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Pablo Planas

Colonos y fascistas

Desde que Pedro Sánchez decidiera indultar a los líderes encarcelados de la asonada separatista del 17, el diálogo en Cataluña ha adquirido unos tonos y matices sumamente peculiares.

Desde que Pedro Sánchez decidiera indultar a los líderes encarcelados de la asonada separatista del 17, el diálogo en Cataluña ha adquirido unos tonos y matices sumamente peculiares.
La supremacista Laura Borrás. | EFE

Desde que Pedro Sánchez decidiera indultar a los líderes encarcelados de la asonada separatista del 17, el diálogo en Cataluña ha adquirido unos tonos y matices sumamente peculiares. Por ejemplo, Pere Aragonès, el que fuera becario de Junqueras y ahora presidente de la Generalidad, muestra su voluntad de concordia pasando de la reunión de presidentes autonómicos porque él, supone, no es como la presidenta de La Rioja o el presidente de Murcia, sino mucho más.

Al tiempo, la presidenta del Parlament, la posconvergente Laura Borràs, declara en un periódico separatista que la cámara que preside es como un circo porque los partidos "españolistas" han importado las formas del Congreso de los Diputados y nunca se había visto tanto alboroto ni tanta intervención de cara a la galería. Y lo dice una individua procesada por corrupción, que daba subvenciones a un amigo al que además instruía para trocear los contratos; una tipa que entre ser funcionaria de la Generalidad o del Estado eligió el Estado mientras renegaba en público de España, una sujeta que dirige las sesiones del Parlamento como si la cámara fuera su cortijo, obsesionada con interrumpir a los portavoces no nacionalistas y que se maneja con unos aires de diva autoritaria que rezuman supremacismo.

Y sí, miembro de una de las facciones que dio un golpe de Estado en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre de 2017. Dice Borràs que el Parlament es un circo por culpa de los diputados no nacionalistas. Hay que tener cuajo y ella lo tiene. También para lucir una camiseta con la frase "¿Por qué artículo me pide la palabra?", pregunta que entonada con tremenda suficiencia no se le cae de la boca cada vez que trata de intervenir un parlamentario que no sea de su cuerda o afín a sus tesis. Su desempeño del cargo es todo un espectáculo, aunque más propio del parlamentarismo bielorruso que del español.

Pero el caso que mejor retrata el diálogo tras los indultos es el acontecido días atrás en el claustro de la Universidad de Barcelona, cuando un profesor llamó a otro "colono" y "fascista". La diana de las invectivas fue Ricardo García Manrique, catedrático de Filosofía de Derecho que hace ostentación de la funesta manía de no ser independentista. El rector, un tal Guàrdia, alegó ante las protestas de García Manrique que el profesor que le había llamado "colono" y "fascista" lo había hecho al amparo de las reglas de la cortesía académica mientras que los 180 asistentes al claustro guardaban silencio porque estaban de acuerdo con las apreciaciones del insultador, un profesor de Historia del Arte llamado Carles Mancho, o porque no se atrevían a protestar en público.

Esta obra cumbre del diálogo no es inédita en la sociedad catalana. Al contrario. Se da con mucha frecuencia y más ahora que el Gobierno ha abierto una nueva etapa con el Govern de máxima concordia y voluntad de cooperación. Los representantes independentistas departen con los representantes del Ejecutivo mientras con alegría renovada se pisotean los derechos de los ciudadanos que se resisten a comulgar con las ruedas de molino del separatismo, diálogo incluido.

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