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Mark Steyn

Reducción de labios vaginales y mi libro

¿En qué se parecen la revista Maclean's, una reducción de labios vaginales y los lagartos vampiros del sistema estelar Alpha Draconis? Todos forman parte del extraño mundo de los "derechos humanos" canadienses.

¿En qué se parecen la revista Maclean's, una reducción de labios vaginales y los lagartos vampiros del sistema estelar Alpha Draconis? Todos forman parte del extraño mundo de los "derechos humanos" canadienses.

Primero, lo importante: ¿qué es una reducción de labios vaginales? Es un procedimiento cosmético realizado en los genitales femeninos de quienes no están satisfechas con ellos. Creo hablar por muchos varones tristes y perdedores que viven de recuerdos cada vez más lejanos cuando digo que me resulta difícil imaginar a un solo hombre insatisfecho con los genitales femeninos...

¿Qué me dice? Ah, son las mujeres las que no están satisfechas, ¿no? Vale, ahí está la salvedad. La Comisión de Derechos Humanos de Ontario está sopesando si convertirse o no en la tercera (que se sepa) comisión "de derechos humanos" de Canadá en procesar a Maclean's por el crimen de publicar un extracto de mi libro. Margaret Wente, del periódico The Globe And The Mail, se preguntó qué hace la gigantesca maquinaria "de derechos humanos" de Canadá cuando no está chinchando publicaciones de propiedad privada, así que se coló en el Tribunal de Derechos Humanos de Ontario para comprobarlo. Parece ser que el motivo de que aún no hayan arrastrado a Maclean's al tribunal es que están enfrascados en el caso de dos mujeres que afirman que les fue negado su derecho humano a una reducción de labios vaginales por parte de un cirujano plástico de Toronto especializado en esa zona concreta del cuerpo.

Las mujeres son transexuales post-operadas que no estaban contentas con los resultados estéticos de su transformación. El doctor Stubbs se negó a practicar el procedimiento al considerar que normalmente opera a mujeres "biológicas", y generalmente depende de la velocidad con la que la cosa se conecta. Por lo que respecta a las transexuales, no tenía idea de dónde se estaba metiendo, por así decirlo. Si lo hubiera hecho y todo hubiera salido horriblemente mal, los demandantes le habrían desplumado a querellas. De manera que, como médico privado, optó por no aceptar el encargo. El resultado es que ahora se encuentra en el infierno de la Comisión de Derechos Humanos.

Como señalaba Wente, se puede comprobar lo que les hace la boca agua a los comisarios "de derechos humanos": he aquí una oportunidad de sentar un montón de "jurisprudencia" en el asunto del "acceso de los transexuales a la sanidad". Si al final destruyen al doctor Stubbs y a su negocio, esto es un precio que vale la pena pagar por el derecho humano a la reducción de labios vaginales, algo importantísimo para una sociedad libre. De manera que el Tribunal de Derechos Humanos de Ontario está deliberando con solemnidad si la parte de la primera parte está obligada a seccionar las partes de la parte de la segunda parte.

El doctor Stubbs es un cirujano de alto nivel, de manera que, al igual que Maclean's, seguramente podrá soportar unos cuantos años de presión por parte de los "derechos humanos". El sistema carece de riesgos para el demandante porque la Corona se hace cargo de las costas del "denunciante", mientras que el "respondiente" –léase demandado– tiene que pagar sus propias costas legales a despecho de cuál sea el veredicto final. Ted Kindos, de Burlington, Ontario, ya se ha gastado 20.000 dólares de su propio bolsillo defendiéndose contra una denuncia "de derechos humanos" y estima que antes de que haya terminado le habrá añadido otras seis cifras a esa cantidad. Kindos es propietario de un modesto restaurante, el Tap & Grill de Gator Ted.

¿Qué irrenunciable "derecho humano" violó? Bien, preguntó a un tipo que fumaba "marihuana terapéutica" a la entrada de su restaurante si le importaba no hacerlo. Kindos pensó que sus clientes, entre los que hay niños, no tenían por qué atravesar una nube de humo de porro para acceder a su establecimiento, pero por lo que parece, en Canadá existe un derecho humano a encenderse un peta en la cara de cualquiera. La hierba ajena es siempre más verde, y en este caso el verde del demandante costará a Kindos un montón de verdes. Mientras que para el demandante el coste es inexistente, el demandado se enfrenta a la ruina financiera.

El colectivo de los "derechos humanos" es una infamia. Los canadienses no son personas particularmente "odiosas". Cierto es que en lo más profundo del corazón acechan oscuros prejuicios que ocasionalmente pueden ser expresados de manera furtiva ante personas de mentalidad parecida tras un par de copas. Pero la discriminación en la vivienda y en el empleo por motivos de raza o sexo –el motivo original de la creación de estos pseudo-tribunales de derechos humanos– está completamente extinta, de manera que esta nomenklatura auto-perpetuable ha de seguir adelante inventando derechos humanos nuevos, como el de la reducción labial vaginal, o el de echarse un canuto en propiedad ajena.

