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Mikel Buesa

La definitiva aceptación de la herencia de ETA por el socialismo vasco

Han acabado haciendo irreconocibles las siglas del partido que otrora coadyuvó a la gobernación de Euskadi e hizo frente con valentía al terrorismo.

Han acabado haciendo irreconocibles las siglas del partido que otrora coadyuvó a la gobernación de Euskadi e hizo frente con valentía al terrorismo.
Arnaldo Otegi, cabecilla de Bildu. | EFE

No seremos ingenuos y no diremos que nos ha sorprendido, que no lo veíamos venir desde que, allá por julio de 2006, Patxi López y Rodolfo Ares se reunieron con Arnaldo Otegi en un hotel de San Sebastián mientras se desarrollaban las conversaciones entre el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y ETA. Pero definitivamente ha ocurrido ahora con ocasión de la elección de Eneko Andueza como líder del socialismo vasco. Andueza ha dejado claro que va a explorar cualquier posible pacto tras las elecciones autonómicas que se celebrarán en 2024, incluyendo por supuesto a EH Bildu –dejando de paso con el culo al aire a su tradicional socio de gobierno, el PNV, que tanto ha hecho para sostener en la gobernación a Pedro Sánchez–. La política es así y las viejas afinidades se olvidan pronto, pues lo único que cuenta es el juego del poder. Y en ese juego contar con un nuevo partenaire puede acabar dando mucho de sí. Más aún en el caso vasco, donde son dos los partidos nacionalistas que pugnan por la sede del Palacio de Ajuria Enea.

Ha sido largo el camino que ha llevado a los socialistas vascos a eso, dando por olvidados a los sacrificados por ETA, cuyos asesinos fueron objeto de alabanza por Batasuna; o sea, por los mismos corifeos que hoy se sientan en las poltronas de la dirección de Sortu y cortan el bacalao en Bildu. Que se veía venir ya lo he dicho, pero lo que importa ahora es mostrar el giro doctrinal que ha acabado haciendo irreconocibles las siglas del partido que otrora coadyuvó a la gobernación de Euskadi e hizo frente con valentía al terrorismo.

Ese giro doctrinal se inició hace mucho tiempo, en el momento en el que, ya instalado en el poder, Zapatero repudió el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo para bendecir una negociación con ETA acogiéndose a la vieja doctrina del Pacto de Ajuria Enea, en cuyo punto décimo se teorizaba acerca del "final dialogado de la violencia". Esa negociación fue muy azarosa, no sólo porque las expectativas de ETA –y las del propio Zapatero– eran desmesuradas, sino porque se encontró en las calles del País Vasco y de las demás regiones de España con una contestación persistente e intransigente con la idea de dar reconocimiento político a ETA y atender sus pretensiones. Los nombres del Foro Ermua, de ¡Basta Ya!, de la Fundación para la Libertad, de la AVT y de otras muchas organizaciones cívicas resuenan aún a pesar de que, finalmente, fracasaron en lo principal, aunque lograran que el final del terrorismo se quedara sólo a medias. Hoy sabemos también que la negociación contó con el beneplácito de Mariano Rajoy –"Habla y haz lo que tengas que hacer, y me vas contando", le dijo a Zapatero en el momento de los prolegómenos de su diálogo con ETA–, aunque se nos oculta aún si su postura era compartida por los demás miembros de la dirección del PP.

La negociación, constreñida por la potencia del movimiento cívico, acabó circunscribiéndose a la cuestión política; o sea, a la de la posibilidad de que Herri Batasuna, tras un lavado de cara y de siglas, retomara su papel institucional, superando así los desastrosos efectos que, para ella, tuvo su ilegalización en 2002. Curiosamente –y esta es la clave del asunto, el polvo del que vienen los lodos actuales–, esto se hizo mediante una pirueta intelectual que desnudaba de cualquier intencionalidad política a ETA. Ésta, como todas las organizaciones terroristas, tenía un proyecto político –la independencia y el socialismo a la vasca– y lo defendía desarrollando "una lucha política con medios militares" –tal como había teorizado el líder del Irgún, Menajem Beguin, en sus memorias de la lucha clandestina por la independencia de Israel–. Su singularidad, sin embargo, que en esto imitaba la experiencia del IRA, era que, desde la perspectiva organizativa, desde los años finales de la década de 1970, ETA se había desdoblado en una entidad dedicada a la lucha armada –la propia ETA– y otra –KAS y Herri Batasuna– centrada en la organización política del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) y de su expresión institucional.

Lo que los negociadores establecieron fue la ficción de que ETA era una cosa –un ejercicio de la violencia sin sentido y sin horizonte político, un matar por matar– y Batasuna otra bien diferente que podía volver a ser admitida en el cotarro institucional si los asesinos dejaban de cometer atentados. Esa ficción es lo que ahora se repite en las declaraciones de los dirigentes socialistas, Andueza incluido: "Les dijimos que sin violencia podían volver a la política y es lo que han hecho". Por eso, aunque para nada hayan rechazado su pasada vinculación terrorista ni hayan repudiado los crímenes cometidos por sus mentores, se les considera admisibles en el juego de los acuerdos que se adoptan en las instituciones parlamentarias, incluyendo, por supuesto, los que dan lugar a la formación de Gobiernos.

La herencia de ETA, camuflada de esta manera bajo el engaño, ha sido así definitivamente aceptada por el socialismo vasco dentro de su formulación doctrinal. Lo que hasta hace poco era meramente instrumental –como asegurar la gobernación de Navarra o la aprobación de ciertos proyectos legislativos del Gobierno nacional, incluidos los Presupuestos– deviene ahora elemento intrínseco de la doctrina política del PSE y del PSOE. Que se vayan preparando los nacionalistas del PNV, porque los que ahora les apoyan acabarán dándoles la puñalada por la espalda. Como, por cierto, desde hace tiempo a los españoles corrientes que otrora creyeron en ellos.

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