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Pablo Molina

El timo de las primarias

El fervorín regenerador de Rivera de 2015 con las primarias, que llegó a imponer a los demás, se ha convertido en un pretexto para colocar candidatos.

A comienzos de junio de 2015, recién celebradas las pasadas elecciones autonómicas, se inició una dura negociación entre Ciudadanos y el Partido Popular en Murcia para que el partido naranja permitiera a los populares mantener el poder en la comunidad autónoma. El PP había sido el partido más votado (quedó a escasos mil votos de revalidar la mayoría absoluta) pero Rivera puso bien alto el listón del apoyo de los cuatro diputados de su partido con un catálogo de medidas que los populares aceptaron finalmente para que Pedro Antonio Sánchez se convirtiera en nuevo presidente de Murcia.

Entre esas obligaciones que Ciudadanos obligó al PP murciano aceptar figuraban algunas que trascendían el ámbito institucional de la comunidad autónoma, objeto real de negociación, y se convertían en un mandato con el que Rivera se atrevía a dictar a los demás partidos cómo debía ser funcionamiento interno. Así, en el acuerdo de investidura suscrito en junio de 2015, figuró expresamente la obligación de que el PP murciano eligiera a sus candidatos a través de un sistema de primarias. Los populares lo firmaron y el candidato popular se convirtió en presidente… hasta que dos años más tarde el partido de Rivera lo obligó a dimitir tras su imputación en varias tramas de corrupción.

Llega 2019 y con él la necesidad de otras primarias para elegir las candidaturas a las elecciones autonómicas y municipales. En Murcia se da por hecho que Miguel Sánchez, portavoz de Ciudadanos y uno de los pocos diputados liberales del parlamento murciano, se presentará a las primarias para liderar nuevamente la lista del partido de Rivera. Su gestión durante la legislatura y la hazaña, no menor, de obligar a dimitir al presidente de la comunidad, lo avalan como el candidato más conocido y con más posibilidades de la formación naranja. Cuál no será la sorpresa cuando, a mediados de febrero, Sánchez anuncia que no se presentará a las primarias de su partido. Lo hace sin aducir ningún motivo político, lo que provoca mayor estupor.

Todo se aclara al día siguiente, cuando la responsable de comunicación de Cs en Murcia anuncia que se presentará a las elecciones primarias para convertirse en candidata a la presidencia autonómica y el aparato de Ciudadanos, con su secretario nacional de organización al frente de la banda de honores, saca la trompetería en las redes sociales mostrándole su apoyo oficial. La candidata de Rivera gana las primarias pero aún así queda a tan solo 262 votos del segundo clasificado, un militante prácticamente desconocido fuera de la organización que, a la vista de lo ocurrido en Valladolid, ha exigido también una auditoría de los votos contabilizados en ese oscuro sistema informático que, a pesar de su inmediatez, impidió a la organización regional ofrecer los resultados hasta tres horas y media después de finalizar la votación.

El fervorín regenerador de Rivera de 2015 con las primarias, que llegó a imponer a los demás, se ha convertido, en tan solo en una legislatura, en un pretexto para colocar a los candidatos más idóneos a juicio de la dirección nacional del partido. Algo, por cierto, muy sensato y, con seguridad, lo mejor para mantener la cohesión de los equipos en una formación política. Pero hacerlo por la puerta de atrás implica quedar timar a los militantes y quedar como un tramposo a ojos de una sociedad podemizada como la española, que aplaudió el surgimiento de los nuevos partidos creyendo realmente que habían llegado para regenerar.

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