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Pedro de Tena

La enfermedad mental del socialismo español

Griñán dice, ahora, que no hay partidos moralmente superiores a otros. Pero sólo un cuarto de hora más tarde ya le salía de los adentros lo que está en su cabeza de manera enfermiza: la derecha desprecia el sufrimiento social.

Del español y, seguramente, de todo socialismo que proceda de las fuentes marxistas u otras relacionadas. Viene esto a cuento de la afirmación del nuevo presidente andaluz en el Parlamento regional con motivo de su investidura como "heredero" de Manuel Chaves. Dijo Griñán, textualmente: "En un sistema de libertades como el nuestro, en un marco de observancia de los derechos fundamentales, no hay ideas políticas que te conviertan en moralmente superior a los demás, que te concedan el privilegio de no tener que justificarte por tus actos y menos aún en el caso del Gobierno, sometido permanentemente al control del Parlamento y de la opinión pública democrática". Con los matices que se quiera, la afirmación es adecuada. El problema es por qué el socialismo español, muy especialmente el nacido de Suresnes, ha sentido y sigue sintiendo esa "superioridad moral" sobre la derecha, el centro, el liberalismo e incluso sobre el anarquismo y el comunismo de diferentes pelajes a los que desprecia (Viñeta propia con ayuda de las caricaturas de Canalsú, Andalucía Imparable).

El mismo Griñán un poco antes ya había dicho por qué: "Define la estatura moral de una sociedad en la medida en que contribuye a proporcionar su apoyo a quienes han quedado excluidos, por razones de edad o de salud o cualquier otra circunstancia, de la actividad productiva". Es decir, quienes genéricamente pueden llamarse "los pobres". Y el silogismo nos viene ya hecho: "Es así que hay pobres. Es así que hay partidos que desprecian a los pobres o no se interesan por ellos y que hay otros cuyo punto de vista moral está en su bienestar. La estatura moral se define por la atención hacia los pobres, luego hay unos partidos más morales que otros, mejores que otros, superiores a otros". ¿Criticaba este razonamiento Pepe Griñán cuando sentaba la idea de que no hay unos partidos superiores moralmente a otros? ¿O era meramente piel de cordero sobre entrañas de lobo?

En efecto. No hay ninguna idea política que convierta a quien la defienda en moralmente superior. Argumentar esto nos llevaría más tiempo y cuidado, así que centrémonos en el socialismo patrio, cuyo sentimiento irrefrenable de superioridad le viene de lejos, de su recepción tanto del marxismo como del krausismo. El marxismo, ya se sabe, se creía en posesión de una verdad científica absoluta y de una comprehensión de la historia minuciosa. Desgraciadamente para sus partidarios, la historia se les ha venido encima. En cuanto al krausismo, filosofía menor desgajada del tronco idealista alemán, sólo hay que decir que se creyó en posesión de la esencia del "hombre nuevo", moralmente superior a los demás. Sanz del Río lo escribió así: "Para combatir el mal presente que seca por lo bajo las raíces y turba el goce sereno de la vida; cortemos resueltamente las ramas viejas del árbol, todo lo egoísta, todo lo exclusivo y antihumano, todo servilismo y dualismo moral; ahondemos hasta la raíz viva y sana, que nunca muere del todo en nuestra naturaleza, y levantemos sobre esta raíz con cultivo diligente y experimentado el hombre y la vida nueva". Esta es la raíz de la creencia, falsa, del socialismo español en la propia superioridad moral. Y luego hay una tercera fuente: la soberbia y la amoralidad de un grupo de dirigentes aupados por Suresnes que han recuperado la enseñanza maquiavélica y han situado el poder, como sea, en la cúspide de sus preferencias.

Ya nos gustaría que el socialismo español se curara alguna vez de esta enfermedad mental que es su supuesta superioridad moral, pero es imposible. No es sólo que sea crónica, que lo es. No es sólo que sea infecciosa, que lo es. No es sólo que sea grave, que lo es. Es que es congénita e incurable. La convicción en esta superioridad moral infundada e improbada es absolutamente necesaria para el desarrollo del proyecto socialista. Es preciso decir a los trabajadores que los adversarios son los representantes de los explotadores. Es normal susurrar a las mujeres que la derecha es machista e hipócrita. Es preciso inculcar a los estudiantes que el hedonismo es mejor que el esfuerzo que predica el sadismo liberal. Es preciso espetar a los débiles que la derechona es la expresión del egoísmo por antonomasia. Es preciso predicar a los intelectuales que lo que no es socialismo es basura. Es preciso murmurar al oído de los viejos que si ganan los otros se acabarán las pensiones, o las prestaciones sociales, o las ayudas.

Pero, ¿y los hechos? ¿No sería más razonable, honesto y cabal comprobar –vieja vía científica ésta de la prueba y el error–, los resultados de unos y otros gobiernos u opciones para determinar quién disminuye el dolor social y quién lo acentúa? Claro, pero los hechos, los descarnados y testarudos hechos, arrojan resultados incómodos. Históricamente, el socialismo real ha sido un desastre para la humanidad. Y el socialismo europeo o la socialdemocracia, cuando gobierna, no resuelve los problemas que denuncia y, a veces, los empeora. En España, fíjense en los datos actuales de paro, de temporalidad en el empleo, de precariedad laboral, de educación o de concesiones a los exclusivismos regionales. Quedémonos aquí. ¿No sería más razonable, más de sentido común, más lógico, comparar resultados concretos sin recurrir a esa patraña de la superioridad moral? ¿No sería más sensato reconocer que tan moral es la defensa de la libertad individual como la búsqueda de la utópica igualdad social, imposible cuando hay libertad y más imposible aún cuando no la hay? ¿Qué hay de mejor en un proyecto que hace a una sociedad dependiente de un partido y de su dirección ideológica? ¿Qué hay de peor en la senda que conduce a una sociedad de personas libres, críticas y autónomas de los recursos de un Estado al que impiden ejercer el control total?

Griñán dice, ahora, que no hay partidos moralmente superiores a otros. Pero sólo un cuarto de hora más tarde ya le salía de los adentros lo que está en su cabeza de manera enfermiza. Además de acusar de incoherencia al adversario, de doble vara de medir y demás, blandió el asunto por excelencia: la derecha desprecia el sufrimiento social. Lo dijo así, con variantes, pero lo dijo en el mismo debate de su investidura. Tomen nota de su respuesta a Javier Arenas: "Estamos hablando de muchas cosas, muy concretas, que sirven para dar una esperanza a las personas que están en desempleo, aunque usted no les dé ninguna esperanza ni ninguna ilusión, ni quiera firmar el acuerdo, porque lo único que quiere es enfrentarse al Gobierno y utilizar –como está utilizando– el desempleo como un arma política, en vez de buscar soluciones para el problema del paro". No es que Arenas tenga otras soluciones, otras propuestas, otros métodos de acabar con el paro, como demostró en su día con las cifras. No, no. Es que Arenas no quiere dar ilusión porque no acepta los planteamientos del PSOE y sólo usa el paro como arma política.

Lo dicho. Enfermedad mental. De la mente, claro.

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