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Pedro de Tena

Las mujeres y el número cuatro, con un Falcon y Galdós al fondo

Convierten lo de todos en bien privado con un desdén que produciría sarcasmos si no diese miedo. Haría falta un Galdós para trazar sus semblanzas.

Convierten lo de todos en bien privado con un desdén que produciría sarcasmos si no diese miedo. Haría falta un Galdós para trazar sus semblanzas.
@mrossalvador

Por esto de las cuatro mujeristas, que no feministas, del comunisteo gubernamental, y su viaje en nuestro Falcon a turistear en Nueva York con una agenda más vacía que la de un jubilado jugando a los bolos, se ha hecho visible, más que nunca, la relación del número cuatro con las mujeres. Es un curioso vínculo, en buena medida misterioso, que ha vuelto a revelarse preeminente en el caso de estas cuatro podemitas con su exhibición de descaro y mal uso del dinero público.

El número cuatro es un número complicado. En el Diccionario Enciclopédico Hispano Americano de Montaner y Simón su definición como adjetivo es "tres más uno", que ya es oscuro. Otros definen que es el número que precede al tres y antecede al cinco. También puede ser el doble de dos, su cuadrado, la raíz cuadrada de 16 y un sinfín de variantes más. Por ejemplo, 1000 menos 996. Pero ya es rizar el rizo. Quedémonos con que es un número digitalmente abarcable situado a medio camino entre los 10 de los Mandamientos y el Uno de Plotino.

Se dirá que hay casos en los que se destacan grupos de tres, o de cinco o de dos o de siete o más mujeres. Los hay. Por ejemplo, las tres Marías o las Tres Gracias. Las Dos mujeres de la Loren y la Magnani. Recuérdense las cinco mujeres de Adriano. Nueve son que habitan en La casa de Bernarda Alba. Siete mujeres de Lesbos presenta, como regalo, el Atrida Agamenón a Néstor, el conductor de carros (para seducir a Aquiles). Isabel Allende pudo ser una de las ocho atletas, ja,ja, que llevaran la antorcha de unos JJOO (fue un error, claro).

Incluso ha habido, recuerden, caravanas de mujeres, no sólo para ir al Far West en busca de parejas, sino de miles muy piadosas como las de santa Úrsula y sus vírgenes que relata Jacobo de la Vorágine en la Edad Media.

Pero vamos a las más famosas para nuestras generaciones. Fíjense, para empezar por lo más evidente y notorio, que eran cuatro las Mujercitas de Louisa May Alcott y cuatro han sido, más recientemente las chicas de Sexo en Nueva York. No, no, las cuatro mujeristas podemitas no, sino las de la serie de TV. Y cuatro, con la abuela Sofía, eran las divertidas Chicas de oro de la TV americana.

Por explorar algo del arte, cuatro fueron, esas sí, las brujas o mujeres desnudas de Alberto Durero (1550) y cuatro fueron al final las mujeres de Jacob que, aunque sólo quería una, aceptó el lote completo tras el sueño de la escalera. Y cuatro son las mujeres que en la historia del Arte han representado a las estaciones del año.

En el cine, ha habido muchas cuatro mujeres. La primera, española, de 1947, de Antonio del Amo, que en realidad eran las cuatro caras de una. En Dos hombres en Manhattan (1958), se trata de un desaparecido analizado por cuatro amantes. Hay muchas, no demasiado buenas y lamentablemente demasiadas españolas. Para hacernos una idea, se pasa de Confidencias de Mujer, de George Cukor, con cuatro mujeres(1962), a Cuatro mujeres y un destino,(1994). Por recordar algunas horriblemente malas, busquen en la Guía del Cine de Carlos Aguilar.

En la historia, el tema de las cuatro mujeres es reincidente. Los almorávides tuvieron ya claro que cuatro mujeres libres eran el número máximo de esposas que contempla el Corán y lo impusieron en su Al Andalus. Felipe II mostró a su hijo el retrato de cuatro mujeres, hijas del Archiduque semental Carlos de Estiria, para excitar su deseo fugitivo. Teodora, la esposa de Justiniano, era una de las cuatro mujeres de su pobre casa salvada por el partido de los azules de entonces, el suyo desde entonces. En La gran historia del feminismo, se menciona a cuatro atípicas en la historia de Israel: Tamar, la extranjera prostituta; Rahab, otra prostituta; Rut, la moabita, y Betsabé, la pecadora perdonada.

Pero más que por clasificaciones al uso, mejor agrupar a las emocionantes. Como a las cuatro hijas restantes de Bernarda Alba, que el asesinado poco a poco por el comunismo cubano, Reinaldo Arenas, retrata en El Cometa Halley. A veces, no es que sean cuatro sino que se agrupan de cuatro en cuatro. Por ejemplo, Carmen Alborch, cuando se refirió a las campeonas del adulterio en la literatura, reúne a Ana Karenina, Effi Briest, La Regenta y Madame Bovary. Todas se suicidan menos La Regenta de nuestro Leopoldo Alas, "Clarín", el compasivo, aunque, como todas, las pasa igualmente canutas.

A veces, cuatro mujeres son capaces de facilitar la creación de una. Véase Jane Austen. Y otras veces, cuatro mujeres, aparentemente desvalidas, son capaces de contribuir decisivamente a una rebelión. Fueron las del campo de exterminio de Auschwitz, cuatro judías del recinto que suministraron material explosivo al Sonderkommando en rebeldía que logró hacer temblar la moral de las SS. Pudieron ser seis, ocho, diez o quince, pero fueron cuatro. No hemos encontrado sus nombres.

