a deshacerse del presidente Chávez. Y en Brasil, Lula da Silva, candidato presidencial por cuarta vez, encabeza las encuestas. ¿Será la primera década del nuevo siglo una repetición de los años 80?

El aparente desencanto de muchos latinoamericanos con sus gobiernos es interpretado erróneamente por analistas como el fracaso de las reformas de mercado, las cuales según ellos no conducen al desarrollo económico y amenazan a las frágiles democracias latinoamericanas.

Esas son acusaciones graves que ameritan una seria discusión. Las reformas de los años 90 fueron impulsadas por el fin de la guerra fría y por la llamada crisis de la deuda que le impidió a las naciones latinoamericanas seguir endeudándose indefinidamente. Esto último obligó a encarar una realidad: que la mayoría de las sociedades latinoamericanas está organizadas para consumir en vez de para producir. Las industrias nacionales eran protegidas por barreras arancelarias artificiales, produciendo bienes de mala calidad, mientras que las empresas estatales –líneas aéreas, teléfonos, minas, petroquímicos y hasta empresas agrícolas– perdían dinero año tras año.

La baja recaudación hizo que la mayoría de los gobiernos dependieran de impuestos altamente regresivos de valor agregado para complementar su dieta de créditos del extranjero. El crédito interno estaba sólo al alcance de los ricos, mientras que las casas y apartamentos se vendían en efectivo y en dólares, atando la liquidez que debía ser reciclada, más productivamente, a través del sistema financiero. Y cuando se cerraron las fuentes de crédito del extranjero, varios gobiernos recurrieron a imprimir billetes, produciendo una hiperinflación, como la que actualmente anhela Duhalde y prometen Chávez y Lula.

El mal rendimiento de la clase política ha conducido a su rechazo, como si ésta estuviese compuesta por marcianos y no fuese producto de la propia cultura y ambiente de la nación misma. Lamentablemente, los buenos gobiernos no pueden ser exportados desde el G-7 y los latinoamericanos tendrán que exigirle más a sus políticos.

La diferencia es que ahora los prestamistas internacionales no van a estar tratando de cerrar la brecha entre los ingresos y los egresos de los gobiernos latinoamericanos, como sucedió en los años 70, cuando los bancos internacionales furiosamente reciclaban los petrodólares. Y luego de una década en que los latinoamericanos se han acostumbrado a mejores productos importados, no se van a conformar con productos nacionales, caros y de baja calidad.

Lo que está sucediendo con Chávez en Venezuela es interesante, al comprobarse que ni siquiera con los ingresos masivos por las ventas de petróleo se logra superar el costo de la incompetencia, la ineficiencia, la irracionalidad y a la exagerada corrupción. Si esto sucede en un país nadando en petrodólares, ¿qué esperanza tienen las naciones más pobres?

Otra importante diferencia de la década actual es que Estados Unidos está decidido a abrir las fronteras al comercio para el 2005, bajo el ALCA. Ese es un incentivo para que los latinoamericanos enderecen sus economías, ya que nadie firmará acuerdos con países indecisos respecto a los impuestos, los aranceles, las patentes y que sigan oponiéndose a la globalización.

Muchos personajes en América Latina –principalmente los políticos, periodistas e intelectuales– siguen creyendo que el ALCA beneficia a Estados Unidos, sin siquiera asomarse a ver lo sucedido en México, donde los beneficios de la apertura comercial no admiten discusión.

Aunque es posible que no se cumpla con la fecha estipulada, Estados Unidos probablemente firmará acuerdos con países individuales, como Chile. No es casualidad, ya que éste es uno de los países con menor corrupción, mayor transparencia, sólidas instituciones judiciales y disciplina fiscal.

La dinámica hemisférica sigue siendo positiva, a pesar de los actuales inconvenientes y de la eterna tentación de volver a repetir los mismos errores del pasado.

© AIPE

Mark Falcoff es académico residente del American Enterprise Institute.

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