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Michelle Malkin

Asimilación, esa palabra olvidada

Si los abogados de las fronteras abiertas realmente leyeran la historia norteamericana en lugar de reescribirla, verían que los padres fundadores pusieron un gran énfasis en la necesidad de proteger el país contra la inmigración masiva indiscriminada.

La amnistía ha muerto. Ahora, hablemos de la otra palabra que empieza por "a". Es una palabra y un concepto que se olvidaron por completo durante el debate de la inmigración: asimilación.

Durante el año pasado, cientos de miles de inmigrantes ilegales se manifestaron por las calles presionando a favor de la amnistía. Los manifestantes llevaban con una mano pancartas que decían, en español, "¡Amnistía Ahora!", y con la otra agitaban las banderas de sus países natales. Los estrategas que apoyan las fronteras abiertas sustituyeron rápidamente las banderas extranjeras por la bandera norteamericana después de que aquello provocara una repercusión negativa en la opinión pública. Los periódicos nacionales hicieron el papel de sumisos propagandistas y publicaron las correspondientes fotografías patrióticas de masas "indocumentadas" envueltas de rojo, blanco y azul, para así despertar simpatías.

Pero ahora que han perdido la batalla por la amnistía, ¿se seguirán adhiriendo a los símbolos y tradiciones norteamericanas? ¿O era todo teatro? ¿Y qué será de todas esas afirmaciones de que los inmigrantes ilegales están dispuestos a estudiar ciudadanía y educación cívica? ¿Y estudiar inglés? ¿Por qué deben ser sobornados con la promesa de un visado de trabajador temporal invitado y un masivo perdón gubernamental para que se adapten a nuestro estilo de vida? ¿Cuándo se convirtió la asimilación en un medio y no en un fin en sí mismo?

El punto de la inflexión se puede quizá remontar al momento en que se les permitió a los políticos invocar el tópico de "Estados Unidos es una nación de inmigrantes" como justificación sin sentido a las fronteras abiertas. El hecho es que no somos una "nación de inmigrantes". Esto es tanto un dato erróneo como un non sequitur destinado a hacerte quedar bien cuando lo dices. El 85% de los residentes en los Estados Unidos nació en el país. Claro que casi todos somos descendientes de inmigrantes. Pero no somos una "nación de inmigrantes".

(A propósito, ¿no resulta curioso ver lo insensibles que se vuelven de pronto todos los multiculturalistas políticamente correctos que afirman que somos "nación de inmigrantes" con los indios nativos americanos, los nativos de Alaska, los nativos hawaianos y los descendientes de los esclavos negros que "no inmigraron" aquí en el sentido habitual del término?)

Pero incluso si fuera cierto que somos una "nación de inmigrantes", eso no explicaría por qué debemos estar en contra de un control sensato de la inmigración. Y si los abogados de las fronteras abiertas realmente leyeran la historia norteamericana en lugar de reescribirla, verían que los padres fundadores pusieron un gran énfasis en la necesidad de proteger el país contra la inmigración masiva indiscriminada. Insistieron en la asimilación como condición previa, no como una ocurrencia adicional. El historiador John Fonte ha recopilado su sabiduría:

  • George Washington, en una carta a John Adams, indicaba que los inmigrantes debían ser integrados en la sociedad norteamericana de modo que "gracias a una mezcla con nuestra gente, ellos o sus descendientes consigan asimilar nuestras costumbres, medidas, leyes; en una palabra, convertirse pronto en una unidad".
  • En una intervención en 1790 frente al Congreso acerca de la naturalización de los inmigrantes, James Madison indicó que Estados Unidos debería dar la bienvenida al inmigrante que pudiera integrarse, pero excluir al que no pudiera "incorporarse fácilmente a nuestra sociedad".
  • Alexander Hamilton escribió en 1802: "La seguridad de una república depende esencialmente del vigor de un sentimiento nacional común; de su uniformidad en principios y costumbres; de ciudadanos exentos de las inclinaciones y prejuicios foráneos; y de ese amor a la patria que se encontrará casi invariablemente estrechamente vinculado al nacimiento, la educación y la familia".
  • Hamilton fue aún más lejos al advertir que "los Estados Unidos ya han sentido los males de incorporar a una gran cantidad de extranjeros a su masa nacional; por promover en diferentes clases distintas predilecciones en beneficio de naciones extranjeras concretas, y antipatías contra otras; ello ha servido para dividir a la comunidad y distraer a nuestros consejos. A menudo, probablemente inclinándose a comprometer los intereses de nuestro propio país en favor de otros. El efecto permanente de tal política será que, en tiempos de gran peligro público, siempre habrá una entidad numerosa de hombres de quienes sólo habrá motivos de desconfianza; el recelo solamente debilitará la fuerza de la nación, pero su fuerza podría ser empleada realmente en ayuda de un invasor."
  • La supervivencia de la república norteamericana, afirmó Hamilton, dependía "de la preservación de un espíritu y de un carácter nacionales". "Admitir a extranjeros de forma indiscriminada con derechos como ciudadanos desde el momento en que ponen un pie en nuestro país equivaldría a admitir cierto caballo griego en el reducto de nuestra libertad y soberanía."

No somos una nación de inmigrantes. Somos antes que nada una nación de leyes. La Constitución de los Estados Unidos no dice que el deber supremo del Gobierno sea "celebrar la diversidad", "adoptar el multiculturalismo", o dar un empleo a "cada trabajador dispuesto" que haya en el mundo. El Preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos dice que la Constitución se estableció con el fin de "proveer la defensa común, promover el bienestar general y garantizar los beneficios de la libertad".

Como reconocieron nuestros padres fundadores, satisfacer estos deberes fundamentales es imposible sin un sistema ordenado de inmigración y entrada al país que discrimine a favor de aquellos que, en palabras de George Washington, "consigan asimilarse a nuestras costumbres, medidas y leyes".

Ahora que acabamos de celebrar nuestro día de la Independencia, para que no haya ninguna duda sobre los peligros de hacer caso omiso del consejo de los padres fundadores, le invito a contemplar el cráter de la Zona Cero. "La seguridad de la república" está realmente en juego.

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