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Mark Steyn

La reveladora condena a Scooter Libby

Bill Clinton acabó testificando sobre si la parte de la primera parte está lejos de las partes de la parte de la segunda parte mientras la parte de la segunda parte departe con las partes de la parte de la primera parte, etc.

Hace un par de días, Shane Gibson, ministro de Inmigración de las Bahamas, dimitió. El Tribune de Nassau había publicado fotografías en portada en las que se le veía en la cama con Anna Nicole Smith. Podría pasarle a cualquiera. En la cumbre en febrero, en el barro en marzo. Y, siendo justos con el ministro, ambas partes estaban completamente vestidas. De hecho, Anna Nicole tenía más ropa de la que llevaba normalmente fuera de la cama.

Lo que me interesa de este escándalo es que sigue la estructura clásica de la tradición parlamentaria de Westminster. El lunes estás negando débilmente vagos rumores. El martes los rumores ocupan todas las portadas. El miércoles te fotografían junto a tu sufrida esposa llamando a luchar contra esta ultrajante difamación. El jueves dimites para pasar más tiempo con tu familia y el primer ministro hace pública una declaración diciendo que la nación siempre te estará agradecida por tus largos años de servicio público, que culminaron en la aprobación de la Ley de (Señalización de los Aparcamientos de) Aeropuertos Municipales. Finalmente, el viernes tu sucesor está sentado detrás de tu escritorio trabajando ya en el escándalo que destruirá su carrera.

En Washington las cosas no se hacen de esta manera. Cuando hay un escándalo político, nombras a un fiscal especial que lo investiga durante años, lo que provoca que el escándalo metastatice y evolucione en fantásticos modos barrocos. No estoy siendo especialmente partidista con esto. Pensé que Bill Clinton debería haber dimitido cuando salió a la luz el vestido azul. Pero pasaron los meses y, en vez de eso, testificó ante el gran jurado sobre su definición de relaciones no sexuales, es decir, sobre si la parte de la primera parte está lejos de las partes de la parte de la segunda parte mientras la parte de la segunda parte departe con las partes de la parte de la primera parte, etc. Una vez que estás argumentando sobre esa base, el proceso mismo se convierte en algo ridículo.

Lo que acaba de sucederle a Scooter Libby es, creo, peor. En su alegato final, Patrick Fitzgerald invitaba al jurado a ver un caso de perjurio cogido con alfileres como algo épico: "¿De qué trata este caso?", musitó el fiscal especial. "¿Trata sobre algo más grande?". Afortunadamente, la pregunta era retórica y tenía la respuesta a mano: "Hay algo turbio en el vicepresidente... Hay algo turbio en la Casa Blanca".

Vaya. ¿Y qué es exactamente eso tan turbio? ¿Acaso es que se filtrara intencionadamente el nombre de una agente encubierta en violación de la ley sobre revelación de secretos actualmente en vigor?

No. Sobre la presunta violación de la identidad de Valerie Plame, Fitzgerald no sólo fue incapaz de encausar a un autor material, sino que ni siquiera pudo probar que se cometiera crimen alguno.

¿Lo turbio es entonces algo más general? ¿Una tentativa políticamente motivada de perjudicar al caballero blanco Joe Wilson mientras cargaba contra el dragón Bush?

No. El hombre que filtró el nombre de Valerie Plame fue Richard Armitage, representante en funciones de Colin Powell en el Departamento de Estado y un hombre al que no le gusta Rove, Cheney y todo su trabajo belicista y neocon. El periodista que los filtró, Bob Novak, también se oponía a la guerra de Irak. Ni Armitage ni Novak tenían animadversión ninguna hacia Joe Wilson. Por el contrario, compartían en gran medida el escepticismo de Wilson sobre la amenaza planteada por Saddam. No hubo conspiración alguna, sino sólo Armitage cotilleando como la colegiala de voz grave que lleva años siendo.

