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Pablo Molina

Las dos Palestinas

en contra del discurso típico de la progresía continental, que considera a los palestinos un bloque granítico ahíto de un saludable odio antisionista, Palestina no es una unidad de destino en lo universal

Asaf Romirowsky, investigador del Middle East Forum, conocido de nuestros lectores por su nota sobre las finanzas de Arafat, me envía su último artículo sobre las elecciones palestinas, publicado en el Philadelphia Daily News. El trabajo de Romirowsky, como siempre de gran interés, ofrece un análisis de la situación palestina desde una perspectiva geopolítica, pues aún tratándose de un territorio con núcleos separados, o tal vez precisamente por ello, los condicionantes geográficos e históricos juegan un papel determinante para entender correctamente las claves del conflicto.
 
Porque en contra del discurso típico de la progresía continental, que considera a los palestinos un bloque granítico ahíto de un saludable odio antisionista, Palestina no es una unidad de destino en lo universal, sino un conjunto más o menos heterogéneo de grupos de interés, con rasgos sociales, lingüísticos y económicos bien definidos, cuya distribución geográfica corresponde, precisamente, a la de los territorios en los que se encuentran divididos.
 
Los habitantes de Cisjordania (West Bank o Franja Oeste) «se ven a sí mismos como la clase alta de la sociedad palestina pues han recibido educación y provienen de entornos de dinero». Pero también hay diferencias de más calado que hacen que Gaza y Cisjordania parezcan «divididas por desigualdades económicas, por dialectos distintos y por recelos culturales forjados por sus experiencias previas a 1967 cuando pertenecían a regímenes distintos: El Egipto de Nasser y el Reino Jordano de Hussein». Todo ello conlleva a que los habitantes de la Franja Oeste «no confíen en sus hermanos palestinos de Gaza, sino en sus familias y amigos de Jordania. Y a los habitantes de Gaza les ocurre lo mismo con Egipto».
 
Por otra parte, «aunque los tradicionales arreglos matrimoniales entre jefes tribales no han sido demasiado populares entre los palestinos, un estudio demuestra que los acuerdos matrimoniales empiezan a ser comunes ahora como forma de preservar la identidad» de cada zona, de forma que el matrimonio entre habitantes de uno y otro territorio es un caso extremadamente raro.
 
El reto del recién elegido Abu Mazen, es demostrar que puede servir de puente entre los dos sectores de la sociedad palestina, como en su día ocurrió con Arafat, que con sus graves defectos contó siempre con la adhesión inquebrantable de los palestinos de Gaza y Cisjordania. Sin ese consenso previo, sus deseables esfuerzos para un entendimiento con el estado de Israel pueden resultar tristemente baldíos. No obstante, recordemos que Abu Mazen, cuya tesis doctoral fue un alegato delirante para negar la existencia del holocausto y demostrar de paso que sionismo y nazismo eran ramas del mismo árbol (sic), fue en su día un amigote de Arafat y que en repetidas ocasiones, incluso durante la reciente campaña electoral, ha afirmado que continuará la obra del Rais hasta el final. Mucho tendrá que cambiar, por tanto, en sus planteamientos, pues para convertirse en el líder que finalmente traiga la paz al pueblo palestino, deberá «aceptar la existencia de Israel como estado judío y convencer a las masas palestinas de que esto va claramente en su propio interés».
 
Con un Arafat en la Historia de Oriente Medio ha habido ya más que suficiente.

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