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Pablo Molina

La Tierra no dice nada

Algún escritor ha pedido en las redes sociales que reflexionemos sobre qué quiere decirnos la Tierra con esta erupción. Pues, hombre, no quiere decirnos ni una puñetera palabra.

Algún escritor ha pedido en las redes sociales que reflexionemos sobre qué quiere decirnos la Tierra con esta erupción. Pues, hombre, no quiere decirnos ni una puñetera palabra.
Una persona observa la erupción en La Palma desde el municipio de El Paso. | EFE

La erupción del volcán de la isla de La Palma es un fenómeno coherente con la actividad telúrica que se produce en la zona desde hace millones de años, aunque a escala humana suponga una tragedia. Las Islas Canarias tienen precisamente un origen volcánico, como ocurre con pequeños islotes de la costa murciana y algunas zonas del interior del Levante y el Noreste de la península que, aunque menos activas, están ahí como testimonio físico de su origen y advertencia silenciosa de lo que alguna vez volverá a ocurrir si las tremendas energías que se mueven en el interior de nuestro planeta reclaman un día su derecho.

Algún escritor ha pedido en las redes sociales que reflexionemos sobre qué quiere decirnos la Tierra con esta erupción. Pues, hombre, no quiere decirnos ni una puñetera palabra. A la Tierra le importamos un carajo, porque lleva formándose 4.500 millones de años y el paso de la Humanidad por la diminuta costrita exterior del planeta equivale a menos de un segundo en la escala humana.

En 2011 se produjo un fuerte terremoto en Lorca, en el que murieron nueve personas. La Tierra, entonces, tampoco dijo nada. Tembló durante unos segundos y provocó una tragedia, como ocurrirá, sin duda, dentro de miles o millones de años. Convertir nuestro planeta en una especie de personaje de Disney, capaz de enfurruñarse porque los occidentales no reciclan lo suficiente, es de una ingenuidad que lo dice todo sobre la preparación de la sociedad actual para enfrentarse a una catástrofe natural.

Este tipo de fenómenos, perfectamente explicables por la ciencia, se convierten en una cuestión moral a causa de la histeria desatada en la última década por el falso ambientalismo, que pretende responsabilizar a la actividad humana de los grandes cataclismos, como si el ser humano tuviera la capacidad de influir en las fuerzas descomunales que desata la Naturaleza. En realidad, las acusaciones al sistema capitalista de estar provocando tsunamis, ciclones, lluvias torrenciales, terremotos o erupciones volcánicas son una patraña izquierdista para tratar de socavar al único sistema que nos hace libres y prósperos. El caso del volcán Cumbre Vieja es solo el último ejemplo.

Los calentólogos son una tribu ridícula que utiliza mentiras muy zafias para tratar de detener el desarrollo humano, pero como los medios difunden sus patrañas y los referentes contemporáneos las defienden a capa y espada, tenemos a una parte de la población que sinceramente se siente culpable por que la montaña de Cumbre Vieja esté arrojando lava y a sus intelectuales, preguntándose qué nos habrá querido decir el planeta Tierra con ese zambombazo. Poco nos pasa.

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