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Pablo Molina

España con su cine

Si la gente hubiera decidido dejar de ver películas españolas sencillamente porque en su mayoría son una castaña, la solución no sería demasiado complicada. Bastaría con eliminar las subvenciones.

En este año que acaba, han acudido a los cines a ver películas españolas seis millones menos de espectadores. Seis millones de decisiones individuales plenas de sentido común y elevado criterio estético, que amenazan con ampliarse en años venideros de seguir este ritmo asombroso de "crecimiento negativo". De las veinticinco películas más vistas del año, tan sólo cuatro son españolas, y de ellas sólo dos están entre las diez más vistas. Se trata de "Alatriste", en cuarto lugar, y "Volver", en séptimo. Hasta aquí llegó la riada del talento.

Si la gente hubiera decidido dejar de ver películas españolas sencillamente porque en su mayoría son una castaña, la solución no sería demasiado complicada. Bastaría con eliminar las subvenciones para que el ingenio de los cineastas empezara a conectar con los gustos del público. Sin embargo, quizás la fuerte ideologización del mundo del cine y de las artes, casi siempre escorado a la extrema izquierda, haya tenido también algo que ver en este pequeño desastre.

Durante la segunda parte de la guerra del golfo, los artistas se pusieron del lado de la izquierda y salieron a la calle a gritarle asesino al gobierno que nos había metido en el conflicto de las cuatro íes (ilegal, injusto, inmoral e ilegítimo). Cuatro años más tarde, las tropas españolas siguen en diversos escenarios de la guerra contra el terrorismo, incluido Irak, en cuyas aguas la fragata Alvaro de Bazán ha dado cobertura a las naves de guerra norteamericanas. De la platajunta "Cultura para la guerra" nunca más se supo.

En las últimas elecciones generales, la ofensiva de la izquierda contra su adversario político alcanzó cotas nunca vistas en una democracia. Los artistas, y en lugar preferente los actores y cineastas, fueron la vanguardia en todas las algaradas, a cual más violenta. Una de estas representantes de la cultura afirmó en una entrevista que quienes votaban al PP eran unos hijos de puta. Bien, es su opinión. Gran parte de la gente a la que iba dirigido el piropo opina que lo que hacen nuestros artistas es una mierda y por eso no van a ver sus películas. Es otra opinión.

Paradójicamente, la mayor afluencia de espectadores a las salas que proyectaban películas españolas se produjo durante el mandato del Partido Popular, que mantuvo la riada constante de subvenciones para engrasar la maquinaria, no fuera que los artistas se ofendieran y les llamaran fachas. En 2001 y 2003 las películas españolas fueron vistas por veintiséis y veintidós millones de espectadores respectivamente (en 2006 la cifra ha bajado a quince). No tengo claro que este hecho sea un mérito del que el PP deba sentirse especialmente orgulloso, especialmente después de ver cómo le devolvieron el gesto los beneficiarios de estas ayudas entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. ¿Cuándo aprenderán que la cinematografía española, como Roma, no paga a traidores? Seis millones de espectadores lo han captado perfectamente sólo en este año 2006. No parece que sea tan difícil.

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