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Pablo Molina

La piccola aventurera

En realidad, el comando megaconcienciado de plumillas no iba a Bagdad a ejercer el periodismo, sino a trabajar por la liberación de un pueblo oprimido por las fuerzas imperialistas

Los grandes criminales totalitarios fascinaron a la izquierda del Siglo XX. La del Siglo XXI, en cambio, se conforma con pequeños charlatanes, situados en el lugar y momento oportunos, que la prensa adicta convierte en los héroes que la Historia le niega.
 
El episodio de la periodista italiana capturada por la “resistencia iraquí” (eufemismo políticamente correcto para definir a un grupo terrorista formado casi en su totalidad por iraníes, saudíes, algún que otro sirio y el inevitable grupúsculo marroquí), más tarde liberada previo pago de su importe con cargo a los contribuyentes italianos, ha adquirido dimensiones de estrambote tras el encontronazo con una patrulla de marines, que acabó disparando contra el coche que la transportaba al aeropuerto, con el resultado de la muerte del agente italiano encargado de negociar el rescate.
 
La prensa de izquierdas, tras juicio sumarísimo, ya ha formulado su acusación formal de asesinato contra Norteamérica (la pedantería en el lenguaje es dolencia muy extendida entre la secta). Sin embargo, internet ofrece al disidente intelectual numeroso material con el que situar en su contexto los hechos, que los medios tradicionales, distinguidos por profesar un acusado sesgo antiamericano, suelen hurtar a sus lectores. En este caso concreto, cualquier navegante avispado encontrará muy jugoso el relato de un veterano reportero, Harald Doornbos —colaborador de una destacada publicación comunista—que compartió asiento con la nueva mártir de la paz en el vuelo a Irak. “Tenga cuidado en no ser secuestrada, le dije a la periodista italiana sentada junto a mí en el pequeño avión que nos llevaba a Bagdad. Oh no –dijo ella–, eso no ocurrirá. Nosotros estamos al lado del oprimido pueblo iraquí. Ningún iraquí nos secuestrará” concluyó la heroína con la alegre inconsciencia del progre, eterno adolescente intelectual. Es más, como le explicó Giulana Sgrena al veterano reportero, tanto ella como sus amigas son «antiimperialistas, ainticapitalistas, comunistas. Los iraquíes sólo secuestran a los simpatizantes de los americanos, así que los enemigos de los americanos no tenemos por qué temer nada». En realidad, el comando megaconcienciado de plumillas no iba a Bagdad a ejercer el periodismo, sino a trabajar por la liberación de un pueblo oprimido por las fuerzas imperialistas, pues la izquierda, como es sabido, jamás descansa en su ingente tarea de liberar a la humanidad de las cadenas que la oprimen; cien millones de muertos así lo atestiguan.
 
Los ungidos con el carisma de la progresía, además, se niegan a juzgar las propias acciones por sus resultados, pues consideran que la altura moral que las inspira —paz perpetua, solidaridad, igualitarismo y demás ganga teórica de la vulgata marxista—, justifican sobradamente el coste que los inocentes acaban pagando en todos los casos. A la Sgrena, le trae sin cuidado haberse puesto en peligro y que su conducta inconsciente haya costado la vida de un agente de seguridad, además del dinero que el gobierno italiano ha gastado para salvar la suya propia. Por ello, en lugar de recluirse en un claustro silente y pedir perdón el resto de su vida como haría una persona moralmente sana, la comunista italiana, elevada por sus colegas periodistas al honor del martirologio democrático, sigue bramando en contra de los norteamericanos, los únicos y auténticos terroristas.
 
Es una lástima que su fama haya llegado demasiado tarde para ser invitada, con todos los honores, a la cumbre sobre democracia y terrorismo que acaba de celebrar en Madrid el gobierno que de forma más cobarde se ha comportado contra éste último. No desentonaría, en absoluto, con alguna de lasgrandes estrellas invitadas.

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