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Pedro de Tena

El PSOE de Sánchez y el espejismo del centro derecha español

Aspirar a hacer un partido que represente y vertebre, así lo llamaron en 1982, a toda la sociedad es precisamente aspirar a una tiranía.

Aspirar a hacer un partido que represente y vertebre, así lo llamaron en 1982, a toda la sociedad es precisamente aspirar a una tiranía.
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sanchez, saluda ante el Plenario en la clausura del 40 Congreso Federal. | EFE

Hemos pasado todo el fin de semana hablando del PSOE de Pedro Sánchez, de los discursos "críticos" de Felipe González y de otras bagatelas servidas por el servicio de orden ideológico de la gran organización que es el PSOE. Para entendernos, lo que hay que tener en cuenta es que el PSOE, desde su fundación, ha tenido claro que para llegar a conquistar el poder hacen falta dos cosas decisivas: una organización y una disciplina internas. Dicho de otro modo más comprensible, el PSOE es El Corte Inglés o el Mercadona, si se quiere, de la política. A su lado, el PP, Vox, Cs y los demás (salvo el PNV y el viejo PCE ya cadáver), son tenderetes incapaces de competir con quienes quieren conseguir el mando único en la sociedad y el Estado. Ni siquiera tienen claro, fíjense, qué es lo que deben defender y cómo conseguir que los adversarios no los borren del paisaje político.

Lo que ha logrado este fin de semana Pedro Sánchez es la foto compacta de la unidad, de la organización y de la disciplina, los mecanismos esenciales de la conquista del poder. No, no para ganar unas elecciones democráticas, sino para seguir jugando con las formalidades constitucionales y legales para penetrar y dominar las instituciones de modo que el PSOE, y lo dijo González ayer en un arrebato de sinceridad, sea el gran partido que representa a la sociedad, a toda ella. Justamente lo contrario de lo que es una democracia liberal en la que hay partidos que no representan a todos, y por ello son partidos, parte, y en la que hay una sociedad civil separada de la política que es capaz de erigirse en poder activo e insumiso. Aspirar a hacer un partido que represente y vertebre, así lo llamaron en 1982, a toda la sociedad es precisamente aspirar a una tiranía.

Ese es el problema de España: Un PSOE, que pudo ser en aquel año capital el artífice de una democracia real, compartida, con equilibrio de poderes y duradera en una sociedad plural y crítica, no quiso hacerlo porque lo que anhelaba, en realidad, era recuperar su programa republicano federal del pasado para deshacer su responsabilidad en la guerra civil.

Para lograrlo, enmendó el error religioso (se acabó la persecución abierta y se pasó al buen rollito) y el error mediático (se erigió un potente sistema de medios de comunicación ligados a su ideología) y, con la ayuda inexplicable de un desnortado PP, torpedeó con los separatistas la idea de la unidad nacional, y por ello, la de una monarquía, cautiva de sus defectos, bajezas y herencias. Luego, pacientemente, se puso a la tarea de agujerear la Constitución de 1978 eligiendo la estrategia de la tela de araña para situarse en el vértice decisivo de todas las instituciones del Estado desde la Justicia a las Cajas de Ahorros, desde el Ejército a las Policías, desde la Educación y la Universidad a la Administración del Estado, desde el Ibex 35 a las organizaciones empresariales y sindicales e incluso las Onegés.

Todo ello culturalmente justificado en el supremacismo que se deriva de un "racismo" intelectual, ético y estético. Sólo sus votantes y partidarios son científicos, buenos y bellos (sin que la historia demuestre nada de eso, antes al contrario) y todos los demás, o se avienen a ser compañeros de viaje o son nostálgicos del franquismo. constituyendo parte de una raza política inferior que defiende el capitalismo, la propiedad, las libertades, la independencia judicial, la administración limpia y neutral, las reformas moderadas y consensuadas, el derecho a la continuidad de lo que funciona y la alternancia democrática.

Frente a toda esta maquinaria implacable, que no empezaron sino que continuaron Pedro Sánchez y José Luis Rodríguez Zapatero, lo que llamamos, por llamarles algo, el centro derecha liberal y conservador no parece tener idea de lo que está ocurriendo o ha aceptado ya ser, al menos en parte, compañero de viaje de la única fuerza política organizada para ejercer el poder que hay en España. Pero de lo que se trata es de si es capaz de dotarse de una organización, de una disciplina y de unos resortes capaces de resistir la invasión que la izquierda está haciendo de la primitiva Constitución y sus leyes derivadas.

Creerse que el congreso del PSOE ha evidenciado rendijas, grietas y fisuras en el proyecto que dirige ya con claridad Pedro Sánchez, una vez desarmado y cautivo el engendro podemita, es de tontos de baba. El PSOE de este fin de semana – casi con todos los cadáveres del armario blanqueados, resucitados y firmes para la ocasión -, es la demostración de que, una vez conseguida la impresión de unidad, disciplina y potencia organizativa, la fase final del proceso ya está en marcha.

Es imprescindible que los partidos que aspiran a representar a quienes no queremos ese tipo encubierto de tiranía social-comunista-separatista que se prepara, comprendan que hay que ganar ampliamente las próximas elecciones como primer dique de contención de lo que se nos viene encima. Después, junto con el zurcido del tejido económico y social desbaratado, hay que iniciar un proceso de unificación que defina una estrategia clara y suficiente que podamos compartir muchos para hacer que el frente popular de la izquierda se vea obligado a negociar lo que será, no tengo ya la menor duda, una nueva Constitución. Pero esta vez deben fijarse con claridad las bases y los detalles de una democracia limpia y un Estado de derecho sin los recovecos y minas que han permitido el dinamitado del espíritu, la letra y la música de la Transición. O eso, o apaga y vámonos.

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