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Pablo Molina

Grandes tardes nos aguardan

Porque lo de Carmen Calvo con el idioma español es una relación de amor recíproco cuyos frutos hemos tenido el privilegio de saborear sus coetáneos. La lengua española, perdón, castellana, ama a Carmen.

La designación de Carmen Calvo para ocupar la vicepresidencia del congreso es una de las decisiones más acertadas de Zapatero desde que llegó al poder, tan sólo equiparable a la brillante retirada de las tropas de Irak. Si nuestra huida estratégica del escenario iraquí nos ha traído innumerables muestras de respeto de uno a otro confín del globo como país que cumple sus compromisos internacionales, la llegada de la Calvo al Congreso promete darnos también grandes satisfacciones.

Nada más apropiado para el foro parlamentario que en su mesa presidencial esté la figura más señera de la oratoria nacional. Porque lo de Carmen Calvo con el idioma español es una relación de amor recíproco cuyos frutos hemos tenido el privilegio de saborear sus coetáneos. La lengua española, perdón, castellana, ama a Carmen. De hecho es como si Antonio de Nebrija hubiera estado pensando en la intelectual de Cabra mientras pergeñaba el armazón primigenio de nuestra gramática. "¿Cómo pronunciará Carmen este fonema? ¿Lo latinizo un poco más para que se adapte mejor a su elegante dicción?"

Durante su paso por el Ministerio de Cultura dejó abundantes muestras de su capacidad gestora, hasta el punto de que hubo alguna medida de las propuestas por su departamento que no contó con el absoluto rechazo de todos los sectores afectados. Vamos, que se le veía muy suelta. Su gran conciencia social le llevó también a apoyar, de esa forma tan suya, a los grupos secularmente marginados por la derechona.

Con ese bagaje cultural, intelectual y moral, no cabría encontrar una persona más capacitada para dirigir la vida parlamentaria en ausencia de Manuel Marín. Todo ello a la espera de que, tras la previsible victoria de ZP en las próximas elecciones generales, haga su entrada estelar en la presidencia del Congreso don José Bono. Tendremos entonces a un presidente del Congreso de los Diputados muy campechano, con un simpático velcro palatoalveolar, y de segunda de a bordo a doña Carmen, siempre al quite por si a alguna señoría le da por citar a los clásicos en latín. Es un regalo tan espléndido que no estoy seguro de que los españoles lo merezcamos.

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