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Pablo Molina

El acojone

Pero nada puede angustiar más a un gobernante que estar rodeado de colaboradores más capaces que él mismo, y que estos se apelliden Bono, Trujillo, Calvo, o Moratinos.

Arrepentidos los quiere Dios. En cambio el ex seminarista Pérez Carod, con modestia obligada por razón de jerarquía, simplemente los quiere acojonados. Es difícil saber el grado de intimidad al que el estadista catalán llega en su trato con Rodríguez para haber alcanzado ese nivel de conocimiento escrotal, pero es bien sabido que en la España actual no existe otro exégeta del gobierno más fiable que el héroe de Perpiñán, así que habrá que creerle. Sin embargo, su razonamiento sobre el origen de miedo de ZP se nos antoja algo precipitado, pues no parece que al presidente por accidente le supongan ningún estrés los requerimientos de la oposición, ni siquiera en las materias más graves para el país.

En realidad, la congoja presidencial puede tener una amplia etiología.

Es posible que Rodríguez vea cercano el momento de tener que empezar a hacer honor al juramento constitucional prestado en su toma de posesión, para resolver el problema del estatut, y ello le suponga una angustia similar a la del mal estudiante que ve acercarse la fecha de los exámenes finales (¿existen aún?) sin haber dado ni golpe.

También puede resultar verosímil como origen de ese supuesto miedo cerval, que Rodríguez haya empezado a tener un atisbo de consciencia sobre los peligros de jugar a aprendiz de brujo con una banda de asesinos, que llevan más de treinta años de estajanovismo criminal, y del papelón que va a hacer frente a los familiares de las más de ochocientas víctimas asesinadas.

Un gobernante sensato, a diferencia del Gandhi de León, estaría muy inquieto también al contemplar la escarlatina separatista que aqueja a los políticos nacionalistas de otras regiones españolas, aliados de su propio partido en el extraño juego de alianzas puesto en marcha bajo la consigna del todos contra la derecha, a cualquier precio, “como sea”.

El temor a una más que probable catástrofe negociadora con los socios de la UE, que nos van a dejar con una mano detrás y otra delante, mientras nuestro «Metternich» se dedica a vender armas al noble pueblo angoleño, podría ser también el desencadenante del cuadro de ansiedad que describe el boicoteador catalán.

El habernos convertido en la principal atracción circense de la escena internacional, con la chufla de la alianza de civilizaciones y nuestra luna de miel con los regímenes más abyectos del planeta, reúne igualmente los ingredientes necesarios para provocar cierta desazón emocional.

Pero nada puede angustiar más a un gobernante que estar rodeado de colaboradores más capaces que él mismo, y que estos se apelliden Bono, Trujillo, Calvo, o Moratinos. Eso sí es para acojonarse. Pero de verdad.

En España

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