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Pablo Planas

Mariano o Maduro en sede judicial

El prestigio de don Mariano está intacto. No se enteraba ni se entera de nada. Lo suyo, adujo, es la política. Vamos, que no limpia pescado.

El prestigio de don Mariano está intacto. No se enteraba ni se entera de nada. Lo suyo, adujo, es la política. Vamos, que no limpia pescado.
EFE / YouTube

Nuevas pésimas. Iba a testificar el ciudadano Mariano Rajoy en el juicio de la Gürtel de la Audiencia Nacional y dijo lo que le salió del pijo el presidente del Gobierno, suavemente amonestado por el presidente de la sala, Ángel Hurtado, cada vez que Su Excelencia se excedía en la respuesta y se recreaba en la suerte de zarandear a los superados letrados. Mucho pollo es Rajoy para tan poco arroz. Y mucho más con el árbitro a favor. "Vamos, venga, vamos", pastoreaba el magistrado al troyano para abroncar luego sin piedad a los tirios.

El prestigio de don Mariano está intacto. No se enteraba ni se entera de nada. Lo suyo, adujo, es la política. Vamos, que no limpia pescado. Un espíritu puro y alérgico al contacto con el dinero, que es una ordinariez. ¿Para qué están los tesoreros? Es la misma línea de defensa de Artur Mas en el caso Palau y en el 3%.

Por la misma regla de tres que blinda a Rajoy, Mas cuenta que él está limpio como la patena, ya sea en el partido o cuando fue president. Todos los presuntos pelotazos superan la capacidad de control de quien como él ha consagrado su vida al homérico empeño de llegar a Ítaca y proclamar la república catalana. Es que no le queda tiempo para nada más. Lo mismo que le pasaba a Jordi Pujol.

La diferencia entre Arturo y Mariano es que no hay ningún testigo que mantenga la presencia concreta y exacta de Rajoy en el escenario del crimen, mientras que en el caso de Mas son varios los testimonios que coinciden en señalar que era quien daba instrucciones a los empresarios para gestionar el pago de las comisiones con Germà Gordó, exgerente de Convergencia, exsecretario del Ejecutivo catalán, exconsejero de Justicia y ahora diputado autonómico no adscrito investigado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) en relación a la corrupción convergente. Es un matiz que, lejos de avalar la virginidad del presidente del Gobierno, sustenta la condición de bulto sospechoso del expresidente de la Generalidad. Claro que con un buen abogado, palabra contra palabra. El héroe del 9-N contra Pérez García, del ramo del tocho.

Pero hay más diferencias. Por primera vez un presidente del Gobierno ha tenido que comparecer como testigo en un juicio, personarse en el estrado (si bien con privilegios inimaginables para un simple ciudadano) y contestar las preguntas (o lo que fuera) de unos abogados que por desgracia mostraron menos fuelle que el público de un Tengo una pregunta para usted amañado. No es para tirar cohetes ni un ejemplar y edificante ejercicio de separación de poderes, pero la perfectible democracia española ha superado una nueva prueba de carga. El presidente del Gobierno ha estado a disposición de un grupo de hombres sin piedad. Cosa distinta es que los togados naufragaran a las primeras de cambio.

Para ser una democracia fallida, autoritaria, posfranquista y otomana, según los separatistas catalanes, no está mal que alguien pueda llamar impertinente a Rajoy en sede judicial sin consecuencias relacionadas con su integridad física o civil. No es probable que Maduro o Erdogan aceptaran la situación. En cuanto a la escenografía, el contraste entre el "sistema" español y el ideal republicano catalanista es más agudo si cabe. Rajoy ha entrado en coche tintado y rodeado del dispositivo de seguridad necesario para justificar su recurso sobre el dispendio de desplazarse veinte kilómetros más allá de Moncloa DF, frente a la baratura de testificar por Skype. Mas y sus adláteres se hacen acompañar de hordas de alcaldes y altos cargos, fletan autobuses, rodean el juzgado, mitinean a las puertas y presumen de tener listas de jueces y abogados desafectos al independentismo. Ustedes mismos.

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