Sin embargo, los nombres sí se han encontrado en circunstancias bien lejanas. Entre los aztecas, cuenta el mexicano Jacinto de la Serna en su Manual para ministros de indios aprobado en 1656 aunque conocido después, que en un mes (12º ó 13º) llamado Tepeilhuitl, se sacrificaban siempre cuatro mujeres que, cada año y forzosamente, tenían que llamarse "rosa de hierro", "la de las enaguas de red", "rosa del aire" y "la que no puede ser". Una vez sacrificadas "repartían la carne entre los demás, conforme a la calidad de cada uno", concluye.

Así podríamos rellenar líneas y líneas en una relación casi interminable. Manuel Barrios, en su Epitafio para un señorito, describe la escena de Salvadorito, en la "Venta de los Majarones", "haciendo de toro, con dos cuchillos de cocina por cornamenta, y cuatro mujeres dándole pases de todas las marcas: la excitación de aquellos cuerpos desnudos en las distintas posturas de los lances y, alguna vez, el rasguño; entonces el hilillo de sangre ponía el pulso destemplado...". Otra vez cuatro mujeres.

Hasta Mario Benedetti en un haiku escribe: "Los parlamentos/tienen cuatro mujeres/ por feminismo". Hasta el Marqués de Sade nos habló en Justine de cuatro clases de mujeres en sus festejos: la de la infancia, la de la juventud, la de la edad del juicio y la de la edad madura. Naturalmente, cómo no, hay sonetos (4) a cuatro mujeres. Razón: María Julia Alemán de Brand. "Oh mujer de mi sur, mujer pionera/con esta invocación, yo te saludo", empieza el primero.

Comprobada la oscura relación entre el cuatro y las mujeres, es preciso preguntarse por el enigma. Y ahí es donde entramos a don Benito Pérez Galdós. Una vez le pidieron que escribiera sobre la mujer española. Era para la publicación de la colección en dos tomos titulada Las españolas pintadas por los españoles, según la idea de Roberto Robert. Ya antes había colaborado en el segundo tomo de Los españoles de ogaño.

Curiosamente, el escritor renunció al propósito de "pintar" a la mujer española en general por considerar que no hay un arquetipo tal. Lo expresó así: "Ni yo tengo el tal objeto (llamarémosle así por ahora), ni deseo adquirirlo, a Dios gracias". Pero, para no reventar el propósito, Galdós acepta, y no acepta, como se ha dicho, el encargo y manda no uno, sino documentación con retintín y ficción fundada para cuatro tipos de mujer política directamente relacionados con sus esposos.

La primera es la mujer progresista que encarna en el personaje ficticio vinculado a un famoso marido: doña Baldomera Gutiérrez, esposa del "Ayacucho". Ella es tratada privilegiadamente por Galdós. De hecho, afirma que "mamó con la leche el amor a la libertad", sólo a la libertad política porque en la vida conyugal era de una honrada "docilidad". Nunca hicieron dinero con el poder y se mantuvieron firmes.

El segundo apunte es sobre doña Leopoldina de Manzanares, condesa de Vicálvaro, (Leopoldo se llamaba el general O´Donell), ya personajes de la burguesía enriquecida al amparo de la desamortización de Mendizábal y afanes, que no orígenes aristocráticos. De ella retrata que gustaba de gustar a todos pero que sobre todo le gustaba el dinero y lo francés.

El tercer boceto sobre la mujer política española se centra en doña Ramona de Loja, marquesa viuda de Arlabán, menos fácil de vincular a sugerencias biográficas. Por señalar digamos que Ramón de Narváez, el general, nació en Loja y luchó en Arlabán. "Fue bella… fué elegante…es muy inglesa" y las costumbres de su marido más se parecían a las del sultán de Joló que a las de otro soberano alguno".

Cierran sus Cuatro mujeres las notas sobre doña Cándida de La Rápita, la más antipática para Galdós, de la que poco dice, dejándola en una oscuridad espesa. Galdós anota de ella que era fea de solemnidad, que se burlaban de ella los niños en la calle, que era santurrona y devota aunque coqueta con el arroz pasado u de un pésimo carácter.

Volviendo ahora a las cuatro del Falcon, otra vez el cuatro, Irene, Isa, Ángela y Lidia, cabe preguntarse si sería posible elaborar un boceto, como el de Galdós, para tratar a estas cuatro mujeres tal vez subrayando la relación con sus parejas como hizo el gran canario. De las dos primeras ya sabemos las parejas, Pablo Iglesias y Juanma del Olmo. Averígüese todo y escríbase.

A la primera, la podríamos llamar Paula de Galapagar, condesa de Falcon. A la segunda, Colma de la Sierra, hermana de la Claridad. A las dos que restan habría que ponerles nombre cuando sepamos más de sus compañeros/as/es. De lo que no cabe ya duda alguna es que otra vez han sido cuatro las mujeres y que, en este caso, sí hay un factor común, un rasgo arquetípico de las mujeristas de la izquierda comunista: a todas les importa una higa el dinero público.

Lo que es misterioso, además de la relación de las mujeres con el número cuatro, es que estas "mujeres progresistas" se pasen el día hablando de lo "público" cuando, en el momento que tienen poder, convierten lo de todos en bien privado con una cara dura y un desdén por los españoles que produciría sarcasmos si no diesen tanto miedo. Haría falta un Galdós para trazar sus semblanzas.

Aún así, ya tienen un lugar en las historias de cuatro mujeres: Las caprichosas o las ministerias o las abusonas o las hipócritas o las farsantes o las mujeristas, que no feministas, del Falcon.

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