Recordará usted a los estudiantes de derecho de Osgoode Hall que presentaron objeciones al extracto de mi libro en Maclean's y exigieron que la revista publicase una noticia, en portada y de cinco páginas de extensión, sin editar, y en la que los propios estudiantes determinarían las ilustraciones, incluida la de la portada, además de una donación financiera a "su causa". Como haría cualquier editor que se precie, Kenneth Whyte les informó de que preferiría ir a la bancarrota, como probablemente le sucederá a Kindos. Desde entonces, los estudiantes de Osgoode han explicado que acudieron a los agentes "de derechos humanos" sólo porque intentaban "iniciar un debate", y que el viejo tacaño Maclean's estaba impidiendo que sus voces fueran escuchadas. Han reiterado esta triste súplica en largos editoriales que han escrito hasta el momento en los diarios Globe And Mail, National Post, Toronto Star, Toronto Sun, Ottawa Citizen, Calgary Herald, Montreal Gazette, Halifax Chronicle-Herald, London Free Press y sin duda en unas cuantas publicaciones más. Esa es la realidad de los medios de comunicación "islamófobos" de Canadá: han prestado kilómetros y kilómetros cuadrados de espacio editorial para que un grupo de estudiantes griten que sus voces están siendo censuradas y que todo lo único que quieren es iniciar un debate, aunque en ninguna de sus muchas columnas lo hagan de verdad.

Por cierto, aunque se presentan como "los demandantes" en estos pleitos, en realidad no lo son. En las dos denuncias "de derechos humanos" contra Maclean's, los demandantes en la provincia de Columbia Británica son el doctor Mohamed Elmasry, presidente del Congreso Islámico de Canadá, y Naiyer Habib. En el caso federal, el denunciante es el doctor Elmasry en solitario. Mohamed Elmasry es el hombre que anunció a los cuatro vientos en la televisión canadiense que él aprobaba el asesinato de cualquier civil israelí mayor de edad. Se puede comprender por qué un rostro tan poco atractivo para la causa de las campañas "anti-odio" prefiera esconderse detrás de los títeres desconocidos de Osgoode. Pero el hecho de que todo diario importante de Canadá haya abierto sus páginas a túrgidos recitales de victimismo imaginario por parte de estudiantes que no pintan nada en estos casos dice todo acerca de lo "excluidos" y los "marginados". Así son los medios "racistas" canadienses de 2008: todo lo que tienes que hacer es afirmar representar a alguna comunidad agraviada y aunque haya pruebas de que no representas a nadie aparte de a tus propias obsesiones particulares y que no tienes nada sustancial que aportar, nueve de cada diez editores te abrirán sus páginas, a pesar de lo que tu interminable prosa victimológica le pueda hacer a su tirada.

El doctor Keith Martin, miembro del Partido Liberal (progresista) en el Parlamento, la Asociación de Periodistas Canadienses, y PEN Canadá (es decir John Ralston Saul y el resto del estamento conservador) apoyan la derogación del artículo 13 del Código de Derechos Humanos, el esgrimido para llevar a Maclean's y Ezra Levant, ex editora del Western Standard, ante "la policía del pensamiento". Otros dicen que Maclean's apelará al Supremo tras perder, como pierden todos los demandados en virtud del artículo 13. La última vez, sus señorías respaldaron el artículo por una mayoría de tres cuartos, anunciando ufanos que "no hay ningún peligro de que la opinión subjetiva sobre lo que supone una ofensa suplante el significado real de ese concepto". Por supuesto, eso es exactamente lo que ha sucedido, como podría haber previsto cualquiera que no sea miembro del Tribunal Supremo. Estamos ante un sistema filosóficamente cojo y administrado de forma corrupta que supone una afrenta a la tradición legal canadiense.

Tal vez este sea este el motivo de que, incluso cuando los diputados progres y conservadores comprenden lo que está sucediendo, los únicos defensores del sistema sean sus beneficiarios, como Pearl Eliadis, ex directora de la Comisión de Derechos Humanos de Notario, quien me acusaba en el Montreal Gazette de "prácticas de alteración del orden" por cometer la impertinencia de resistirme a ser juzgado por un fanático en un tribunal sin ningún peso legal. La señora afirma que estoy intentando "desacreditar" a reconocidos expertos en derechos humanos, refiriéndose de esta manera a un grupito reducido y nada representativo que ha hecho un daño enorme a derechos humanos de verdad, como la presunción de inocencia.

Los demandantes "de derechos humanos" son activistas profesionales: tras presentar su denuncia, la transexual del caso de la reducción labial vaginal ha obtenido un cargo público para investigar la situación sanitaria de los transexuales. Richard Warman, el demandante de más de la mitad de todos los casos federales del artículo 13, ni siquiera es transexual ni integrante de ningún grupo de víctimas reconocido. Usted puede escribir un artículo acerca de los judíos, los homosexuales, los musulmanes o los transexuales que no ofenda a un solo judío, homosexual, musulmán o transexual. Pero si Warman, ex empleado del Tribunal de Derechos Humanos de Canadá, decide ofenderse en nombre de cualquiera de ellos, le llevará a rastras ante este tribunal sin jurisdicción. En todos los casos presentados en los últimos seis años, él ha actuado como demandante. Ninguna otra provisión del Derecho canadiense tiene un perfil tan deformado como para que, en la práctica, se haya convertido en el juguete personal de un hombre muy extraño.

Ah, ¿y lo que decía al principio sobre lagartos espaciales? Esto va de un ex comentarista deportivo de la BBC llamado David Icke en el que Warman ha puesto sus miras. Hace unos cuantos años, a Icke se le cruzaron los cables y construyó una teoría formal que parte del hecho de que la Reina y los demás miembros de la familia real son reptiles vampiros mutantes y descienden de lagartos espaciales gigantes. Warman decidió cerrarle la boca declarando al Independent on Sunday: "¿Qué beneficio puede haber en dejarle hablar?"

La pregunta no es si estoy o no "desacreditando" a la nomenklaturade los derechos humanos de Canadá, sino quién les dio vela en este entierro, hasta el punto de que Warman crea que los comisarios deben determinar a quien "se permite" hablar. Lo siento, pero esa no es mi definición de "derechos humanos". Y antes preferiría medirme con un lagarto espacial mutante que con una camarilla de estrellas que no son sino una vergüenza para Canadá.

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