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Pablo Planas

Fracaso del 155 y pucherazo

Hay cosas en Cataluña que no cambiarán ni aunque el separatismo se dé un batacazo colosal y se pueda arbitrar un Gobierno no nacionalista sin hipotecas sociopodemitas.

Hay cosas en Cataluña que no cambiarán ni aunque el separatismo se dé un batacazo colosal y se pueda arbitrar un Gobierno no nacionalista sin hipotecas sociopodemitas.

Hay cosas en Cataluña que no cambiarán ni siquiera en el caso de que el separatismo se dé un batacazo colosal en las urnas y se pueda arbitrar un Gobierno no nacionalista sin hipotecas sociopodemitas. Resulta ridículo invocar la aplicación del artículo 155 durante un mes y medio frente a la inmensidad de una red clientelar tejida durante cuatro décadas de separatismo.

El peculiar sistema escolar de Cataluña es una de esas estructuras por las que el Estado ha pasado de largo a pesar de tener constancia no sólo de los estragos del perverso y enfermizo método de la inmersión lingüística sino de la carga de adoctrinamiento en la superioridad catalana y la derivada del odio a España que predican unos maestros mutados en comisarios políticos desde preescolar hasta la universidad.

Han pasado sólo unas semanas del simbólico acto en el que los directores de instituto entregaron a Puigdemont las llaves de sus centros para celebrar el referéndum ilegal del 1-O. Los siguientes días se dedicaron con extremo celo a inculcar en los críos un rencor ciego y absoluto contra la Policía y la Guardia Civil. Y no es que no les importara que entre los discípulos hubiera hijos de agentes de esos cuerpos, sino que se cebaron especialmente en ellos.

La situación no ha cambiado ni cambiará. Ni se cumplen las sentencias sobre la introducción de una tercera hora de español ni los padres que pretendan hacer valer sus derechos se librarán del señalamiento orquestado por una comunidad educativa infectada por los partidos, por las Administraciones nacionalistas y por unas órdenes religiosas cuyos responsables están en la vanguardia del proceso separatista y parecen gozar a tope con el aplastamiento de los disidentes.

Tampoco van a cambiar los medios públicos y los subvencionados que bombardean las consignas del catalanismo y mantienen un ecosistema informativo en el que un exterrorista como Carles Sastre, condenado por la muerte del empresario José María Bultó, es presentado primero como un "gran reserva del independentismo" y luego como el comprometido líder sindical que monta huelgas de "país" sin que se haga mención a su violento pasado. En la Cataluña mediática, Arnaldo Otegui es un reputado pacifista al que se entrevista con unción, mientras es consideración generalizada que Inés Arrimadas y Xavier García Albiol son unos despreciables seres fachas.

Los intereses de cientos de miles de funcionarios y empleados públicos, así como de cientos de medios y de miles de contratistas de las Administraciones del tres por ciento, dependen del mantenimiento del régimen nacionalista. Frente a semejante ejército, el 155 no ha sido nada. La jefa de campaña de Puigdemont se ha mantenido tan ricamente en su puesto de la Generalidad. El único damnificado ha sido el major Trapero, ahora emérito y al que han dado un despacho sin vistas con un archivador vacío. Pase lo que pase este jueves, el 155 ha sido un gatillazo, un espejismo, un anuncio sin contenido que sólo ha servido para poner sobre aviso a más de diez mil apoderados separatistas con instrucciones precisas para dar el pucherazo del siglo.

Otra cosa que no cambiará a partir de mañana es que a Arrimadas se le pueda llamar "puta" por la calle en plan cívico nacionalista de lacito amarillo, aunque gane las elecciones en votos y en escaños, lo que puede resultar tan histórico como estéril.

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