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Pablo Molina

A por el voto de Alejandro Sanz

La conocida como "Ley Sinde", en honor a la guionista autosubvencionable que la ha pergeñado, estaba condenada a contar con el apoyo entusiasta del PP en cuanto la tramitación parlamentaria estuviera madura.

El Partido Popular tiene unos rasgos instintivos que convierten su conducta política en un elemento predecible especialmente por su principal adversario, que si por algo se caracteriza es por conocer a sus enemigos mucho mejor que ellos mismos.

Apenas comenzada la semana hemos visto una de estas rutinas atávicas, hacia las que el PP sufre una propensión irresistible que finalmente le hace sucumbir. Se trata de su tendencia a colaborar en cualquier proyecto socialista, con la única condición de que tenga un fuerte componente liberticida.

En el resto de asuntos de la agenda socialista, el centro-reformismo suele ser bastante cauto. De hecho, incluso cuando se trata de propuestas sensatas que van a favor del bien común, el PP de Rajoy prefiere contemporizar hasta la desesperación para finalmente camuflarse con el paisaje absteniéndose de votar ni siquiera en contra, como ha ocurrido con algunas medidas económicas que, asombrosamente tratándose de Zapatero, iban en la buena dirección. En cambio, cuando se trata de meter en cintura a las escurridizas libertades individuales, la dirección del Partido Popular apenas duda en prestar a los socialistas los votos de todos y cada uno de sus diputados, que para eso la Nicolasa prohíbe en su artículo 67.2 el mandato imperativo.

La conocida como "Ley Sinde", en honor a la guionista autosubvencionable que la ha pergeñado, estaba condenada a contar con el apoyo entusiasta del PP en cuanto la tramitación parlamentaria estuviera madura. En realidad sorprende que los populares hayan cerdeado hasta que el proyecto haya llegado al Senado, porque su contenido es lo suficientemente lesivo para el derecho de los ciudadanos que lo normal es que la hubieran apoyado desde el principio. Cómo será de mala esta norma que hasta el presidente de los cineastas españoles va a dimitir de su cargo dando arcadas, suceso inédito del que aún nos estamos reponiendo conociendo en qué círculos se mueven los representantes del cine patrio.

Cuestión aparte es la extraordinaria visión política de los aconsejados de Arriola, apoyando una ley que concita el rechazo de la totalidad de los internautas del planeta Tierra a excepción de Alejandro Sanz, a cuya obra discográfica le auguro personalmente un futuro comercial sin precedentes. Pero siempre se puede llegar a un arreglo: que Rajoy compre sus discos y que Sanz le vote. Hoy por ti mañana por mí.

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