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Pablo Molina

Carod nos castiga con su indiferencia

El estrambote definitivo de todo este sainete sería ver a un cordobés proclamando el Estat Catalá desde los balcones de la Generalidad. No cumplirán su amenaza, pero si lo hicieran, la imagen sería deliciosa.

Según se va acercando el momento de que el Tribunal Constitucional haga público su dictamen sobre el nuevo estatuto de Cataluña, el nerviosismo crece en las filas nacionalistas por más que Zapatero garantice que todo se va a desarrollar "razonablemente". Las dotes adivinatorias de ZP en materia política son más bien limitadas, como acreditó cuando anunció el pleno empleo para esta legislatura o la incorporación de España a la Champions League de las economías europeas, así que no cabe depositar muchas esperanzas en que esta vez vaya a tener razón.

El problema es que lo único que los nacionalistas catalanes consideran razonable es que el TC renuncie a su papel de garante de la legalidad constitucional y se limite a elogiar el texto hasta su última coma. Pero si hay una ley en España que es no inconstitucional, sino abiertamente anticonstitucional, es precisamente el estatuto redactado a instancias de ZP en una noche de alcohol y nicotina con Mas en La Moncloa.

Nadie espera que el Tribunal Constitucional cumpla con su papel y deje el texto estatutario lleno de tachones rojos o lo devuelva a los toriles parlamentarios, pero si quiere mantener cierta imagen va a verse obligado a introducir algunas modificaciones, aunque sólo sean de estilo. Pues bien, tampoco esa ligera reforma estética es considerada razonable por el nacionalista Montilla y sus colegas de Gobierno en la comunidad autónoma, que amenazan con separarse de España si los jueces se atreven a opinar en contra, por ejemplo, de que Cataluña negocie con el Estado en igualdad jerárquica al margen del resto de comunidades.

Carod ya ha dicho que pensará seriamente abandonarnos a nuestra suerte y entre la población de Albacete, Segovia y Murcia ya cunde el pavor ante la perspectiva de que el vicepresidente de la Generalidad, de acuerdo con su jefe, cumpla su amenaza y se autodetermine de forma irrevocable. En algunos pueblos de la meseta ya deben estar solicitando permiso al obispo para sacar al Santo Patrono en procesión y rogarle que Carod permanezca en España, pero más nervioso debe estar Zapatero, puesto que cuenta con los votos prestados por el PSC para estar en el poder y eso es, razonablemente, una amenaza mucho más seria para él que acabar con el régimen constitucional de una nación discutida y discutible.

El estrambote definitivo de todo este sainete sería ver a un cordobés proclamando el Estat Catalá desde los balcones de la Generalidad. No cumplirán su amenaza, pero si lo hicieran la imagen sería deliciosa. La Cataluña de Montilla, Carod, Tardá y el resto de la muchachada nacionalista disfrutaría así de un acto fundacional muy apropiado.

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