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Pedro Bonofiglio

Que pase el que sigue

Quiero que el rival de Argentina sea Alemania. Lo quiero y lo deseo con todo mi corazón. Lo pido por las lágrimas de mi padre, a quien solamente he visto dos llorar dos veces en su vida: en 1978 y 1986, cuando Argentina fue campeona del mundo.

No quiero mostrar en este artículo aristas soberbias. Está lejos de mi objetivo, pero… ¿qué quieren que les diga? Quiero que pase el que sigue, se llame Alemania, Brasil... el que sea. Si tuviera la oportunidad de elegir un equipo en cuartos, quiero que sea Alemania. Por las cuentas pendientes. Ése es el motivo.

Primer enfrentamiento en los mundiales entre Argentina y Alemania: Suecia ‘58. El equipo sudamericano venía de hacer una gira previa por Europa en la que había arrasado en todos los amistosos que le tocó jugar. El entonces técnico de la albiceleste, Guillermo Stábile –también goleador del Mundial de Uruguay 1930–, llamó a última hora a Ángel Labruna, vieja gloria del fútbol argentino, ante la espantada en 1957 de las mejores figuras que tenía el equipo, campeón de todo. Esos jugadores tenían ofertas procedentes del fútbol europeo que no podían rechazar, y ese equipo de ensueño se quedó sin una figura fundamental como es Enrique Omar Sívori (de San Nicolás, como quien escribe).

De todos modos, el rendimiento en esos partidos amistosos fue descomunal, y se llegó a la cita sueca con aires de grandeza, que la selección alemana se encargó de bajar. Abrió el marcador el Loco Corbatta, aunque los de Fritz Walter colocaron después las cosas en su lugar y el partido terminó con victoria por 3-1 para los campeones mundiales en 1954. Argentina no pasó la fase de grupos en ese Mundial. En el aeropuerto de Buenos Aires llovieron monedas a su llegada. ¡Que no se asusten ahora los italianos y los franceses, pues no es la primera vez que pasa!

Luego el destino quiso que Argentina y Alemania se encontraran nuevamente en la final de México’86. Fue el peor partido de Maradona en todo el Mundial al estar bien defendido por los alemanes. Pero lo único que hizo Diego fue un pase al espacio para Burruchaga: el volante marcó el tercer gol y la Copa se fue para Argentina.

Final de Italia’90, otra vez Alemania y Argentina. Los teutones querían revancha y tenían la sangre en el ojo. La suerte, que a veces es inadmisible, por primera vez pasa del lado de la albiceleste y se va para la Mannschaft. Brotan las lágrimas más famosas del mundo del fútbol, las de Diego con la medalla de plata en su pecho.

Alemania 2006. El conjunto argentino, entonces dirigido por José Pékerman, fue superior a los anfitriones en todo el encuentro hasta que se llegó a los penaltis, esa suerte inadmisible que se puso a favor de los de Jürgen Klinsmann. Otras lágrimas recorren el mundo, las de Cambiasso. Otra vez...

Por las lágrimas de Diego, por las de Cambiasso, y por qué no, por las mías, quiero que el rival de Argentina sea Alemania. Lo quiero y lo deseo con todo mi corazón. La historia me obliga a ser valiente en mis deseos, porque no quiero que el llanto quede impagado sin ningún tipo de retribución futura. Lo pido también por las lágrimas de Stábile, de Corbatta, de Labruna, de Ayala, de Pékerman, de los millones de argentinos que están en el país y los que estamos fuera. Y también lo pido, de manera egoísta, por otras lágrimas, las de mi padre, a quien solamente he visto dos llorar dos veces en su vida: en 1978 y 1986, cuando Argentina fue campeona del mundo.
 

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