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Pedro de Tena

Yo sí soy tonto

Cerremos el paso para siempre a los frívolos, que se están volviendo a adueñar del cotarro democrático.

Hay quien remonta a Salomón y el Eclesiastés la sentencia Stultorum infinitus est numerus, que luego parafrasea un salmo diciendo que los tontos rodean como avispas. De tontos siempre hablan los listos. Incluso Ortega tiene algunas reflexiones sobre los tontos. De hecho, quería se escribiera un ensayo sobre ellos. "El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho mas funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás", decía el inmisericorde don José, que, en una nota relativa a este texto de La rebelión de las masas, ya se preguntó abiertamente:

¿Cómo es posible, sin embargo, que no se haya intentado nunca –me parece– un estudio sobre ella, un ensayo sobre la tontería?

Viene esto a cuento porque las cosas que pasan en España, mejor dicho, las que llevan pasando desde la transición, nos están dejando a algunos cara de tonto, cara que se me ponía, según mi madre, cuando se me cogía en algún renuncio o mentirijilla.

No tengo inconveniente alguno en reconocer que yo debo de ser uno de esos tontos, seguramente poco útil ya, que peleó fiera pero desinformadamente, cárcel incluida, contra el franquismo y su régimen por considerar que toda dictadura es mala para los ciudadanos y por tratar de equilibrar el nivel de vida de los españoles. Luego la batalla la centré en los valores de la democracia, escandalizado como estaba por la sustracción sistemática de dinero público organizada por algunos partidos –con su posterior desvío a arcas propias o de particulares afines– y por la mentira como sistema, dede el Otan no, pero sí hasta los GAL. Y finalmente, para resumir, he sufrido la decepción de la justicia, de las instituciones en su conjunto y de tantas cosas más; es todo el edificio democrático lo que se nos ha venido encima, poniendo en duda nuestra valoración inicial de los beneficios de la transición.

Yo, como egregio tonto, creí que podríamos mejorar y sacrifiqué no pocas cosas por ello. Fíjense si es frondosa mi tontería que ni siquiera se apoyaba en fe trascendente alguna, que me guareciera del chaparrón de las desilusiones concretas. Por eso el poder, el dinero, las oportunidades de las que los listos se han atiborrado han pasado por mi puerta sin llamar. No me arrepiento, pero ahora sé que eso se debe, entre otras cosas, a que soy un tonto de época.

Julián Marías, en una preciosa obrita sobre la Guerra Civil, resume en una palabra lo que condujo a ella: la frivolidad de políticos, casi sin excepciones, periodistas, intelectuales, eclesiásticos, banqueros, empresarios, dirigentes sindicales, que jugaron con las materias más graves sin sentido alguno de la responsabilidad, sin preservar las reglas de la democracia ni las de la realidad, sin tener la más mínima sensibilidad respecto a la existencia de los otros como parte de la Nación. 

Esa legión de tontos –consuela no ser el único, aunque sirve de poco– que somos la mayoría de los españoles, que pagamos la democracia pero que no la dirigimos ni la controlamos, observa cómo poco a poco se han ido abriendo paso nuevamente los frívolos, esos que mienten sistemáticamente, sobre todo para preservar o acrecentar sus poderes e imponerlos a los demás, jugando con las cosas de comer, pongamos por caso, España como nación, si antes mala madre en ruinas, hoy, a pesar de todo, camisa blanca de la esperanza.

Así, que dado que un frívolo es alguien infinitamente peor que un tonto, lo siento, señor Ortega: tontos de todas las comunidades de España, cerremos el paso para siempre a los frívolos, que se están volviendo a adueñar del cotarro democrático. Amén.

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