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Pablo Molina

Pa que veas

Los referentes del socialismo quieren sanidad pública, pero para los pobres, que la necesitan más. La presidenta madrileña ha preferido, en cambio, someterse al tratamiento contra el cáncer que padece en un centro gestionado por la propia comunidad.

Debe ser bastante difícil mantener el gesto sobrio mientras anuncias al público que padeces un cáncer, aunque tenga un pronóstico médico tan favorable como el de la presidenta madrileña. Lo normal es comunicarlo a la familia más íntima para compartir el susto que acarrea el diagnóstico, pero cuando se trata de un personaje público es conveniente informar a los medios de comunicación con el fin de evitar los rumores que cualquier ausencia prolongada de la esfera pública despiertan necesariamente.

Pero el caso de Esperanza Aguirre es ejemplar por otras dos circunstancias que no suelen concurrir cuando un personaje famoso padece ésta o cualquier otra enfermedad de gravedad similar, si es que existe. Se trata de cómo ha utilizado su propia desgracia para hacer pedagogía, tanto en sus consejos a las mujeres madrileñas en materia de prevención como en la elección del hospital en la que está siendo tratada.

La importancia de las revisiones ginecológicas para prevenir el cáncer de mama está más que demostrada, pero no es lo mismo recibir una carta del centro de salud aconsejando a la señora de la casa hacerse una mamografía, que ver a la presidenta de ese departamento y del resto de la comunidad autónoma dando ese mismo consejo en primera persona a todas las mujeres que la escuchan para que no les pase lo que a ella. Esperanza Aguirre ha querido que cunda el ejemplo y si se recalientan en las próximas semanas todos los mamógrafos del Servicio Madrileño de Salud como ella misma teme –hasta en esas circunstancias le sale la vena ahorradora–, que pongan el aire acondicionado en modo frío o los abaniquen mientras están en marcha, porque, por simple estadística, muchas vidas van a ser salvadas junto a la de la presidenta.

Otro hecho al que jamás hemos asistido los pobres mortales es el ver a un famoso acudir a la sanidad pública a tratarse de sus dolencias. Si el personaje es un icono de la izquierda entonces las probabilidades de verle en un sanatorio estatal descienden por debajo del cero, porque lo suyo es, como siempre, hacer con su vida privada exactamente lo contrario de lo que defienden en la esfera pública. Los referentes del socialismo quieren sanidad pública, pero para los pobres, que la necesitan más. La presidenta madrileña ha preferido, en cambio, someterse al tratamiento contra el cáncer que padece en un centro gestionado por la propia comunidad autónoma, prueba de que confía en las bondades de su gestión a la hora de prestar un buen servicio a todos los usuarios.

Ojalá se encuentre en el pasillo con uno de esos liberados sindicales dedicados a agredirla verbalmente cuando acude a inaugurar un hospital, por ejemplo aquel gordito tan vehemente que recogía la escasa media docena de cabellos de su inhóspito cogote en una revolucionaria cola de caballo que ni a burdégano llegaba. Qué ocasión para simplemente guiñarle el ojo y soltarle un "Pa que veas".

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