Tres asuntos decisivos que dificultan el deseo de dejar de indignarse un poco con el camino por el que se despeñan España y Europa. Uno, 27 años del asesinato de Gregorio Ordóñez y la deshonrosa entrevista con Kirmen Uribe, subrayada por Iñaki Arteta en un clamoroso artículo sobre lo que llama la "imbecilidad moral". Dos, aniversario del asesinato impune y desaparición de Marta del Castillo en 2009. Tres, Putin y su eficaz e histórica táctica del "divide y vencerás", cuyo éxito cizañero llega incluso a las relaciones de PP y Vox.
Que los demócratas del tiro en la nuca o la bomba lapa o la goma dos en hipermercados y aeropuertos –formas irrefutables de tolerancia y de respeto a los adversarios– estén ganando la batalla debe de estar revolviendo a Gregorio Ordóñez en su tumba. Es la victoria de los hechos consumados, ojo, que no son hechos como los demás, sino hechos concebidos para perdurar y dominar. Mata que algo queda, como ocurrió con la guerrilla en Colombia, con la metástasis de la dictadura cubana y el golpe venezolano metastásico y demás fabricantes de cadáveres, pobres y neosiervos.
Pero el asqueroso y cómplice silencio del escritor Uribe sobre el asesinato como método político es de lo más abyecto que se ha visto nunca. ¿A qué nivel de degeneración intelectual y moral ha llegado alguien que no sólo prefiere callar sobre mil asesinados, sino que ni siquiera tiene valor y vergüenza para defender lo que realmente piensa? Si crees que matar al adversario es una herramienta política necesaria (para los demás no, claro, sólo para ETA), incluso en una democracia liberal, ten cojones para decirlo y escribirlo. Pero no. Ahora no, porque ahora no mola, porque ahora se trata de escenificar la farsa de una ETA democrática y sin pasado. Da asco. Mientras, Gregorio Ordóñez y casi mil más, deshechos y consumados. Muertos.
Lo de Marta del Castillo supera todos los niveles de perversión y sevicia. Un Estado de Derecho medianamente eficaz no puede fracasar de un modo tan infame, humillado por unos niñatos de tres al cuarto pero capaces de matar, extrañamente muy bien asesorados por quienes les explicaron con detalle que sin cuerpo y con silencio no hay delito ni condena. Y sigue sin encontrarse el cuerpo de Marta, para desconsuelo de unos padres que están llegando al límite de lo que puede soportarse. Nadie se lleve las manos a la cabeza o a la letra de la ley si algún día su corazón revienta. Otra versión del imperio del hecho consumado.
Y finalmente lo de Putin, el ZarGB que ya anunció hace años, desde la guerra de Kosovo y el reconocimiento de dicho Estado, que Europa iba a probar su medicina de la desunión. Desde entonces, ha financiado al separatismo catalán a las claras, interviene en el germen del independentismo de regiones italianas, escinde Ucrania en regiones amigas y enemigas y pretende romper el matrimonio Europa-Estados Unidos.
La propia ficha del Gobierno sobre Rusia, que enumera hechos, acciones y sanciones, lo dice así: "A estas tensiones se han venido sumando otras entre la Federación Rusa y los países occidentales. Rusia ha sido acusada de desestabilizar Occidente a través de intervenciones en el ciberespacio (según Associated Press, desde 2014 habría intervenido en al menos 19 procesos electorales en Europa, incluyendo Alemania, Francia, Reino Unido y Montenegro). A ello se unen más recientes casos de posible desestabilización rusa en los últimos años: financiación oculta rusa a determinados partidos políticos europeos a lo largo de los últimos años". The New York Times explicó cómo apoyaba al separatismo catalán.
Pero va Pablo Casado y desliza, en pinza con Podemos, que Vox (un partido legal que acaba de ser considerado por el Tribunal Supremo un actor judicial no legitimado para recurrir el nombramiento político de la fiscal Dolores Delgado) es amigo de Putin, que ampara a la "extrema derecha europea". O sea. Y Vox apunta que entre el PP y China hay secretos. Putin sigue dividiendo. Los dioses (de Europa) deben de estar locos, tanto como el centro-derecha español, que, paso a paso, se aleja de la mayoría que conduce a la Moncloa y a un cambio esencial del rumbo de la nación. Este hecho aún no se ha consumado, por fortuna.
Mala semana para la dignidad, la justicia y la cordura.