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Pablo Montesinos

La noche que Rajoy se revolvió ante Merkel

Un grupo de líderes pidió disolver la reunión y continuar al día siguiente. Se rechazó por mayoría. El pacto tenía que llegar en ese preciso momento; España no podía permitirse un viernes de dudas e hipótesis que supusiera un torpedo en la Bolsa.

Querida Ketty

Podría haber ocurrido lo peor, pero al final España logró su primera victoria política en el marco comunitario, en un camino muy pedregoso y no exento de muchos problemas a la vuelta de la esquina. Pero el viernes, a las cinco de la madrugada, cuando el presidente del Gobierno pronunciaba las tres palabras del éxito –"Ha habido acuerdo"– su rostro reflejaba satisfacción y cansancio, y tal vez debido a la adrenalina acumulada ni tan siquiera esperaba el coche oficial y se lanzaba a las afueras del edificio Justus Lipsius –sede del Consejo Europeo– andando a toda prisa, mientras su también exhausta delegación le seguía a duras penas.

No más de cinco horas después, el presidente regresaba al corazón comunitario, pero en la práctica todo estaba ya hecho. Todo se cocinó y presentó en una única jornada de infarto, que arrancaba poco antes de la una de la tarde en un almuerzo preparado por el Partido Popular Europeo, y en el que Rajoy dijo seco, sin medias tintas, que existen hoy instituciones en España que no pueden financiarse por culpa de la crisis de deuda. Pero, al mismo tiempo, advirtió que no sabía qué podía ocurrir en las horas posteriores y que no podía vaticinar un resultado. Estaba francamente preocupado, una vez que la retahíla de negociaciones previas –también muy intensas, diarias– no había permitido alcanzar un compromiso expreso de ayuda a España e Italia ante los ataques recibidos en los mercados.

Pasadas las dos y media de la tarde, Rajoy entraba en las instalaciones de la UE. Antes de las cuatro, se produce la fotografía de familia, y ocurre algo. El español reclama la atención del italiano Mario Monti y le emplaza a hablar más tranquilos después. Empieza a gestarse la revolución mediterránea. Poco después, ya a la entrada del Consejo, despacha largo rato con el francés François Hollande, mientras que con la alemana Angela Merkel apenas se sabe que se saludaron.

Las señales que comienzan a conocerse de dentro es que todo va con muchísimo retraso, que la cena programada para las siete y cuarto se demora cada vez más... hasta que a eso de las once ocurre algo: las delegaciones españolas e italianas informan respectivamente de que sus mandatarios se han negado a firmar el pacto por el crecimiento y bloqueaban que pudiera salir adelante. Al día siguiente Merkel debía de ir con ese "sí" a su Parlamento a una decisiva votación. Era el momento de la política con mayúsculas y, en el caso de España, de hacer realidad lo que hasta entonces solo era palabrería: confirmar que volvíamos a estar en la locomotora.

Tan importante fue la reunión del Consejo en sí –después limitada en exclusiva al Eurogrupo– como las que se celebraban en las habitaciones paralelas por parte de las diferentes delegaciones. Los papeles iban de una sala a otra casi tan rápido como las tazas de café. Todo fue frenético, muy poco habitual para Bruselas, donde la tradición es ir despacio. Pero el órdago ya estaba encima de la mesa y solo había dos opciones: éxito o fracaso. "Si no se soluciona el problema de la deuda, que afecta a corto plazo, no sirve el pacto del crecimiento, que es a medio", coincidieron Roma y Madrid.

A partir de entonces, el silencio. "Igual que hace una hora. Siguen reunidos. Negociando. Va para largo", escribió un miembro del lado español a las tres de la mañana. Media hora después, Rajoy volvía a tomar la palabra ante sus socios. Hasta el final no hubo acuerdo. Se solucionaban unos puntos, pero se volvían a ellos más adelante. Fue un tira y afloja constante. En un momento determinado, un grupo de líderes pidió disolver la reunión porque no se avanzaba para continuar al día siguiente. Se rechazó por mayoría. El pacto tenía que llegar en ese preciso momento; España no podía permitirse un viernes de dudas e hipótesis que supusiera un torpedo en la Bolsa difícilmente digerible.

Al final, todos cedieron y se consiguió una hoja de ruta. Con muchos peros y mucha letra pequeña, que se irá conociendo una vez pasen los días. Pero Rajoy pudo decir esas tres palabras que sirvieron de bálsamo a la Bolsa y que le hicieron volver a Madrid con orgullo. "Ahora nos toca a nosotros, y vamos a cumplir", afirmó un allegado. "Pero se hace justicia, la UE por primera vez hace algo por nosotros", se dijo entre bambalinas. En público, el presidente rechazó la teoría de que hubiera vencedores y vencidos. Como se dice en círculos políticos, se presiona de puertas para adentro pero a micrófono abierto, todos amigos. Habló de un único triunfador: el euro. Se remangaron las camisas, se pelearon, y España pudo salir con la cabeza bien alta. La única pena: "No poder derrotar también a Alemania en la Eurocopa".

En eso, Ketty, creo que Rubalcaba estará de acuerdo.

Un beso

Pablo

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