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Martín Krause

Al final del camino

El mundo fija sus ojos en la Argentina y teme que su profunda crisis afecte el funcionamiento de la economía global, o por lo menos la regional. Probablemente esto no suceda porque a diferencia de otras crisis, la de Argentina tiene un final conocido de antemano. La caída se veía desde hace varios años y la única duda para los analistas era cuándo la crisis se desencadenaría.

Los políticos argentinos también lo sabían, pero decidieron continuar el rumbo de colisión, esperando que algún salvador de último momento les ahorrara la desagradable labor de terminar la fiesta del gasto y del despilfarro.

Lo que no podían decidir los políticos lo decidió el mercado, es decir, la gente en su carácter de ahorristas, inversores y consumidores. Poco a poco fueron cerrando una a una las posibles fuentes de financiamiento hasta agotar todas por completo.

Hace más de una década, cuando los gobiernos usaban y abusaban de la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal, ocasionando una permanente caída del poder adquisitivo de la moneda, los argentinos reaccionaron trasladándose al dólar y, en la practica, forzando al gobierno a cerrar esa llave mediante el sistema de la convertibilidad.

Curiosamente, la credibilidad que generó la convertibilidad permitió que se reabrieran con mayor ímpetu otras llaves, las que fueron utilizadas profusamente: el aumento de los impuestos y el endeudamiento. Mientras esto se hacía, otra fuente era agotada: se vendían todas las empresas en manos del estado.

Con el inicio del nuevo siglo, las dos fuentes de financiamiento restantes, impuestos y deuda, se fueron cerrando. Primero los impuestos: su recaudación alcanzó un límite. No es que el gobierno no pudiera imponer nuevas cargas, de hecho eso fue lo que hizo, incluyendo al actual ministro Domingo Cavallo, pero con eso solamente lograban mantener deprimida a la economía y el gobierno terminaba recaudando menos. Ante una mayor presión impositiva, los argentinos reaccionaron invirtiendo menos, consumiendo menos y evadiendo más.

Al mismo tiempo que esto sucedía, los acreedores comenzaron a dudar de la capacidad argentina para honrar sus compromisos y así fue como tanto los acreedores locales como extranjeros comenzaron a demandar tasas cada vez más altas para continuar prestando. Hasta que esa fuente se agotó. Cuando el riesgo-país, el que mide la diferencia de tasas entre el bono emitido por un determinado país y su equivalente de un país como Estados Unidos, supera los 900 puntos, quiere decir que ya no puede obtenerse financiamiento en los mercados internacionales. A partir de allí, que ese indicador sea de 1000 o 1500 es lo mismo, esa llave está cerrada.

Entonces, la reacción de quienes financiaban al estado argentino ha impuesto, de hecho, el denominado “déficit cero”. Ya que cuando nadie te presta es lo único que puedes hacer.

Lo que ahora vemos es la consecuencia de tal circunstancia. De repente, la clase política argentina se entera de que no puede gastar más de lo que ingresa y de que no puede aumentar esos ingresos por la vía de los impuestos. Entonces, no queda otro camino que recortar el gasto. Aquí es donde se desatan profundas pujas y presiones entre quienes se resisten a perder un privilegio (altos salarios de los congresistas y sus asesores, por ejemplo) y los que demandan recibir lo que merecen (jubilados).

Hasta ahora siempre aparecía alguien a último momento. Esta vez ese salvador, sea el Fondo Monetario Internacional o países europeos, no existe. Llegamos al final.

© AIPE

Martín Krause es corresponsal en Buenos Aires de la agencia de prensa AIPE.

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