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Pedro de Tena

La campaña invisible

Si queremos visibilidad y transparencia, el cambio es urgente y necesario.

Cuando escribo estas líneas, las elecciones se están celebrando. No sabemos cuál será el resultado, ni cuáles serán las combinaciones posibles a la hora de formar un gobierno. Lo que sí sabemos ya es que España necesita unos cambios urgentes y profundos si quiere conservar el espíritu del 78 y consolidar una democracia al modo europeo. Uno de esos cambios es la visibilidad de los candidatos que votamos. En el régimen electoral actual, los candidatos, sus personas físicas, son invisibles. A ver, repitan conmigo: ¿quién es el candidato principal de su provincia por el Partido Popular? ¿Y por el PSOE? ¿Y por los demás partidos? A lo mejor alguien sabe algún nombre. Es posible. Si nos preguntamos cuál es el siguiente de la lista, apenas nadie lo sabrá. Del tercero en el orden de cada lista, ni hablamos. ¿Por qué? Porque se votan partidos, no candidatos personalmente considerados. Es un elemento más del circuito diabólico de la enferma democracia española: nuestros representantes, los dueños de sus escaños, puesto que no están ligados por mandato imperativo alguno, ni son elegidos libremente (listas cerradas y bloqueadas) ni son libres después para defender sus ideas y proyectos (voto disciplinario y mandato imperativo en la práctica). Lo único que existe objetivamente son los partidos y sus marcas.

Esta campaña electoral ha sido especialmente por cuanto sólo se ha atendido a los cabezas no de cada lista en cada circunscripción provincial, sino a los cabezas de partido, mejor dicho, a las cabezas supremas de cada partido. De hecho, hemos visto y oído a Mariano Rajoy, a Pedro Sánchez, a Albert Rivera, a Pablo Iglesias y, muchísimo menos, a Andrés Herzog y a Alberto Garzón, marginados impunemente de los debates a pesar de disponer de presencia parlamentaria sin que ninguna junta electoral haya abierto la boca. Es más, si se camina por las ciudades de España sólo aparecen banderolas y carteles con las caras de los máximos líderes de los partidos en liza, y sólo excepcionalmente los rostros de algún candidato provincial. Esto es, ¿qué estamos eligiendo realmente? Pues una marca personalizada en un líder y nada más. Un, dos, tres, responda otra vez: ¿yogur? Danone, ¿refresco? Coca Cola, ¿PP? Rajoy, ¿Podemos? Pablo Iglesias, etcétera. Condicionamiento publicitario por repetición inmisericorde. Pero, por poner un ejemplo, ¿sabe alguien los partidos y los personajes que van en la coalición oculta con el rostro de Iglesias? ¿Qué y a quiénes se está votando?

La única excepción en este uniformado y uniforme espectáculo electoral ha sido Susana Díaz, la vencedora de la campaña electoral más personalista de la democracia, donde todo ha quedado escondido tras las caras de los líderes. Es la única que ha logrado tener presencia electoral al lado, y tal vez en contra, de su líder nacional. Por eso es ya la ganadora de esta representación, pase lo que pase. Ejercicio de estilo. ¿Recuerdan el nombre de algún candidato andaluz que no sea el de Susana Díaz? Rajoy ha sepultado a Juanma Moreno bajo los escombros cosechados en las elecciones anteriores. Pablo Iglesias ha hecho desaparecer del mapa electoral a Teresa Rodríguez por parte de magia. ¿Dónde ha estado Juan Marín, el felpudo del PSOE andaluz? Evaporado en campaña por decisión de Albert Rivera y su temor al contagio de sus miasmas políticas. De IU, que no ha tenido candidato sano, y UPyD (¿quién es su secretario general en Andalucía?) ni hablamos.

Todos hemos sido invisibles: nosotros, los ciudadanos, los programas, los candidatos reales, que son 350 en el Congreso. Únanse los senadores. Decía Chesterton que los asesinos invisibles terminaban por hacer invisibles a sus víctimas. En estas elecciones cuatro candidatos visibles, todos ellos cómplices de un sistema peor que el de castas, han hecho invisible todo lo demás. Si queremos visibilidad y transparencia, el cambio es urgente y necesario. Dios me oiga.

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