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Miguel del Pino

Princesas sin sapos

Los anfibios están experimentando un proceso de extinción que ha acabado en las últimas décadas con un tercio de las especies conocidas.

Los anfibios están experimentando un proceso de extinción que ha acabado en las últimas décadas con un tercio de las especies conocidas.
Ranita de San Antonio. | Wikimedia

Cuando en los viejos cuentos se trataba de explicar a los niños la metamorfosis de un ser feo por naturaleza en un príncipe encantador, solía recurrirse al pobre sapo que se tornaba en príncipe cuando conseguía enternecer el corazón de una princesa, hasta el punto de recibir un beso suyo. Pues bien, las princesas de un inmediato futuro podrían no encontrar un solo sapo en toda la extensión de sus reinos.

Porque, volviendo a la realidad, no sólo los sapos, sino la totalidad de los miembros de su clase zoológica, los anfibios, vienen experimentando un proceso de extinción, a nivel mundial, que ha acabado en las últimas décadas con un tercio de las 2.000 especies que nuestras generaciones han conocido.

Entre todos los matamos

No hay duda de que las causas del declive de estos animales maravillosos se debe a una multiplicidad de causas: se pensó en una especial sensibilidad al aumento de la radiación ultravioleta solar, a la contaminación del agua y de la atmósfera y también se ha citado, como principal asesino de anfibios, a un hongo, o mejor a una serie de ellos que han producido diversas pestes.

No puede faltar en estos desastres la mano del hombre, y no nos referimos solamente a nuestra capacidad contaminante, sino también a la introducción de especies exóticas como indebidas mascotas, algunas de las cuales son liberadas cuando sus compradores se dan cuenta de la dificultad de su mantenimiento, porque son muy sensibles a los cambios de temperaturas y sobre todo porque sólo comen alimento vivo.

Conquistadores del medio terrestre

La clase anfibios, dentro del gran grupo de los vertebrados, se origina en el periodo Devónico de la Era Primaria, lo que nos hace remontarnos hasta los 416 millones de años, de su inicio, y los 359 de su final. Su origen es contemporáneo al de los insectos, que han tenido mucho más éxito que ellos en la colonización de los más diversos medios del planeta.

Descienden de algunos grupos de peces que aprendieron a pasar algunos ratos fuera del agua, y han sido capaces de desarrollar pulmones y vivir perfectamente en tierra firme, con la salvedad de que necesitan volver al agua para reproducirse, lo que supone una trampa mortal en épocas de largas sequías o en hábitats fuertemente contaminados.

Verdaderamente sólo logra la conquista del medio aéreo la fase adulta de estos seres, ya que las larvas, llamadas renacuajos, tienen que desarrollarse en el agua, donde han nacido, y pasan una primera etapa vegetariana; al sufrir la metamorfosis salen del agua y se convierten en eficaces depredadores, sobre todo de insectos y otros pequeños animalillos.

La principal dificultad a la hora de independizarse del agua es la delicadeza de la cubierta del huevo, que no ha logrado la cáscara dura y la membrana amnios que aparece en sus sucesores en la evolución: los reptiles.

De manera que año tras año, y salvo en las latitudes tropicales, donde nunca falta el agua líquida, los anfibios acuden puntualmente a las charcas para hacer la puesta; todo ello acompañado de sonoros cortejos vocales por parte de los machos que verdaderamente cantan con mayor o menor musicalidad: en nuestras latitudes es inconfundible el croar de las ranas en celo y de los sapos, más terrestres pero también muy "cancioneros".

Como complemento a la respiración pulmonar los anfibios adultos respiran también por la piel: ésta es delgada y cuenta con glándulas que la mantienen húmeda y que, en algunas especies, segregan sustancias defensivas ponzoñosas. La infundada leyenda de que "los sapos escupen veneno", que ha costad la vida a tantos ejemplares, deriva de la contaminación de las manos de algún imprudente manipulador, que luego no se ha lavado de manera escrupulosa.

