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Pablo Planas

Alcaldada Colau, la suma de Rufián, Homs y Gabriel

Ada Colau es una política que se define por lo que odia, no por lo que propone.

Ada Colau es una política que se define por lo que odia, no por lo que propone.
Cordon Press

Ada Colau es una política que se define por lo que odia, no por lo que propone. Odia a la policía, a los comerciantes, a los peatones. Detesta la religión católica, desprecia a los turistas que se dejan una pasta en su ciudad, abomina del orden y siente un rencor patológico por todo lo que sea legal, normal o tradicional. Y se cree una transgresora, una líder llamada a cambiar la faz de Barcelona primero y la de Cataluña después.

Sus nueve meses de mandato han parido una ciudad áspera, una camada de polémicas gratuitas, una colección de gestos demagógicos, legiones de agraviados y algo más que una sensación de impunidad entre okupas, manteros, comecuras y rompepelotas nocturnos. Ha agravado incluso algunos de los problemas que pretendía solucionar y, por lo demás, continúan los desahucios de familias y las okupaciones de jóvenes mal de familias bien. De hecho, en Villa Desahucio, antes Meridiana, no le han vuelto a ver el pelo desde que es alcaldesa. Ahora se desplaza por la ciudad en un monovolumen con los cristales tintados, algo parecido a la furgoneta del Equipo A, de Ada, pero sin pegatinas en la chapa. También ha redecorado su despacho porque alega que sólo había cuadros de Miró, Tàpies, Casas... "Todos hombres", tuiteó la alcaldesa. Fuera con ellos. En su lugar, fotografías de mujeres: la anarquista Frederica Montseny, Mercè Rodoreda, Montserrat Roig, Maria Aurèlia Capmany o la miliciana Marina Ginestà. ¿A dónde habrán ido a parar los cuadros?

Todo esto parece inocuo, puro postureo, como lo de retirar el busto del rey emérito del salón de plenos, cambiar homenaje por mujeraje para celebrar el día de la mujer mundial (Calamaro dixit) o prohibir la pista de patinaje navideña de la Plaza de Cataluña en favor de una muestra de productos de comercio justo y actividades infantiles amenizadas con música de Kortatu.

Colau es el producto político más depurado de Cataluña, la suma antológica de Quico Homs, Gabriel Rufián y Anna Gabriel, todos ellos destilaciones más o menos desafortunadas de los laboratorios Pujol, que empezó su carrera en el negocio farmacéutico. Esta es la gente que manda aquí, la que se presenta ante el juzgado, como Homs, acompañada por todos los miembros de la banda del 9-N, salvo Mas y Puigdemont. La que llama "subnormal" a un diputado del PP por criticar a Otegi. La de Rufián, el Demóstenes que delata el nivel de la cosa nacionalista en el Congreso de los Diputados.

Es el odio contra la justicia, contra España y contra la más mínima noción de la convivencia. La última de la alcaldada Colau, que así la motejan en el Ayuntamiento, ha sido la de prohibir la exposición de flores en la vía pública en el tramo de la calle Valencia correspondiente al Mercado de la Concepción. Y donde antes había un vergel ahora hay cemento. El comercio afectado, cuya particularidad es abrir las 24 horas del día todos los días del año, es una floristería que pagaba sus impuestos por ocupar una parte de la acera con centros o ramos de flores, tiestos de geranios, azaleas, begonias y coronas de espinas, de plantas aromáticas, arbustos de limoneros, troncos de Brasil, retoños de higueras y olivos, enredaderas, bonsais, lirios, jazmines, rosas, caléndulas, buganvillas...

Un auténtico jardín botánico en el Ensanche para solaz de viandantes, punto de encuentro de parejas, un oasis en la ciudad, un rincón conocido y apreciado por todos los barceloneses y uno de los lugares indispensables que señalan las guías turísticas de calidad. Pues se lo ha cargado. Por odiar, Colau odia hasta el amor y los funerales con flores.

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