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Pedro de Tena

La obsesión política y la felicidad

Se ha instaurado una obsesión por la política que es manifiestamente insana y destructiva de las conciencias y existencias.

Mi madre decía que no sabía si el dinero daba o no la felicidad porque no lo había tenido nunca y carecía de la experiencia vital para afirmarlo o negarlo. Lo que añadía, entre risas, era que no tener dinero, cuando menos un poco para vivir con dignidad, era seguro que no la daba. Desde hace tiempo, no sé cuánto, tal vez desde las Cortes de Cádiz, se ha instaurado en España una obsesión por la política que es manifiestamente insana y destructiva de las conciencias y existencias. Desde Blanco White y sus cartas de Juan Sin Tierra hasta Ortega, pasando por numerosas generaciones de españoles e incrementándose desde la inundación ideológica de los socialismos, la obsesión política parece indicar que muchos de nosotros consideramos que no hay felicidad fuera de la política o, lo que es aún más inquietante, que la política puede dar felicidad.

De hecho, se ha considerado paraíso al nunca comprobado estado posterior a la dictadura de un partido comunista, y hay miles de personas que creen que tal o cual marco político influirá decisivamente en su vida personal. Que la cada vez más desprestigiada Susana Díaz haya considerado "demoníaco" el pacto andaluz que la ha desalojado de un Gobierno en el que el PSOE ha estado instalado casi 40 años da una idea de la envergadura de la obcecación.

Personalmente, he sufrido, como muchos, la ofuscación de la política desde mi más obtusa juventud, motivo por el cual dejé a un lado muchos limpios caminos, filosofía y poesía entre los más queridos, que me procuraban inmensas satisfacciones por los descubrimientos que me deslumbraban y por las creaciones a que daban lugar. Cómo pude extraviarme de aquel modo sumiéndome en la injustificada creencia de la que la política podía mejorar al género humano me sorprende hoy mucho. Cualquier inventor, el de la fregona, pongamos por caso; no digamos nada de los creadores de Internet… Cualquier pensador, poeta, pintor, ingeniero, investigador científico, médico, empresario, maestro, vendedor… puede aportar más momentos de felicidad a su vida y a la de los demás que la política en tanto que tal. Por ello, la política debería ser sólo un breve paréntesis en la vida, si fuese menester ejercitarla, pero nunca un destino, una finalidad, una profesión.

Nuestro problema nacional, que contamina las agencias de noticias, los telediarios, las conversaciones y las broncas, es que padecemos la obsesión política, que, enredada en todos los demás territorios que conforman la vida personal de cada cual, nos hace olvidar que la política sólo ofrece, o puede ofrecer, un marco estable para la convivencia en paz, libertad y la máxima igualdad de oportunidades de partida, de modo que cada uno sea capaz de desarrollar sus capacidades y sus cualidades enriqueciendo a la sociedad con sus dones. Pero es esta tarea, la de hacer, la de crear, la de aportar, la de construir nuestra vida, la que puede proporcionarnos algo de lo que consideremos, es nuestro derecho y deber, felicidad.

Los españoles deberíamos renunciar a descalificarnos continua y sistemáticamente debido a nuestra infección del morbo político y asumir que no hay otro marco mejor, que se sepa, que una democracia bien constituida y gestionada, para que cada cual edifique su personalidad de la manera más libre y fecunda. Eso y que España es nuestra nación, gran nación, por cierto, que no merece desprecio sino verdad, toda ella y no sólo la que conviene, y respeto. Y ponernos a trabajar, a mejorar, a aprender, a imaginar…

Vale, sí, es un sueño. ¿Y qué? Déjenme un momento, que en Andalucía se ha encendido una luz.

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