Cuando un fiscal habla sobre "algo turbio en la oficina del vicepresidente" y "algo turbio en la Casa Blanca", está haciendo política. No existe ninguna ley sobre cuán turbio puede estar el 1600 de la avenida Pennsylvania. El fiscal está especulando sobre el capital político; reputación, credibilidad, la moneda de la política. Una vez perdida, es difícil de recuperar. De modo que, incluso si no se encuentra dentro de las funciones del jurado, su pregunta es relevante para el mundo en general: "¿Cómo pudo aparecer y quedarse allí algo tan turbio cuando no hubo nada real que lo provocara?"

Respuesta: Patrick Fitzgerald.

El fiscal sabía desde el principio que  (a) filtrar el nombre de Valerie Plame no era un delito, y (b) el tipo que lo hizo fue Richard Armitage.  En otras palabras, estaba al tanto de que la percepción del público y los medios sobre este "caso" estaba completamente equivocada: no hubo conspiración de los ideólogos de Bush para perjudicar a un chivato, sólo un funcionario pacifista haciendo un comentario inapropiado a un reportero pacifista.

Hasta las apelaciones habituales al poder discrecional de los fiscales (Libby era una figura periférica con apenas pruebas tipo "él dijo / ella dijo" en una investigación sin delito subyacente) no explican la escala de lo retorcido de Fitzgerald. Él sabía que no hubo nada turbio, que detrás de todo la oscuridad que se cernía sobre Rove y Cheney solamente estaba el soleado Richard Armitage babeando accidentalmente más de la cuenta. Pero decidió que la falsa impresión sobre su "caso" se asentara mes tras mes, año tras año, enturbiando a la Casa Blanca y causando gran perjuicio a la Presidencia en el asunto más crítico.

Gran parte de los actualmente degradados lugares comunes acerca de la guerra ("Bush mintió") provienen de la falsa percepción de la historia de Joe Wilson en Níger. El MI-6 de Gran Bretaña, los franceses, los italianos y la mayor parte de los demás servicios de Inteligencia en activo están seguros de que Saddam intentaba procurarse uranio en África. La investigación especial de Lord Butler lo apoya. También el Comité de Inteligencia del Senado. De modo que la acusación original de Wilson, en el supuesto de que no sea falsa, en el mejor de los casos está al menos sin demostrar, y la conspiración que se levantó a partir de ella es completamente inexistente. Pero el daño provocado por las turbias acusaciones es real y duradero.

En cuanto a Scooter Libby, afronta hasta 25 años de cárcel por el crimen de no recordar cuándo escucho por primera vez el nombre de Valerie Plame, aunque nadie pueda afirmar con seguridad que fuera por accidente o intencionadamente. Pero también sabemos que Joe Wilson no recuerda que su informe original a la CIA tras volver de Níger fue significativamente distinto del modo en que él lo caracterizó en su artículo del New York Times. Sabemos que el despreciable Armitage no dio un paso al frente y eliminó la confusión mientras sus colegas eran atacados durante meses sin descanso. Sabemos que su jefe, Colin Powell, se quedó de brazos cruzados mientras el mismo carácter de la administración era corroído poco a poco.

Y sabemos que Patrick Fitzgerald sabía todo esto y mucho más mientras dejaba pasar los años, dejando que "la sed política de sangre" (como la llama Rich Lowry, del National Review) creciera desvinculándose cada vez más de la aburrida realidad. Esa cosa turbia en la Casa Blanca es Fitzgerald, y su alegato final ante el jurado resultó ser bastante revelador. Si no te gustan Bush y Cheney y la guerra de Irak, estupendo: preséntate contra ellos, o dona dinero a los demócratas u obtén un programa de debate radiofónico. En lugar de eso, escogió mantener artificialmente este turbio asunto en la Casa Blanca durante tres años con total conocimiento de causa, mientras la izquierda anti-Bush confundía sus escupitajos con un aguacero. El resultado es la deshonra de Scooter Libby. Vaya cosa. La mayor de todas las deshonras es la de Patrick Fitzgerald, porque ésta ha sido una gran victoria no para la justicia ni para la ley, sino para la criminalización de la política.

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