Menú
Pedro de Tena

De la imposibilidad de lo racional en política

Preferible la lucha, la tensión, la discrepancia, incluso la maldad. Sí, la libertad es el primer valor.

Siento envidia de los científicos que son capaces de proponer conclusiones que pueden ser falsadas mediante experimentos y pruebas adecuadas, por discutidos que sean. No siempre es fácil, pero las mediciones de Michelson Morley, las observaciones de Eddington o, muy recientemente, las pruebas que han hecho posible la aceptación de la existencia del bosón de Higgs hacen imposible que en la familia científica alguien proponga algo que pueda ser aceptado sin más como conforme a los hechos. Y luego, claro está, se deducen predicciones y leyes que –nada más hay que ver un avión– funcionan. Ciertamente, hay mentiras en la ciencia, algunas clamorosas, pero desde luego la bomba atómica explota, el cohete espacial orbita y los puentes, por poner un ejemplo más terrestre, no se caen. Los ciudadanos pueden confiar en las conclusiones de la ciencia y sus proclamaciones pueden ser comprobadas.

Nada de esto ocurre en la política, a pesar de los milenios que se lleva practicando. Se ha tomado como pilar de la ciencia política el manual de Maquiavelo, que sencillamente reproducía el comportamiento de un príncipe concreto pero más bien es la ciencia del político amoral y sin escrúpulos. Si los Reyes Católicos, Carlos I e incluso Felipe II hubieran actuado así, España sería la potencia más extensa e intensa de la humanidad. El principal problema con el que nos encontramos es que no hay siquiera consenso en la definición de la política. Mientras, para resumir, unos la consideran como la ordenación de los medios públicos para conseguir el bien cómún usando medios morales, otros la entienden como instrumento de la lucha de clases para derrocar a una de ellas e instaurar la dictadura de la otra usando todo tipo de medios, y algunos más la imaginan como el método para hacer real sus utopías nacionales sin reparar en la verdad o la decencia.

En el caso de España, ni siquiera esa palabra, España, que parecía ya decidida en la última Constitución, se comprende del mismo modo. Pero es más, es que ningún estudioso ha afrontado el problema de cómo discernir políticas económicas concretas que benefician a las mayorías en un tiempo razonable de otras que hunden a las mayorías en crisis que las arruinan. Con el tiempo que ha pasado, ya debería saberse empíricamente si las subidas de impuestos, verbigracia, favorecen el desarrollo de una sociedad o si los Planes B contribuyen o no al desarrollo. Si esto es así en economía, repasen qué ocurre en asuntos como la familia, la educación, el medio ambiente, la empresa, la religión, la cultura...

En la política reside aquello que maravillaba a Kant, "el mundo moral en mí", la libertad, ese milagro compatible con las leyes del "cielo estrellado sobre mí". Pero en esa libertad de la política, además de las conductas sinceras, más o menos argumentadas y coherentes, caben las farsantes, las hipócritas, las amorales e incluso las terroristas. Entonces es cuando siento envidia de la ciencia, de una mirada en la que pudiéramos concertar todos y por consenso un futuro común.

Y entonces es cuando uno cae en la cuenta de que tal cosa no es posible porque tal cosa podría representar el fin de la libertad del horizonte de las sociedades. En la política cabe la opinión, la doxa, no la ciencia, la episteme. Preferible la lucha, la tensión, la discrepancia, incluso la maldad. Sí, la libertad es el primer valor.

En España

    0
    comentarios