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Pablo Molina

Hacer cine español

Los cineastas no son capaces de hacer un producto atractivo para que la gente acuda a los cines a verlo. Claro, no lo necesitan. El único requisito para que la maquinaria subvencionadora siga engrasada es levantar la ceja cuando lo ordena Pepiño.

El ministro Miguel Sebastián ha errado gravemente en su cruzada contra los bancos para que financien a las pequeñas y medianas empresas españolas en el actual contexto de recesión económica. En lugar de amenazar a los banqueros con que su umbral de paciencia es sensiblemente inferior al de Solbes, debería haber realizado un estudio sobre los sectores productivos que no sólo no van a sufrir los efectos de la crisis, sino que van a atravesar este periodo de forma más que confortable. Si hubiera puesto siquiera a un par de becarios de su departamento a escudriñar la salud financiera de las PYMES por sector de actividad, sabría que hay un campo de nuestra economía que no sólo permanece inmune a la crisis, sino que continúa su expansión ajeno a los problemas generales que afectan al país.

Se trata, obviamente, del cine español, una industria como otra cualquiera, con la única salvedad de que las ayudas financieras que no llegan a otras empresas lo hacen con profusión a los bolsillos de los que han sabido ver la oportunidad de negocio de hacer cine bajo un Gobierno de progreso.

Mientras miles de autónomos y pequeños empresarios cierran sus establecimientos por falta de créditos que les permitan continuar su actividad, el cine español recibirá este año un auténtico riego de euros por aspersión. El Instituto de Crédito Oficial, que niega avales a todo tipo de empresas, pondrá este año a disposición de los cineastas 75 millones de euros, con la única condición de que acuerden con TVE la exhibición de sus películas. A esto hay que sumar el importe del fondo de protección a la cinematografía, que en 2009 repartirá 88 millones más, y el cinco por ciento de los ingresos anuales que cada cadena televisiva debe destinar a la compra de películas españolas para castigar con ellas a su audiencia.

En total hablamos de unos doscientos cincuenta millones de euros que se repartirán las distintas productoras de cine nacionales, sea cual sea la aceptación de sus productos por parte de los espectadores que como es sabido, cada vez es más escasa. En el listado de las 25 películas más vistas del 2008 sólo aparecen cuatro nacionales (a partir del décimo lugar), una de las cuales es una producción rodada en Inglaterra con un elenco de actores en el que el único representante español es Leonor Waitling, y otra la última película encargada previo pago de su importe a Woody Allen, conocido cineasta turolense.

Cada película que se rueda en España nos cuesta una media de casi un millón de euros a todos los españoles y ni siquiera así son capaces los cineastas de hacer un producto atractivo para que la gente acuda a los cines a verlo. Claro, no lo necesitan. El único requisito para que la maquinaria subvencionadora siga engrasada es levantar la ceja cuando lo ordena Pepiño. Así se entiende que en la gala de los premios Goya de este año no haya surgido ninguna voz para denunciar la catástrofe brutal que el paro está provocando en más de un millón de familias españolas, ni se haya rodado ninguna película de "denuncia social" sobre este grave asunto. Nuestros cineastas sólo hicieron algo parecido (la película Los lunes al sol) en 2002, cuando mandaba Aznar y estábamos en situación virtual de pleno empleo.

En esta tesitura, el mejor consejo que Miguel Sebastián puede dar a los pequeños y medianos empresarios es que creen una productora de cine. No tienen que preocuparse por la calidad de los guiones. Eso sí, las películas realizadas deberán "revisar" la Guerra Civil o constituir un ataque furibundo contra la Iglesia o la derecha social española. Puede que a algunos les repugne hacer algo así, pero tal y como está la cosa es una mera cuestión de supervivencia. Los sufridos contribuyentes sabremos disculparles.

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