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Pedro de Tena

Otro éxito de Chaves

Otro libro más sobre el bueno de Manolo, o el feo o el malo de Manolo, obliga a personalizar en Manolo. No es justo para él, que no es de su envergadura. Y es bueno para el régimen que se esconde por los rincones.

Segundo libro de Francisco Rosell, el manijero de El Mundo de Andalucía, sobre Manuel Chaves. La pregunta es inmediata: ¿Merece Manuel Chaves otro libro más mientras por ejemplo Gaspar Zarrías, o Borbolla o algunos más de los relevantes constructores del régimen andaluz no tiene ninguno? Es más, ¿acaso Manuel Chaves va a ser ahora el responsable de esta faraónica construcción jurídico-político-social-universitaria-económica? Pues a veces las obsesiones, consolidadas en quasi fijaciones, pueden hacernos la mala pasada de hacer engrandecer la figura de un enemigo cuando tal lo que quisiera el autor de sus páginas es aniquilarlo. La obcecación tiene esas cosas, como el odio. Nos sume en las apariencias y nos arrebata las esencias.

Yo creo que Rosell tiene algunas razones para hacer que Chaves muerda el polvo del descrédito. Pero para un enemigo íntimo lo peor es el olvido, la negación pública del ser, su devolución al anonimato del que nunca debió salir de no haber sido por haberse dado encuentro en aquellas primeras clases de Derecho del Trabajo con los que iban a ser los líderes del PSOE español. Fíjense cómo es la cosa que el otro día, en una inauguración, una buena persona de derechas, es decir, no sectaria, con recta intención y ponderación de juicio, decía de Griñán: "Vaya diferencia con Chaves. Este se ve que es una persona preparada, con análisis propios, con cabeza amueblada y con ganas de dialogar más que de mandar". Bueno, bueno. Tampoco hay que pasarse. Griñán es todo eso, pero no se olvide, es del PSOE andaluz y eso, se sea como se sea, imprime carácter. Pero, vamos, a años luz de Chaves sí que está. Y sin embargo, don Griñán también es de familia de derecha franquista de toda la vida.

Está muy bien que nos enteremos en cuatro anécdotas y media más de cómo era la familia de Manuel Chaves, de su madre, doña África González, que en paz descanse, de la que recuerdan los Olivencia y mucha gente más, sus descensos por las lomas de Ceuta ataviada con el uniforme de la Sección Femenina. Muchos han, hemos sido, hijos de personas de derechas incluso extremas y sin embargo, nada de ello condicionó del todo nuestras decisiones juveniles. Chaves, la vida de Chaves, la vida de Manolo, tiene una importancia relativa en lo que ha ocurrido en Andalucía en los últimos 30 años.

Puede uno debatir hasta la extenuación si Chaves era tonto, cosa que yo no he creído nunca, si Chaves era un cabrito con tendencia a crecer desmesuradamente, que tampoco lo he creído. Puede uno incluso llegar a dudar de si Chaves es el responsable, como se pregunta Rosell, de todo el mecanismo de la corrupción que se ha merendado el "Andaluces levantaos" de 1977 en una generación. Pero eso es precisamente concederle a Chaves –al bueno, al malo, al cínico, al torpe, al pesado (hay quien ha llegado a decir "anda que eres más coñazo que un discurso de Manolo Chaves"), ya se sabe, cosas del Guerra y su guasa Theatre–, que es alguien que se ha elevado biográficamente sobre la estructura socialista del régimen. No.

Chaves no es el inventor del régimen. Chaves no tiene en la cabeza la arquitectura del régimen. No tiene en el corazón la maldad del régimen. Sólo hay que ver una foto de Antoñita, su esposa y asimismo hija de militar franquista de alto rango, leyendo la Biblia con el padre Ángel de Mensajeros por la Paz, que se hace fotos con el diablo para conseguir fondos para los inocentes, para darse cuenta de que Manuel Chaves no es más que la cara útil del régimen en un momento determinado: primero en la UGT, para controlar a Redondo y al clan vizcaíno, pata negra del socialismo vasco de la margen izquierda; luego para controlar a Borbolla y a Guerra en defensa de su líder personal, Felipe, su amigo de verdad y al que admira desde siempre, y finalmente, para defensa de los intereses del grupo de Felipe –que eso sí lo ve Rosell–, cuando decide irse a Madrid a trampear a Zapatero antes de que lo que queda de España sea también lo último que quede del PSOE de Suresnes.

Pero no ha sido Chaves el maligno. Es que Chaves no "es" sino que "representa". El régimen andaluz, extremeño, castellano-manchego, en parte el del socialismo catalán, gallego y otros, fue el régimen, el mismo, que Felipe y Guerra soñaron para España cuando, en vez de atizarse pesadillas, soñaban juntos. Chaves no está a la altura de la categoría ni la ha reclamado jamás. No tiene la soberbia de Griñán, por ejemplo. Ha hecho lo que esperaban que hiciera para que lo siguieran queriendo aquéllos que él quiere que le quieran. No inventa nada, no crea nada. Lo perpetúa todo y sin ruido, con ese motorista de Franco que en el Sur tenía cara de Gaspar Zarrías o Luis Pizarro, según el ámbito.

Experimentum crucis: ¿Cómo es que desde 1990 hasta 2008 nadie sabía nada ni contaba nada de la gran familia de Manuel Chaves en la Junta ni de otras muchas "fraternidades" sureñas? ¿Quién sabía antes de las publicaciones de la Tela de Araña en Libertad Digital, la fraternidad chavista, la zarrillista, la pizarrista y todas esas fraternidades nepotistas que ahora ya se conocen? Nadie. Muy pocos. Sólo los sigilosos comentarios del régimen, de dentro del régimen, esbozaban algunos hilos de la tela de esta araña.

Pero si vamos de las apariencias a las esencias, lo fundamental es el régimen, no las personalidades aderezadas para la ocasión. Ese proyecto de paternalismo estatal jacobino –con sus coincidencias asombrosas con el islamismo–, centralismo, universalismo y caridad, sin manantiales serenos con aspiración a estar en todo, tenerlo todo, mandarlo todo y dirigirlo todo. El régimen sigue ahora en Andalucía y en los demás sitios. Y seguirá estando, porque no es cosa de Chaves. Es cosa de un partido, es el sueño monstruoso de un socialismo enfermo para el que la democracia no es más que un eslogan de campaña electoral, la libertad un capricho innecesario y la justicia, un cachondeo. ¿Y Dios o Alá? Un buen instrumento si es compañero de viaje. Por eso, otro libro más sobre el bueno de Manolo, o el feo o el malo de Manolo, obliga a personalizar en Manolo, el bueno, el feo o el malo, lo que es del régimen. No es justo para Manolo, que no es de su envergadura. Y es bueno para el régimen que se esconde por los rincones.

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