Dos formas principales

Dejando aparte a ciertos anfibios de aspecto muy extraño que los profanos suelen confundir con lombrices de tierra (los del orden ápodos), los anfibios se distribuyen mayoritariamente en dos órdenes llamados Urodelos y Anuros, que quiere decir "con cola" y "sin cola" respectivamente.

Los anfibios con cola son las salamandras y los tritones; los anuros comprenden sapos y ranas, que no hace falta describir por ser muy conocidos aunque hay algunos gigantes, como la Rana Goliath, y otros muy especializados, como las ranitas arborícolas, que se diferencian bastante de los tipos genéricos más conocidos.

Los anfibios respiran por branquias cuando son larvas y desarrollan los pulmones, y las pierden al llegar al estado adulto. Diremos como curiosidad que en las salamandras y tritones hay algunos adultos que las conservan, bien como excepción, en algunos individuos, o en la totalidad, caso de los ajolotes de América Central, muy extendidos como animales de terrario.

Los anfibios ibéricos

La Fauna ibérica era hasta el momento rica en especies de anfibios: entre los tritones ibéricos figura destacado el Tritón marmóreo (Triturus marmoratus), de bella librea jaspeada en verde y negro, el precioso Tritón alpino, de la Cornisa Cantábrica , o el palmeado, propio de la zona pirenaica, y el ibérico, o de Bosca (Triturus boscai), este último muy pequeño y casi negro, con el vientre rojo moteado. También hay un "feo" entre tantos tritones hermosos, el "gallipato" (Pleurodeles waltz), grisáceo, grande y con costillas que hacen prominencia en los costados de forma no precisamente estética.

Indicadores ecológicos de la calidad de las aguas, los tritones han sido conocidos en el medio rural con el bello término de "guardafuentes", por su labor limpiadora de insectos y carroñas en el seno del agua.

Las salamandras son urodelos más terrestres que los tritones, aunque como ellos, necesiten altos grados de humedad para vivir. La salamandra común (Salamandra terrestris) es inconfundible por su preciosa librea negra y amarilla, con diferentes diseños según las subespecies: en la mayor parte de ellas el amarillo se presenta en manchas, pero en las formas propias de los prados cántabros la mayor parte de las salamandras son listadas, y más al sur, la subespecie almanzoris es casi completamente negra.

En el grupo de los anuros, ranas y sapos son abundantes en la Península y se diferencian en varias especies, algunas endémicas. El sapo común (Bufo bufo) es el menos estético y el más implicado en leyendas, que le suelen acarrear la muerte por parte de los agricultores que sorprenden al pobre anfibio cuando se dispone a limpiar los cultivos de babosas e insectos perjudiciales.

Otros anuros sucumben a causa de esa belleza, como las ranitas de San Antonio, pequeñas, vivaces y arborícolas; tienen una raya facial, en forma de antifaz que contribuye a camuflarlas entre juncos y ramas, pero a veces este mecanismo les falla y terminan languideciendo en un terrario tras su captura por un imprudente curioso.

Algunos paraísos ibéricos clásicos de este grupo han perdido por completo sus poblaciones, como la laguna madrileña de Peñalara, donde ya no pueden encontrarse tritones, ni salamandras, ni los curiosos "sapos parteros", que cargan con la puesta colocándola sobre su dorso como una prenda de vestir y salvan así los huevos de la sequía en caso de que haya que trasladarse a otra charca con mayor volumen de agua.

Nos resistimos a que se consume la extinción de los anfibios, pero la labor de salvarlos no es sencilla. Se trata de un problema mundial, y no solamente ibérico, y las causas son múltiples como ya expusimos al comienzo. Sea cual sea el punto de partida del declive, la contaminación del aire y del agua lo agrava, y no parece que vayamos hacia un entorno cada vez más limpio. Una verdadera pena.

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