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Miguel del Pino

Duelos sin muerte y el caballo "homosexual"

No matar al rival de su propia especie es una norma de conducta premiada en general por la selección natural aunque lamentablemente no haya llegado a nuestra propia especie.

"No matarás al macho vecino" es una de las reglas de juego que marca la evolución de numerosas especies animales. Los duelos rituales entre machos que aspiran a la categoría de reproductor pueden observarse en distintas categorías de la escala zoológica, desde los mamíferos y las aves hasta los insectos.

Ataques, rendiciones y simulaciones

Comenzando por los mamíferos en nuestras latitudes, es un gran espectáculo otoñal contemplar y escuchar la berrea de los venados. Nada nuevo podemos aportar en este caso, ya que los torneos y su significado han sido sobradamente divulgados, filmados y comentados por los más prestigiosos naturalistas, Félix Rodríguez de la Fuente entre ellos. La berrea es además importante sostén del turismo rural y de la caza fotográfica.

Pero mientras los machos encelados de nuestro Cervus elaphus miden sus fuerzas enlazando sus cuernas y empujando hasta la extenuación, una versión en miniatura del torneo pasa desapercibida entre la hojarasca del suelo del robledal: aquí los escarabajos conocidos como ciervos volantes (Lucanus cervus) dirimen luchas similares entrelazando sus ramificadas mandíbulas, en todo similares y comparables a la cornamenta cervuna. Un prodigio de convergencia adaptativa.

Mandíbulas en los escarabajos y cuernas en los ciervos son herramientas para el combate que evitan que éste llegue a alcanzar extremos mortales. En grupos zoológicos tan diferentes como los mamíferos y los insectos, la evolución ha encontrado una solución homóloga para que el derrotado pueda tener otras oportunidades más adelante, cuando alcance la plenitud de su desarrollo hormonal. Entretanto el vencedor gozará de la condición de reproductor accediendo al harén de hembras receptivas.

A veces los duelos terminan con el agotamiento del más débil, otras con su huida y otras con su rendición, y esto es lo más curioso del tema.

Es sabido que un lobo ganador rarísimamente dará muerte al vencido cuando este se tumba y le ofrece el cuello, una región especialmente débil que permitiría al triunfador abatirle de una sola dentellada. El signo de rendición es inmediatamente aceptado por el más fuerte.

El mismo sentido que las ramificaciones de las cuernas de los cérvidos tienen los anillos, tan frecuentes en el mundo de los antílopes; un antílope Orix o un Sable pueden ensartar a un león, pero combatirán antes sus congéneres enlazando sus astas de manera que los citados anillos impidan la llegada de las puntas al frontal de su rival, que no enemigo.

Entre las vacadas de toros bravos la selección de la agresividad para la lidia, que cuenta con más de doscientos años de seguimiento ordenado, ha producido un claro regreso a lo que debió de ser la condición del comportamiento del uro extinguido. Las cornamentas curvadas de los machos vienen modeladas por su dotación hormonal y casi siempre evitan que se produzcan lesiones mortales cuando los toros se enzarzan en sus frecuentes peleas. El instinto les mueve a enlazar los cuernos con los del rival y empujar con todas sus fuerzas, y la selección de esta fijeza en la embestida debe de ser una de las claves de que sea posible conseguir que sigan los engaños del torero.

El pobre caballo supuestamente homosexual

La persecución de la homosexualidad en diferentes países, en ocasiones a muerte, debería figurar en nuestro siglo XXI entre las más tristes crónicas negras del pasado, pero algunos fanatismos no limitan sus actuaciones a la especie humana, sino a "todo bicho viviente".

El pasado mes de noviembre llegaban noticias procedentes de Arabia Saudí en relación a un caballo ganador de ingentes sumas de dinero en distintas competiciones que había sido "condenado a muerte" por intentar copular con otros machos. La condena se hizo pública por televisión, mientras numerosos aficionados y proteccionistas intentaban adquirirlo para salvarlo. Parece que las condenas a muerte y posterior sacrificio de animales por supuesta homosexualidad son frecuentes en aquel país, por increíble que parezca.

