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Pablo Planas

Cataluña, capital Caracas

El episodio de la tramitación de la ley del referéndum ya es histórico, aunque por razones muy diferentes de las previstas por los separatistas.

El episodio de la tramitación de la ley del referéndum ya es histórico, aunque por razones muy diferentes de las previstas por los separatistas.
EFE

Como en Reservoir Dogs de Tarantino, hay golpes que no salen exactamente como se habían planeado. En algún momento alguien pierde los nervios y todo se precipita y se llena de orejas cortadas, dedos amputados y salpicaduras de sangre en el techo. En teoría, nada podía fallar. En la práctica, la inmensa mayoría de los atracos perfectos acaban mal o peor.

Remitir a la cinematográfica banda de los señores de colores para ilustrar lo que ha pasado este miércoles en el Parlament es una manera muy suavizada de describir la carnicería en la Cámara dirigida por Carme Forcadell y ordenada por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Le podrían haber prendido fuego al edificio y no agravarían el desprecio a la democracia, la vulneración de las leyes, la burla al parlamentarismo y la suspensión de los derechos políticos de los representantes de la mayoría de los ciudadanos de Cataluña, porque el bloque separatista suma más escaños, pero menos votos que quienes en diversos grados y por variadas razones no están por romper (nunca o ahora y de esta manera) la unidad de España.

El episodio de la tramitación de la ley del referéndum ya es histórico, aunque por razones muy diferentes de las previstas por los separatistas. Las trampas y astucias para colar la norma en el pleno han encontrado una fuerte resistencia formal por parte de los diputados de la oposición, cuyo empeño en que el golpe se ajuste a los cauces y protocolos parlamentarios ha descuadrado el cronograma secesionista. No estaban previstas bolsas de emboscados tan pertinaces.

Elogio aparte y más destacado merecen el secretario general del parlamento, Xavier Muro, y el letrado mayor de la cámara, Antoni Bayona, cuya resistencia a las tropelías de Junts pel Sí y la CUP no cuenta con más respaldo que su sentido de la legalidad, del cumplimiento del deber y del respeto a las más elementales nociones de la democracia. Han sido arrollados, pero su diligente y ejemplar profesionalidad refuta el discurso separatista de que los funcionarios de Cataluña están a favor del referéndum y dispuestos a colaborar de grado en su celebración.

No es en absoluto previsible que los nacionalistas adquieran conciencia del lamentable espectáculo ofrecido y recapaciten. No lo han hecho nunca, ni siquiera después de convertir una manifestación contra el terrorismo en un acto separatista contra España en el más absoluto desprecio por las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils.

En su descabellado camino se les ha caído otra careta, la de exquisitos demócratas. Ese Parlamento en el que durante años no se habló español, ese hemiciclo en el que mandó como un cacique Jordi Pujol, esa cámara profanada de todas las maneras posibles durante más de tres décadas y en especial durante el llamado proceso asistió este miércoles a su jornada más aciaga, un golpe a la democracia al más puro estilo bolivariano. En cualquier taberna de dudosa reputación las normas están más claras y merecen más respeto. Cataluña, capital Caracas.

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