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Pablo Molina

¿Qué está pasando con el Espíritu Santo?

La llegada del cardenal Omella a la presidencia de los obispos es una gran noticia para Sánchez y su Gobierno, grandes defensores de la Iglesia, como es bien sabido.

La llegada del cardenal Omella a la presidencia de los obispos es una gran noticia para Sánchez y su Gobierno, grandes defensores de la Iglesia, como es bien sabido.
Juan José Omella | Wikimedia

Un anciano sacerdote de la diócesis de Cartagena preguntó hace años a su obispo si había algún prelado en la Conferencia Episcopal que no fuera masón. Su Eminencia aguardó pensativo unos segundos y finalmente respondió: "Sí. Hay varios que no lo somos". O sea que, en contra de la creencia tan extendida entre millones fieles españoles, hay obispos que no pertenecen a la masonería y que únicamente obedecen a la Iglesia Católica. Al menos a mediados de los noventa. Habría que preguntar nuevamente a este venerable obispo si el equilibrio de fuerzas se mantiene, porque tras la llegada de Bergoglio al Trono de Pedro parece que una tendencia se ha impuesto, y no ha sido precisamente la Tradición.

La elección del arzobispo de Barcelona para presidir la Conferencia Episcopal nos da una pista de por dónde van las mitras, que el papa Francisco ha colocado mirando en una dirección muy concreta. Casualmente, la llegada del cardenal Omella a la presidencia de los obispos es una gran noticia para Pedro Sánchez y su Gobierno, grandes defensores de la Iglesia Católica, como es bien sabido. También para las dos docenas de fieles católicos que todavía asistían a misa en la Diócesis de Barcelona, que a partir de ahora tendrán que soportar a su arzobispo en menos ocasiones, dada su nueva ocupación. Los únicos que han acogido la elección con estupor son los católicos que confiaban, qué cosas, en que su Iglesia iba a convertirse en un sólido refugio moral ante la tormenta laicisto-separatista en ciernes.

Si no fuera coquetear con la blasfemia, creeríamos que el Espíritu Santo se nos ha hecho sanchista, que es lo único que nos faltaba. La elección de Bergoglio para suceder a Ratzinger la atribuimos a un despiste disculpable en más de dos milenios de historia ininterrumpida, pero esto de ahora nos hace sospechar que algo no anda bien.

El nuevo jefe de los obispos españoles se ofreció de mediador entre Rajoy y Puigdemont, con un éxito tan perfectamente descriptible que hasta eI papa Francisco se vio obligado a llamarle la atención. Ahora tiene otro papel aún de mayor relevancia: conseguir que la secesión de Cataluña se lleve a cabo con diálogo, sin violencia policial y en gracia de Dios. En eso está ya.

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