Los jueces y posibles verdugos del pobre caballo millonario lo ignoran todo sobre la conducta animal y las simulaciones de cópula que en muchas ocasiones son practicadas por las más variadas especies de mamíferos. Al montar la grupa de otro macho, el supuesto homosexual está utilizando la conducta de cópula para convertirla en situación de dominancia, y basta esta parodia para evitar un combate entre machos que podría ser muy cruento. Aunque en muy raras ocasiones también las hembras de algunas especies sociales pueden simular cópulas para aumentar su rango.

Cuando su perro monte su zapato o su pierna, según el tamaño del can, recuerde al caballo víctima de la suprema ignorancia, porque su mascota está haciendo exactamente lo mismo que hacía el equino: imitar la cópula para tratar de demostrar su supuesta dominancia. No le haga mucho caso, simplemente rechácelo porque no conviene que nuestro perrillo se convierta en un problema si no se resigna a su puesto en la familia, que nunca puede ser el de individuo dominante.

"Jotas de picadillo"

Muchas aves han conseguido llegar a la ritualización de sus combates hasta el extremo menos violento imaginable. La supremacía, y el acceso al territorio y a la posesión de las hembras se consiguen mediante el canto, y los cantores, haciéndose bien visibles en sus posaderos se esmeran en ofrecer al viento todo su repertorio de manera que cualquier macho rival menos melodioso o potente se aleje del entorno y deje paso libre al campeón.

El cantor en celo sólo provocará la inhibición de rivales de su misma especie, no de los de las demás, de manera que para evitar confusiones los cantos específicos se diversifican formándose verdaderas "orquestas canoras": música de los bosques que ha inspirado a los más insignes compositores de la Historia, como el mismísimo Beethoven, extasiado ante el canto de un pechiazul en un paseo por el bosque cuando trabajaba en su Sinfonía Pastoral.

En algunos casos los galanes cantan al tiempo que exhiben sus plumajes nupciales en los claros de la espesura del bosque o del matorral. Las faisánidas, como perdices y urogallos son campeonas en este sentido, y se conoce como "cantaderos" a los espacios del territorio donde acuden para atraer a las hembras y combatir con los machos rivales.

El Convenio de Berna prohibió, con buen criterio, la vieja técnica de caza basada en el reclamo; en ella, el perdigón cautivo atraía con su canto a otros machos encelados que acudían a la muerte en un momento tan épico de su ciclo vital. Verdaderamente la victoria del pájaro cautivo tenía mucho más de triste que de heroica.

Luchas Grecorromanas

Imposible entrar en la enorme complejidad de los ejemplos que presentan estas conductas, de manera que terminaremos con uno especialmente curioso: los escarabajos peloteros que compiten por llevar a su madriguera su preciada bola de estiércol.

No debe extrañarnos que un pueblo agricultor como el del antiguo Egipto divinizara a tan eficaz aliado de la fertilización de los campos como el llamado "escarabajo pelotero" Scarabeus sacer. Su trabajo de seccionar los excrementos bovinos para fabricar pequeñas bolas que hacen rodar hasta su madriguera, en la que servirá de alimento a las futuras larvas, les convierte en fertilizadores del terreno. Con su trabajo, los escarabajos reparten el estiércol y lo entierran, es decir, abonan el sustrato.

Cuando dos escarabajos se cruzan en su camino y uno de ellos porta su bola, el otro tratará de arrebatársela y para ello lucharán de forma enconada, pero el combate termina, y la pelota cambia o no de dueño, según quien consiga volcar al otro sobre su espalda; una regla similar a la que rige nuestros combates de lucha grecorromana.

En definitiva, no matar al rival de su propia especie. Es una norma de conducta que, aunque admite numerosas y terribles excepciones, incluido el infanticidio, es premiada en general por la selección natural aunque lamentablemente no haya llegado a nuestra propia especie.

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