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Pablo Molina

La segunda victoria de George Bush

La izquierda en general, y los socialistas españoles en particular, parecen sujetos a una ley física implacable, según la cual, en situaciones de crisis democrática desaparecen. Se esfuman. No están

A pesar de los esfuerzos de Bin Laden y la izquierda europea, con ZP en el penoso papel de un antiyanqui Manolo el del Bombo, millones de iraquíes participaron el pasado domingo en sus primeras elecciones democráticas. La izquierda en general, y los socialistas españoles en particular, parecen sujetos a una ley física implacable, según la cual, en situaciones de crisis democrática desaparecen. Se esfuman. No están. Lo hicieron durante el franquismo, aunque tras la muerte del dictador trataron de crearse una biografía de servicios a “la libertad y la democracia”, y lo siguen haciendo cada vez que se trata de plantar cara a los autoritarismos en defensa de la libertad. Su comportamiento con las víctimas de la dictadura cubana, medrando en la Unión Europea a favor del criminal caribeño, no es más que un paso más en la trayectoria antiliberal de nuestros gobernantes, con un toque de vileza añadido dados nuestros lazos históricos con la ex-provincia española.
 
Pero el caso de la democracia incipiente de Irak es aún más grave, pues Zapatero no sólo renunció a apoyar los esfuerzos democratizadores emprendidos por los aliados –por cierto con la bendición del Consejo de Seguridad de la ONU y el voto a favor del propio gobierno español–, sino que invitó al resto de países a que huyeran también de Irak, dejando su población a merced de los terroristas. El estrambote final del ciudadano Bono, honrado con una medalla ilegal –que por cierto aún no ha devuelto– por haber culminado “con todo éxito” la vergonzosa dejación de nuestras responsabilidades como país serio, es el broche adecuado a la actitud de unos gobernantes aislados en su burbuja emocional de eternos adolescentes.
 
El éxito de las elecciones iraquíes amargó a nuestro presidente la noche de los Goya y obligó a los titiriteros a dejar en el zurrón las gracietas antiamericanas preparadas, con toda seguridad, para el caso de que todo hubiera ido como ellos y al-Zarqawi habían previsto. Las cabezas visibles de la agitación mundial contra Bush tampoco tuvieron su noche. Michael Moore, George Soros y Jimmy Carter, como Zapatero, ni han felicitado expresamente al pueblo iraquí ni han reconocido el éxito de las elecciones en Irak. Seguramente siguen en estado semicatatónico por “las escenas de los felices iraquíes, abrazando la libertad de la misma forma en que los alemanes danzaban junto a un derruido Muro de Berlín quince años atrás. Y lo más impresionante, es que los votantes iraquíes tuvieron que hacer frente al peligro físico muy real de unos terroristas que buscaban el retorno a la tiranía”.
 
El éxito de la política de Bush en este proceso ha sido tan incontestable, que hasta el presidente ejecutivo de Petróleos por Corrupciones, S.A., no ha tenido más remedio que tragar quina y rendir tributo “al coraje del pueblo iraquí, a la Comisión Electoral Independiente de Irak y a los miles de voluntarios iraquíes que han participado en la organización del proceso, por haber llevado a cabo con éxito las elecciones de forma tan eficiente, dentro del plazo fijado bajo circunstancias tan desalentadoras”.
 
ElNew York Times, órgano de la progresía trasatlántica nada propicio a los halagos de la política de Bush, ha incluido entre otros el siguientetestimoniode un anciano iraquí de 80 años llamado Rashid Majid:“Ahora tenemos libertad, tenemos derechos humanos, tenemos democracia. Invitaremos a los insurgentes a tomar parte en nuestro sistema. Si aceptan serán bienvenidos. Si no, les mataremos”.Aprendan nuestros gobernantes de este octogenario cómo se defiende “la libertad y la democracia”. Mientras tanto, lecciones de moral política ni una más, socialistas.

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