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Miguel Ángel Quintanilla Navarro

Nación de nacionalistas

Patxi López no es la versión radical de Nicolás Redondo Terreros, sino algo muy distinto de él: la convalidación de la impugnación por medios delictivos de los principios de la Constitución de 1978

España no es una nación de naciones, es una nación llena de nacionalistas. Y esto significa dos cosas:
 
1- Que no estamos hablando de realidades históricas que la Constitución de 1978 se niega a reconocer, sino de individuos que desean ejercer un dominio totalitario sobre un territorio y sobre las personas que lo habitan. Para favorecer ese dominio inventan historias sobre lo que ese territorio “realmente” ha sido a lo largo de los siglos, y afirman que la manera cabal de vivir es manteniendo fidelidad a las cosas, a los pensamientos y a los gustos de los muertos, que en realidad son los suyos, aunque el arcaísmo que manifiestan puede prestar verosimilitud a esa impostura. El nacionalismo puede pasar por tradición porque nadie puede creer que a algún coetáneo se le ocurra decir esas cosas, pura necrolatría.
 
2- Que el nacionalismo no es un autonomismo radical, sino una pretensión contraria a éste. El autonomismo preserva la herencia cultural de las provincias españolas y la pone a disposición de las personas, que pueden hacer de ella el uso que deseen. Pueden abrazarla o rechazarla, según la utilidad que crean que puede rendir en sus vidas. Por el contrario, el nacionalismo pone a las personas al servicio de esa herencia tal y como queda después de haberla alterado y mutilado para que sirva mejor a lo que se pretende: el dominio totalitario del territorio de referencia y de las personas que en él habitan.
 
Por lo tanto, Patxi López no es la versión radical de Nicolás Redondo Terreros, sino algo muy distinto de él: la convalidación de la impugnación por medios delictivos de los principios de la Constitución de 1978.
 
Cuando Zapatero afirma que la inclusión de los principios del nacionalismo en los Estatutos de autonomía y en la Constitución permitirá estabilizar el sistema político español durante otros 25 o 30 años, dice algo tan absurdo como esto: lo mejor para garantizar la seguridad de la Constitución es que dejemos de defenderla de quienes pretenden su desaparición, que incluyamos en ella los principios de los que abomina y que ignoremos los que declara. Cree que el autonomismo fue una cesión a los principios del Plan Ibarretxe que conviene renovar, cuando se fundamenta en su rechazo frontal por razones morales y políticas, y de paso concede a los nacionalistas el mérito de haber “mantenido” la democracia española durante estos años. Lo que Zapatero revela al hablar así es que el PSOE se está transformando en un partido nacionalista español en sentido estricto: un partido dispuesto a ejercer un dominio totalitario sobre el conjunto de España, excluidas las regiones en las que paga el peaje necesario para hacer durar la legislatura. El culto de Zapatero a algunos de los muertos de la Guerra Civil es el embrión de una ideología nacionalista.
 
Porque ha sido defendida, la Constitución ha durado 25 años a pesar de los muchos Patxi López que ha habido durante este tiempo. Hoy hay uno en La Moncloa.

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