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Pedro de Tena

España necesita un sindicalismo de la libertad

España necesita un nuevo sindicalismo de la libertad, plenamente autónomo de los partidos y defensor de la dignidad y la posición de cada trabajador y del conjunto de ellos en la maquinaria económica, social, política y cultural de España y Europa.

 

En realidad, tenemos como representantes mayoritarios de los trabajadores a dos partidos disfrazados de sindicatos o, como ya rectificamos, a una tropa de políticos con la máscara de sindicalistas. Sólo mucho más abajo en la escala del poder sindical e incluso al margen aparecen sindicatos profesionales e independientes, CSIF y otros similares locales o de ramo y sigue luchando uno, en su día procedente de la Iglesia, Unión Sindical Obrera, al que han vaciado de militantes y afiliados  todos los "durmientes" adversarios que actúan en su interior para destrozarlo a la primera ocasión. Lo han hecho ya varias veces. En estos últimos y otros sindicatos profesionales, en la parte moderada de CGT y tal vez en algunos sectores genuinos de CCOO está la posibilidad de edificar un nuevo sindicalismo profesional que libere a los trabajadores españoles de este paripé al servicio de políticos insensibles a los intereses reales de los trabajadores.

No creo en las huelgas políticas, y toda huelga general lo es, incluso esta última aunque nadie sepa qué se buscaba con ella. Creo en las urnas, en el voto secreto individual sin coacciones y en el diálogo social con acuerdos cuando sean posibles. Pero en particular abomino de esta reciente huelga porque ha sido la farsa más grande jamás contada donde un partido, el PSOE, aparece como bueno y malo al mismo tiempo, anima suavemente a la huelga pero la hace fracasar con ternura o la atiza con una reforma laboral que ninguna derecha se hubiera atrevido a proponer, no sólo por antisocial sino sobre todo, por ineficaz e inútil. Pero oh, milagro, el PSOE de Zapatero consigue que sus subordinados sindicales propaguen una huelga general contra todos menos contra el Gobierno socialista al que han soportado, desde hace años, la sangría de puestos de trabajo, la hemorragia de cohesión social nacional vía deterioro de la Seguridad Social impresionante y también por la vía de la genuflexión ante los nacionalismos.

Esta huelga ha sido un cachondeo. Lo ha sido por lo ya dicho y porque ha sido una huelga impropia, retrasada tres meses con el fin de dar tiempo a un Gobierno absurdo que toma medidas según convenga a un iluminado sin escrúpulos para seguir en el poder, y trufada con congelación de pensiones, bajada real de salarios en determinados sectores y tasas crecientes de paro, dramas ante los que los disfrazados sindicales han callado como... estatuas durante años. Eso sí, sin dejar de perder ni un euro en ayudas, subvenciones, negocios varios y liberados miles.

Los trabajadores españoles necesitamos otro sindicalismo, un sindicalismo que respete la decisión sabia y antigua del original movimiento obrero de que la mejora de las condiciones de vida y trabajo tiene que ser obra de los mismos trabajadores sin dependencias políticas ni económicas. El trabajo es, de por sí, una gran fuerza social, económica y moral que generó en su día en España fondos de ahorro, fondos sanitarios, fondos de consumo, fondos solidarios y fondos de crédito y cooperación. Y los sigue generando aún más en nuestros días. Todo aquel movimiento que se dio en la España de 1840 a 1864, defensa, de educación y de presencia civil fue destrozado por partidos e ideologías que buscaban la conquista del poder e imponer sus ideologías, utilizando a los trabajadores como fuerza de choque y carne de cañón. De haberse seguido aquel camino original reivindicativo y asociativo, prudente y firme, un camino, este sí, esencial y específicamente de los trabajadores asalariados, hoy éstos y los autónomos españoles tendríamos bajo nuestra influencia desde las Cajas de Ahorro a la Seguridad Social pasando por grandes establecimientos de consumo, educación y solidaridad.

Nada nos interesa a los trabajadores más que la libertad vinculada a la justicia y a la solidaridad, pero destacadamente la libertad. Sin ella no sólo no hay justicia ni solidaridad. Sin ella, tampoco hay prosperidad, vida posible, mejora y futuro. España necesita un nuevo sindicalismo de la libertad, plenamente autónomo de los partidos y defensor de la dignidad y la posición de cada trabajador y del conjunto de ellos en la maquinaria económica, social, política y cultural de España y Europa. Y desde esa autonomía y sin dependencias, influir y colaborar en la vida política para mejorar aquellas condiciones que sean comunes al conjunto de los trabajadores y no perjudiquen esencialmente al resto de la sociedad. La democracia abierta tiene que conciliar los intereses y aspiraciones de los diferentes poderes presentes en ella. El poder del trabajo –sus valores y sus dineros, que son ingentes colectivamente considerados–, es uno de ellos y no el menor. Si ese sindicalismo es capaz de construirlo libre y voluntariamente, estaríamos ante uno de los grandes poderes de la democracia.

Si se comenzase esta senda, sería el fin de la hipocresía y la aparición de la verdadera cara de la imposición autoritaria político-sindical de la llamada izquierda. Y mucho antes que después, será el punto final de su dominación en la España democrática. Pero, de momento, lo que nos hace falta es una gran tercera organización sindical de estas convicciones que rompa el monopolio de las actuales correas de transmisión del poder político de izquierdas

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