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Pablo Planas

La liberación "nacional, social y sexual"

Qué manía en Cataluña con quemar libros, con el sexo de las esponjas marinas y con echar la culpa de todo a España.

Qué manía en Cataluña con quemar libros, con el sexo de las esponjas marinas y con echar la culpa de todo a España.
EFE

La Candidatura de Unidad Popular (CUP) es algo así como la conciencia pava de la izquierda nacionalista y el nacionalismo de derechas, los tres deseos del mago de la lámpara, la destilación más rotunda de la escuela pujolista, la formación política que le quiere pegar fuego, en teoría, al sistema que les ha criado a cuerpo de rey. Un/una chico/a de la CUP le metería un cóctel molotov a un cajero de la banca, pero jamás renunciaría en su vida de boy-scout a los principios básicos de la inmersión lingüística. Lo cuestionan todo, menos el meollo. No les va mal. Y acceden al sistema porque son más antitampones que antisistema.

Lo acaba de demostrar la CUP de Manresa, localidad principal de la provincia de Barcelona, el corazón de Cataluña y la referencia urbana más próxima a la abadía de Montserrat. Estamos en la desconexión, en la desobediencia, pero también en la revolución social, guerra y colectivización. De ahí que la CUP plantee un cambio radical en la higiene íntima de las adolescentes manresanas. Fuera támpax y hola esponjas marinas, copas menstruales y compresas de trapo. El proceso exige procedimientos ecológicos y sostenibles y los tampones no son ni una cosa ni la otra, según los ideólogos cuperos. Nada queda fuera del alcance de la CUP y sus teóricos. No sólo tienen un plan para proclamar la independencia de los países catalanes (creen que la Franja, parte de Francia, la Comunidad Valenciana, las Baleares y un trozo de Murcia son Cataluña), salir de la Unión Europea e imponer la economía de intercambio y el idioma único. Quien ha previsto el escenario de una república catalana también ha diseñado una sociedad ideal, concienciada hasta el punto de aceptar las costumbres de higiene íntima promulgadas por el partido, sea por patriotismo o por placer, porque entre un rígido tampón de algodón y una esponja marina blandita y redundantemente esponjosa no debe haber color.

Pero no se trata de la CUP de Manresa. La de Barcelona discurre, un decir, por los mismos derroteros. Josep Garganté, alias Olaf el Vikingo, es el ariete cupero condal, el conductor de autobuses que lo mismo intenta coaccionar a un médico para que altere el parte de lesiones de un mantero que lanza en el Salón de Plenos un puñado de fotocopias de billetes de quinientos euros. Consumado actor, Garganté se ha liado a soflamas este miércoles en la comisión de presidencia de la Casa Gran de la Ciudad Condal. Andaban por los suelos de la risa con la Constitución los señores ediles. El PP había presentado una propuesta para que el día de la Carta Magna del 78 tuviera una agenda oficial en Barcelona (algo menos ostentoso, en cualquier caso, que las fiestas del 85 aniversario de la Segunda República) cuando Garganté, cráneo rapado, barba de leñador, tatuajes del Che, amor y odio en los nudillos, se ha encendido como una moto y ha proclamado que ellas (sic), la CUP, están por la "liberación nacional, social y sexual". "¡Al fuego la Constitución!", ha añadido. Qué manía en Cataluña con quemar libros, con el sexo de las esponjas marinas y con echar la culpa de todo a España. La regla como metáfora de la Constitución...

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