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Mark Steyn

La "libertad para perder" no es una buena opción

No se puede estar a favor de una política norteamericana enérgica a ultramar y de una creciente europeización en casa; de igual manera, no se puede adoptar una opción liberal por la reducción del Estado al tiempo que el resto del planeta vuela en pedazos.

Si Milton Friedman tenía que morir, entonces la semana posterior a la derrota de un Congreso Republicano que olvidó todas y cada una de las lecciones que Friedman enseñaba en "Libertad para elegir" es un momento muy adecuado. Da la casualidad de que, de no haberse cruzado sus problemas de salud, el profesor Friedman estaría desembarcando cuando escribo esto de un crucero postelectoral organizado por el National Review que habría compartido con el que suscribe y otros columnistas.

Pero nos vimos obligados a navegar sin él, y en los días que siguieron me encontré preguntándome qué conclusiones habría sacado el gran hombre del asunto más destacado de nuestras deliberaciones: por una parte, están esos conservadores para los que la guerra se superpone a todo y cosas periféricas como las leyes educativas pueden dejarse para más tarde, cuando la jihad haya sido derrotada. Por la otra están esos conservadores para los que la guerra es algo poco importante y el hecho de que exista no mitiga en absoluto la decepción por el abandono de los principios friedmanitas en materia de gasto público, educación, etc. Existe un gran vacío entre estas dos fuerzas, hasta el punto que el Partido de la Guerra y el Partido del Gobierno Limitado parecen tan hostiles mutuamente como sunníes y chi'íes en sus peores días. Si los republicanos no logran reunificar estas dos alas antes del 2008, perderán otra vez y seguirán perdiendo después.

Tómese, por ejemplo, a Ward Connerly, cuya propuesta electoral de Michigan contra la discriminación positiva fue una de las pocas victorias que ganaron los conservadores el día de las elecciones. (No hace falta decir que la mayor parte de los peces gordos del Partido Republicano, incluyendo al acabado candidato a gobernador Dick DeVos, se opusieron.) En un debate sobre los valores centrales de los conservadores, Connerly sugirió que imponer la democracia en todo el planeta no era el papel del gobierno federal. Y, dicho de ese modo, tiene razón. Sin embargo, yo apoyo la Doctrina Bush por dos motivos. Primero por razones "utópicas": si Oriente Medio se convirtiera en una región de estados libres, habríamos hecho lo correcto y nuestras acciones habrían sido las más consistentes con los valores americanos, al revés de lo que sucede con la predilección de los fetichistas de la estabilidad por conservar a Mubarak, la Casa de Saud y los demás criminales y autócratas. Pero, en segundo lugar, también tiene sentido desde la cínica perspectiva del realpolitik: promover la libertad y la democracia, incluso si en última instancia fracasan, aún es una buena manera de enfrentarse a los líderes de los criminales. Es uno de los pocos verdaderos puntos de presión que Estados Unidos y sus aliados pueden ejercer contra las naciones criminales y, en el caso de Irán, el que parece tener más posibilidades de resultar eficaz. En otras palabras, incluso si en última instancia falla, una promoción seria de la libertad y la democracia pueden provocar todo tipo de quebraderos de cabeza a los mulás, Assad, Mubarak y el resto de la panda. Sin importar cómo acabe, es la opción "realista".

El presidente no lo enmarca de ese modo, al contrario. En su lugar dice cosas como que "la libertad es el deseo de todo corazón humano". ¿De verdad? No está claro si ése es el caso o no en Gaza o en el Triángulo Sunní. Pero es absolutamente seguro que no es el caso en Berlín o París, Estocolmo o Londres, Toronto o Nueva Orleáns. La historia del mundo occidental desde 1945 es que, invitados a elegir entre libertad y "la seguridad" del gobierno, un buen porcentaje vota en favor de dejar plantada a la libertad; la libertad para tomar tus propias decisiones en materia de sanidad, educación, derechos de propiedad, cinturones de seguridad y un montón de cosas más. Celebraría que el presidente aplicara eso de que "la libertad es el deseo de todo corazón humano" en Chicago y Dallas y, si echa raíces allí, aplicarlo entonces a Ramadi o Tikrit.

Mientras tanto, desde el punto de vista del Partido de la Guerra, la Doctrina Bush está empezando a acumular demasiadas excepciones. Por ejemplo, hace un par de semanas, las fuerzas norteamericanas en Bagdad capturaron al comandante de un escuadrón de la muerte del Ejército del Mahdi de Muqtada al-Sadr, sólo para verse obligadas a liberarlo bajo órdenes del primer ministro, Nouri al-Maliki. Cuando tuve el honor de discutir la guerra con el presidente recientemente, enfatizó hasta la extenuación que Irak era "soberano". Puede que lo sea. Pero, en un momento en que tropocientas milicias freelance van a su bola ignorando al gobierno soberano, parece un pelín pedante insistir en que la única milicia del país que tiene que obedecer hasta el último memorando del primer ministro Maliki han de ser las Fuerzas Armadas norteamericanas. Muqtada al-Sadr no es un emblema del florecimiento de la democracia, sino del árido suelo en que se espera que crezca. A Estados Unidos le habría ido mejor capturándolo y ejecutándolo hace dos años.

Ese no es el peor error, muy al contrario. La oportunidad crucial pasada por alto (como señalamos en aquel momento algunos de nosotros) tuvo lugar hace cinco años, cuando el presidente aún tenía sus tasas de aprobación post-11 de Septiembre. Obviamente no las puedes conservar para siempre, pero mientras las tenía, George W. Bush las podría haber utilizado para un "momento de enseñanza". Tal como podemos ver en Europa a cada paso, los gobiernos enormes son un problema de seguridad nacional por todos los motivos que Milton Friedman explicó: al disminuir la libertad individual, se transforma a ciudadanos libres de nacimiento en cargas para el estado niñera hasta el punto en que se pone en peligro la existencia de la nación. Si hay un momento en que no se debían introducir nuevos derechos a medicaciones con receta es cuando estamos en guerra. Pero aparentemente el presidente y el Congreso decidieron que podían librar una larga lucha existencial en el extranjero mientras el Gran Gobierno continuaba creciendo e hinchándose en casa.

Ha sido extraño para mí, en estos días desde las elecciones, dedicar tanto tiempo con tantas figuras a las que admiro y descubrir que cada grupo apenas reconoce las preocupaciones del otro. El Partido de la Guerra es el Partido de la Guerra, el Partido del Gobierno Limitado es el Partido del Gobierno Limitado, y aparentemente nunca deben entenderse. Ese camino augura el desastre: no se puede estar a favor de una política norteamericana enérgica a ultramar y de una creciente europeización en casa; de igual manera, no se puede adoptar una opción liberal por la reducción del Estado al tiempo que el resto del planeta vuela en pedazos. Alguien del Partido Republicano necesita hacer lo que hizo Ronald Reagan tan brillantemente hace un cuarto de siglo: reconciliar los grandes desafíos en el extranjero con la filosofía del gobierno pequeño en casa. La Cámara y el Senado no volverán a manos republicanas hasta que se haga.

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