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Pedro de Tena

Nuevas elecciones y nuevos candidatos

Hay una gran España cada vez más indignada que no tiene su Puerta del Sol para manifestar su desafecto.

Hay una gran España cada vez más indignada que no tiene su Puerta del Sol para manifestar su desafecto hacia una forma de ser y hacer en la política. Somos muchos millones, la inmensa mayoría, los que sentimos una indignación, y demasiadas veces un asco moral todavía refrenable, por lo que lleva ocurriendo en España casi una década sin que se observe un final decente y tranquilo para la nación más vieja de Europa. Toda la buena voluntad de la transición –que la hubo en casi todos sus protagonistas con excepción hecha de los separatistas entonces encubiertos bajo la fórmula de las nacionalidades, qué error– ha ido derivando hacia la restauración esperpéntica y ridícula de la España republicana, una España imaginaria donde parece que la Guerra Civil no existió pero que debe volver a existir de otra manera y con otros vencedores. Está claro que hay, o vuelve a haber, al menos, tres Españas. La marxista, que creíamos que había muerto con Felipe González y el eurocomunismo, pero que ha resurgido debido al predominio del espectáculo y la consigna icónica o el meme sobre la racionalidad. La no marxista, donde se refugian los conservadores, los liberales y los socialdemócratas, que aún no saben que están en el mismo bando de la gran política. Y la España, o Antiespaña, inventada, obsesiva y separatista, mucho más España de lo que sus mentores creen.

La reconciliación propuesta en la verdadera transición, no la primera ni la segunda sino en la única que ha habido, se basaba en el aprendizaje de los hechos históricos consumados. Tras el enfrentamiento encarnizado de esas tres Españas en una guerra cruel como sólo pueden serlo las civiles, sólo podía sobrevenir una dictadura. Vino la de Franco pero pudo venir la de un Partido Comunista a las órdenes de Stalin que ya empezó a liquidar a sus compañeros de viaje de la izquierda socialista, libertaria e incluso comunista (Andrés Nin, por ejemplo) y que hubiera laminado a los separatistas. Tras los casi 40 años de franquismo, la experiencia común condujo a la puesta en pie de un marco de convivencia donde pudieran tener cabida, moderadamente, todas las ideas y proyectos en una sociedad democrática, única sociedad que no extermina a los adversarios y que opta por cambios moderados y aceptables que tiene siempre presentes que con las cosas de comer y de convivir no se juega. Este espíritu, el de la tolerancia recíproca y el respeto, se está perdiendo a chorros ante el embate de quienes aspiran a imponer su dominio autoritario sobre todos los españoles y sobre el Derecho, por los medios que sean.  

Hace unos años la Puerta del Sol acogía desde la libertad a grupos de indignados disconformes, decían, con los malos usos y peores costumbres que habían desvirtuado lo que debería haber sido una democracia decente en España. Ahora, aquellos indignados comprueban amargamente que sólo fueron, una vez más, carne de cañón, bultitos, para las ambiciones de un vértice inquietante que sirve –Pablo Iglesias lo ha dicho– a los intereses internacionales e iberoamericanos del Irán teocrático, Venezuela de por medio, y que no tiene inconveniente en que las mujeres lleven pañuelo, tal vez velo, en su televisión o se asesine a homosexuales o a comunistas. Ah, los viejos tiempos del Sha. Lo único importante es llegar al poder como sea y de la mano de quien sea. Maquiavelo era un imberbe al lado de esta banda. Los socialistas, que creyeron haber abrazado una causa socialdemócrata y nacional desde 1982, se indignan con una dirección que vuelve a 1934, separatistas incluidos, desde la amnesia histórica impuesta por el afán de poder de su largo caballero, Pedro Sánchez. Conservadores de pelaje vario, liberales y otras combinaciones de demócratas están indignados por unos partidos que no representan adecuadamente la ejemplaridad y la firmeza exigibles a quienes tienen sobre sus hombros la responsabilidad de que la España de la transición y de la Europa civilizada no deje paso a nuevos bárbaros amorales. (Por cierto, no se ha escuchado ningún grito feminista indignado por las agresiones sexuales en Alemania y otros países, tal vez ahogados por los llantos pseudoparlamentarios de un bebé).

O sea, que somos millones los indignados los que no tenemos una Puerta del Sol para manifestarnos. No veo ya más oportunidad sino que se celebren unas nuevas elecciones con nuevos candidatos para tratar de poner las cosas en su sitio, dar paso a reformas esenciales de una democracia descarriada y cerrar el paso a minorías sin escrúpulos que no nos conciben como ciudadanos libres sino como bueyes para sus yugos. Estoy indignado, sí. Y se me nota.

En España

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