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Martín Krause

Precios sugeridos por la oficina "A"

La situación no nos sorprende. Se sabe donde está el poder y no hace falta un decreto en el Boletín Oficial, sino apenas alguna palabra, tal vez un gesto o una mirada, un ceño fruncido, para saber qué es lo que pretende el gobernante.

Días atrás, por la mañana, una simple hoja en blanco comenzó a circular entre los operadores del Mercado de Hacienda de Liniers, donde se comercializa un importante porcentaje del ganado que se destina a abastecer a la ciudad de Buenos Aires.

Esa hoja contenía una lista de precios "sugeridos" o de "referencia" que todos, por supuesto, comenzaron a acatar de inmediato. Nadie dudó por un instante de dónde venía esa lista, ni cual era el objetivo de la misma: controlar los precios en el remate de hacienda de forma tal que no suba el precio de la carne, ese elemento central de la dieta de los argentinos y, por ende, que no suba el índice de precios al consumidor, elemento central de la dieta de todo gobernante.

La situación no nos sorprende. Se sabe donde está el poder y no hace falta un decreto en el Boletín Oficial, sino apenas alguna palabra, tal vez un gesto o una mirada, un ceño fruncido, para saber qué es lo que pretende el gobernante. Tanto se conocen estas situaciones que se ha logrado un ahorro notable de trámites y papeles.

Seguramente se debe a alguna circunstancia pasajera que la oferta en el mercado se redujera a la mitad en toda la semana, unos 20.000 animales, y que buena parte de las transacciones se realizaran fuera de él. No obstante, los dueños del mercado han dicho que nunca van a desobedecer las órdenes, estando incluso dispuestos a que el mercado quede vacío y a cerrarlo antes que omitir esa hoja sin membrete.

Existen antecedentes importantes que los operadores no habrán dejado de notar, particularmente si han leído El Castillo de Franz Kafka. En ese texto, un agrimensor llega a un pueblo donde ha sido contratado, pero le cuesta encontrar quién lo ha hecho y para qué. El alcalde le dice que no necesitan un agrimensor, pero no pueden explicarle por qué las autoridades del castillo lo han contratado.

"En una administración tan vasta como la administración condal, puede suceder por casualidad que una oficina decida esto y la otra aquello; ellas se ignoran entre sí, el control superior es uno de los más exactos, pero, por su propia naturaleza, llega demasiado tarde y es así como puede nacer a veces una ligera confusión. En lo que concierne a su caso, voy a decirle francamente, sin hacer de ello un secreto de Estado –no soy funcionario lo suficientemente elevado como para poder hacer esto, soy un campesino y me atengo a ese título–, voy a decirle francamente lo que ha ocurrido. Hace mucho tiempo –en esa época yo era alcalde desde hacía pocos meses– llegó un decreto, no sé de qué despacho, en el que se nos informaba, en la forma categórica que es habitual entre los señores, que debíamos conseguir un agrimensor y que la comuna iba a preparar todos los planos y dibujos necesarios para dicho trabajo..."

"Nosotros respondimos, pues, a ese decreto dando las gracias y comunicando que no necesitábamos ningún agrimensor. Pero esa respuesta no parece haber sido devuelta a la oficina A –llamémosla A si lo desea–, sino, por error, a otra oficina, por ejemplo la oficina B. La oficina A permaneció, pues, sin respuesta y, por su parte, la oficina B no ha recibido la totalidad de nuestra carta. Sea que el contenido del documento se quedó aquí, sea que se perdió en el camino –no en la oficina, en todo caso, pondría la mano en el fuego– no llegó a la oficina B sino una carpeta llevando por toda indicación la nominación de agrimensor. Mientras tanto, la oficina A esperaba nuestra respuesta; tenían muchas notas sobre el asunto, pero, como ocurre a menudo y como es lógico en una administración que funciona con tanta exactitud, el encargado de este asunto se tranquilizó en la certidumbre de que nos vería responder algún día..."

Los operadores del mercado en Buenos Aires, entonces, ya saben: la lista de precios sugeridos ha llegado de la oficina A. ¿O acaso será la B?

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