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Pablo Molina

Como Rufete en Águilas

La soledad desdeñosa que las instituciones públicas han recetado a los dueños de La Meca en este asunto es un síntoma de que nadie está dispuesto a defender los valores que nos han hecho libres.

Sobre la polémica en torno a la discoteca La Meca de Águilas, la primera obviedad que es necesario constatar es que va a seguir llamándose así por más que el rótulo de la instalación diga otra cosa. El centro de ocio va a seguir siendo conocido con ese nombre a semejanza de lo que ocurre con muchas calles de los pueblos de España, en cuyo rótulo puede poner por ejemplo, "Calle Pablo Iglesias" y sin embargo todos los vecinos y la oficina de correos siguen refiriéndose a ellas como pasaje del Caudillo o avenida General Mola.

La elección de "La Isla" como nuevo sustituto de la discoteca es el impuesto revolucionario para evitar sobre el papel las suspicacias de los practicantes de "la religión de la paz". Tampoco es que se les haya licuado el cerebro a los promotores de la nueva denominación, dado que justo enfrente del recinto se encuentra el paraje de la Isla del Fraile, así que imagino que la elección habrá sido el resultado de una breve tormenta de ideas llevada a cabo a las puertas de las instalaciones entre los propietarios y los representantes de las comunidades, que sólo tuvieron que mirar en lontananza para encontrar un motivo inspirador.

Sorprende que todos hayan aceptado con tanta naturalidad el agravio de que unos señores de fuera obliguen a cambiar el nombre de una empresa privada, pero como la defensa de la tradición occidental es considerado un exceso reaccionario, al final ha pasado lo que todos suponíamos desde que surgió la controversia.

Los empresarios han actuado de acuerdo a sus intereses y por tanto no hay nada que reprocharles. Su objetivo legítimo es ganar dinero y no tienen por qué sacrificar su negocio y los puestos de trabajo que mantienen por un asunto en el que no han encontrado el menor apoyo institucional.

¡Qué ocasión para que los distintos gobiernos hubieran dejado claro que en España cada uno pone a su negocio el nombre que considera oportuno y su disposición a preservar ese derecho de los empresarios afectados! Los dueños hubieran cambiado el nombre y la decoración igualmente, pero hubiéramos dado una imagen de dignidad que habría servido, de paso, para hacer una muy buena pedagogía en casos similares que se puedan presentar en el futuro, que se presentarán. La soledad desdeñosa que las instituciones públicas han recetado a los dueños en este asunto es un síntoma de que nadie está dispuesto a defender los valores que nos han hecho libres, probablemente porque en el mundo de la política es difícil encontrar a alguien que crea en ellos. En otras palabras, hemos quedado como Rufete en Lorca. Por cierto, localidad muy cercana a La Meca, digo, La Isla.

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