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Pablo Molina

El fascismo se ensaña con Trueba

Si es cierto que los fachas han rechazado el privilegio de admirar la película, lo cierto es que están en su derecho.

La última película de Fernando Trueba no ha concitado precisamente el entusiasmo de la crítica. Basta echar un vistazo a las menciones de los expertos para comprobar que La reina de España no ha provocado un arrebato de admiración hacia el director apátrida y su más reciente obra maestra.

"Más sombras que luces" (El País), "historia deslavazada" (ABC), "poco convincente" (Cinemanía), una película "víctima de sí misma" (Fotogramas) y así: los que saben de cine coinciden en que la película no es un truño infumable pero tampoco una obra que vaya a marcar un hito en la historia de la cinematografía. Así pues, hay un amplio consenso en que la experiencia de ver a Penélope Cruz impostando de manera insoportable el acento andaluz no vale el precio de la entrada.

Esta reticencia de la crítica hacia el último trabajo de Fernando Trueba carecería de importancia si no fuera acompañada de un desdén aún más profundo por parte de la audiencia, que es lo que realmente duele, no vamos ahora a engañarnos. En el primer fin de semana de proyección las cífras han sido, digamos, francamente mejorables. Seríamos injustos si dijéramos que no ha ido a verla ni el Tato. Él si ha ido, pero cuando comenzó la proyección la sala estaba medio vacía.

Como los progres son sublimes y su talento no puede cuestionarse, a la hora de buscar explicaciones al castañazo taquillero se ha impuesto la tesis de que todo obedece a un boicot del facherío. Los que no leen El País ni ven el programa del Follonero, o sea los fascistas, no soportan que un librepensador de mirada progresista tenga un arrebato de genialidad y denueste al casposo nacionalismo español justo cuando recibe un premio de la nación que tanto desprecia. Bien, es una posibilidad, de ahí que la abajofirmancia progre haya sacado la trompetería para denunciar el terrible acoso a uno de sus miembros más significados.

Si entramos en el terreno del delirio podríamos valorar también la posibilidad de que la última película de Trueba sea una castaña insoportable, nivel Kiarostami en su etapa introspectiva, pero dejemos esa cuestión en el ámbito de las valoraciones personales.

En todo caso, si es cierto que los fachas han rechazado el privilegio de admirar la película, lo cierto es que están en su derecho. Al contrario que el propio Trueba, que en unos Premios Goya exhibió una pegatina pidiendo el boicot a Coca Cola, los espectadores que voluntariamente deciden ver otra película se limitan a ejercer su libertad sin comprometer a los demás. Porque el facherío gasta su dinero en aquello que estima conveniente. Sí, ya sabemos que es una de las consecuencias más lacerantes del sistema capitalista, pero hasta que el Chepas no ponga orden la gente va a seguir decidiendo por sí misma en qué gasta su dinero.

Sin embargo, Trueba no debería quejarse por una razón muy sencilla que compensa sobradamente los desplantes de la derechona: el partido al que votan los fachas va a seguir concediéndole premios y una abultada subvención.

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