Tras el fracaso de la reunión de ayer, Artur Mas estará recordando con nostalgia aquellas "cumbres bilaterales" con el Gobierno "del Estado", cuando el presidente era José Luis Rodríguez Zapatero. En la etapa anterior no hubo límite constitucional que los dos estadistas no atravesaran entre una nube compartida de humo de cigarrillos y, lo mejor de todo, a impulso de aquel que precisamente tenía que preservarlos como primera responsabilidad. Así nació el nuevo estatuto de Cataluña, sólo ligeramente menos anticonstitucional que la declaración de independencia que Artur Mas estudia formalizar elecciones anticipadas mediante.
En la intervención de Artur Mas tras la reunión con el presidente del Gobierno se echó en falta cierto pragmatismo: fue sustituido por el clásico discurso sentimental basado en agravios ficticios que el nacionalismo nos coloca cada vez que anda corto de cash. A efectos político-financieros era innecesario vejar al resto de los españoles, tratarnos como un tropel de semovientes que los nacionalistas catalanes llevan treinta y cinco años intentando civilizar, por supuesto sin éxito. Ahora bien, si lo que de verdad quiere Artur Mas es forzar un sentimiento en el resto de España favorable a la independencia de Cataluña, la estrategia no podría ser más acertada.
Tal vez sea ese el objetivo solapado de Mas, obtener la independencia por aburrimiento de la contraparte, de forma que no quepa imputarle a él ninguna responsabilidad en el desastre que inmediatamente se produciría en la sociedad catalana. No es lo mismo abandonar una organización que ser expulsado de ella: en este último caso el líder de la facción desterrada queda con las manos libres para gestionar la nueva situación a su criterio, sin que nadie le pueda achacar las consecuencias. En última instancia, el nuevo Moisés nacionalista estaría limitándose a hacer frente a unos hechos consumados en los que no tuvo parte activa.
Yo ya era partidario de la independencia de Cataluña, no por cuestiones sentimentales como las que esgrime el nacionalismo catalán, y que atañen solamente a la esfera íntima de cada individuo, sino por criterios meramente utilitaristas, pensando sobre todo en mis hijos. La intervención de ayer del Molt Honorable y la ofensiva política anunciada por las instituciones catalanas en tal sentido sólo ratifican mi convicción. Con que el Parlamento catalán no decida la semana próxima invadir Murcia como parte de su Anschluss sobre los Països Catalans, servidor se da por más que satisfecho.