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Pedro de Tena

El caso Pepe Torres

Conocí a Pepe Torres cuando era un agricultor granadino bastante acomodado.

A estas alturas de la historia de España, es casi imposible sorprenderse de los comportamientos de sus dirigentes. Pero, confieso, que el caso Pepe Torres, del que acabamos de conocer una segunda parte que empezó con el caso de la concejala Isabel Nieto, me ha dejado perplejo.

Conocí a Pepe Torres cuando era un agricultor granadino bastante acomodado, militante del PP, luego diputado en el Parlamento andaluz. Torres formaba parte del ala arenista. Esto, que hoy parece del paleolítico superior, tenía su importancia entonces cuando José María Aznar trataba de sobreponerse a la herencia fraguista más conservadora. Javier Arenas era el hombre de Aznar en Andalucia, frente a Miguel Arias Cañete, Gabino Puche y otros de la vieja escuela, y Pepe Torres creció como uno de los hombres de Javier Arenas en Granada.

Pepe Torres, con la astucia del hombre de campo en las venas, llegó a ser delegado del gobierno en Andalucía tras la "dulce" derrota de Felipe González en marzo de 1996 y no se recuerda problema alguno en su gestión. Es más durante su mandato se llevó a cabo el nuevo PER que arrebataba a los alcaldes, en su mayoría socialistas, las decisiones sobre sus planes y empleos. agrarios

Dicharachero, chistoso, castizo, de la derecha de toda la vida pero con un talante liberal y conciliador, llegó mucho después, en 2003 a ser alcalde de Granada y hasta este año, nadie había dudado de sus buenas maneras y su honradez. Precisamente su amigo de entonces, Javier Arenas, lo presentó como un hombre honrado, en el club Antares de Sevilla donde iba a dar una conferencia hace 20 años. Honrado, dijo que era, en el mejor sentido de la palabra honrado. "¿Qué es la honradez?", se preguntó: pensar, decir y obrar en la misma dirección. Y añadió: "Con un hombre honrado se puede estar de acuerdo o no en sus ideas, pero no se puede discutir su honradez, su limpieza, su honestidad."

La conferencia de Pepe Torres en aquel club consistió en el análisis de tres fracasos, el primero, el de la viejas clases poderosas andaluzas con los ojos puestos en Madrid e insensible a los sufrimientos de una región. El segundo fracaso fue el de la reacción violenta animada por las ideologías incendiarias y su derrota ante el franquismo que, durante 35 años, fue incapaz asimismo de lograr el desarrollo andaluz. El tercer fracaso, dijo, fue el del socialismo que, amparado en una idea falsamente regeneracionista, sólo sirvió para apuntalar un régimen monopartidista e ineficaz donde los andaluces seguían entonces, 14 año después, en 1996, a la cola de los indicadores de bienestar de la nación española.

Naturalmente, se proponía tres grandes objetivos: superar el atraso económico y engancharse al tren europeo de la productividad y la competitividad; el fin del guerracivilismo que todavía entonces enarbolaba el PSOE con una saña notable y la necesidad de un potente espíritu empresarial andaluz defendido por una sociedad civil poderosa e influyente, capaz de competir en el mercado nacional e internacional.

Sabemos que el poder corrompe y que a veces lo hace absolutamente. Pero, ¿qué ha ocurrido en el PP para que esa visión esperanzadora de Andalucía y de España se haya trocado en un amargo naufragio donde los casos de corrupción se suceden, desde el Gürtel a los sobresueldos, desde Valencia y Baleares a Madrid y ahora, lleguen a las orillas de Granada?? Los votantes populares, losmás sufridos e insultados de España, llevan desconcertados, tal vez asqueados - espantás inexplicadas e imposiciones de por medio - cuatro años?

Yo he conocido a Pepe Torres y no pongo al mano en el fuego por nadie. Permítanme que presuma su inocencia, un principio básico de la democracia que los españoles llevamos años olvidando, muy especialmente los periodistas, a los que nos toca informar sabiendo que la mera información se muta de manera inmediata en acusación en este país enfermo de odios y sectarismos.

Independiente de lo que resulte al final de este penoso suceso para los votantes del PP andaluz, de lo que ya no le puede caber duda a nadie que esté en su sano juicio es de que los moderados andaluces, conservadores, liberales e incluso socialdemócratas, tienen que propiciar un cambio de rumbo, de ritmo y de sentido si quieren que el camino de la transición no se vea derruido por nuevos precipicios de los que el socavón de los cachorros dictatoriales del fanatismo violento no será el peor. El más grave será la desconfianza generalizada hacia la democracia, sus instituciones y sus representantes.

Si la democracia española heredera de una transición reconciliadora, dominada por personajes pequeños y mezquinos, es incapaz de reformarse, otros igual de pequeños y mezquinos pero decididos, se encargarán de deformarla hasta el tuétano.

En España

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