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Pedro Fernández Barbadillo

¿Adónde fue el dinero de los sobornos británicos?

Se vuelve a repetir que Churchill aprobó que se sobornase a un grupo de generales españoles y a Nicolás Franco para impedir que España se uniese al Eje.

Se vuelve a repetir que Churchill aprobó que se sobornase a un grupo de generales españoles y a Nicolás Franco para impedir que España se uniese al Eje.

Una de las armas tradicionales del arsenal británico es el oro. Durante su imperio, los ingleses lo repartieron con generosidad. Ahora se vuelve a repetir que el primer ministro Winston Churchill aprobó que se sobornase a un grupo de generales españoles y a Nicolás Franco para impedir que España se uniese al Eje. La misma política se empleó en Irak. Los italianos también recurrieron a los sobornos para asegurarse una invasión de Grecia pacífica y victoriosa, pero los ministros y generales griegos se guardaron su oro y combatieron.

El ABC, que ya había publicado un reportaje sobre este asunto en 1997, sacó otro a finales de mayo ampliando los escasos detalles con el título de "El soborno británico a España que cambió la historia mundial". Según la documentación desclasificada, Churchill aprobó el pago de 20 millones de dólares (unos 331 millones al cambio actual) para sobornos que se fueron librando por periodos de seis meses hasta finales de 1942. Nicolás Franco y los generales Varela y Aranda eran los que más cobraban (dos millones de dólares cada uno), seguidos de Eduardo González Gallarza y Alfredo Kindelán (un millón cada uno); se asegura que también recibieron dinero Gonzalo Queipo de Llano, Luis Orgaz y José Asensio, aunque no se cita cuánto.

Los comisionistas fueron el oficial de la Armada británica Allan Hillgarth, cónsul en Mallorca durante la guerra civil y posteriormente agregado naval de la embajada de su país en Madrid, donde se mezcló con los conspiradores antifranquistas, y el financiero mallorquín Juan March. Éste propuso que el dinero se ingresara en un banco suizo de Ginebra y después se traspasase a una sucursal en Nueva York. Las cantidades se transfirieron a cuentas separadas conjuntas bajo los nombres de March y los beneficiarios. Éstos aceptaron cobrar la mitad al principio de cada periodo de seis meses y el resto al final. Sólo una cuarta parte sería en pesetas, para no levantar sospechas.

Es cierto que la embajada británica en los primeros años de la guerra animó a los monárquicos que querían la restauración inmediata de la monarquía, y también que personalidades descontentas, desde el carlista Fal Conde a los pensadores tradicionalistas como Eugenio Vegas Latapie y Pedro Sáinz Rodríguez, conspiraban contra Franco, muchas veces movidos por "el resentimiento", como escribe Ricardo de la Cierva.

Hay que señalar que mientras la embajada británica animaba las conspiraciones, su Gobierno firmaba tratados con el de Franco. En marzo de 1940 se anunció un acuerdo comercial por el que Londres concedía a Madrid un crédito de 18 millones de libras amortizable en diez años a un 4% de interés.

Generales que murieron pobres

Pocos más datos existen sobre estos supuestos sobornos. Lo sorprendente es que la mayoría de los generales señalados vivió y murió de forma modesta, a diferencia de sus rivales del bando republicano, como los socialistas Indalecio Prieto y Juan Negrín, que nadaron en oro en el exilio. Si acudimos a las testamentarías que dejaron esos militares, los dólares y las libras, y las propiedades que pudieran haber comprado con ellos, no aparecen. Una de las excepciones es Varela, que había casado con Casilda Ampuero Gandía, miembro de una acaudalada familia vasca; otra, el general González Gallarza, rico por su familia.

Uno de los correligionarios del general Aranda que compartía sus sueños monárquicos, el doctor Ángel Maestro, le conoció en sus últimos años de vida. El principal acto conspirativo del militar en los años 60, antes de que Franco escogiese como su sucesor a título de rey al infante Juan Carlos de Borbón, eran unas misas en la iglesia de la Paloma patrocinadas por los Reales Tercios de San Juan Bautista que él encabezaba y que se financiaban con las cuotas de sus miembros, entre los que no había ningún título de Castilla ni grandeza de España. Maestro recuerda haber visto en esas misas a Aranda vestido con modestia y en zapatillas debido a unos problemas médicos en los pies.

En la última entrevista que se le hizo (ABC, julio de 1976), Aranda aparecía viviendo en un piso modesto para el receptor de dos millones de dólares de los años 40, haciendo una vida solitaria de anciano sordo.

El nieto del general Alfredo Kindelán replicó con una carta al director (ABC, 27-V-2013) al reportaje publicado en ABC:

Si mi abuelo, a quien conocí bien, hubiese cobrado esa cantidad en los años 40, no habría muerto pobre en 1961. (…) Mi abuelo era un militar de la vieja escuela, que valoraba su honor por encima de su propia vida, y que nunca dio la menor importancia al dinero. Por otra parte, si mi abuelo no recibió soborno alguno, sería interesante saber dónde está el dinero, que según alega el articulista desembolsaron los servicios secretos ingleses para "cambiar el curso de la Historia" (¿!). Como heredero, y no teniendo el mismo desprendimiento hacia el dinero que mi abuelo, estoy dispuesto a compartir la parte del botín que me toque con el que consiga encontrarlo. Pero mucho me temo que esas gestiones no prosperarán. Quien sea que se llenó los bolsillos a costa del honor de mi abuelo, seguro que puso el dinero a buen recaudo.

¿Y si el oro se lo quedó alguien?

Ultano Kindelán señala una pista que los historiadores y periodistas volcados en la memoria histórica podrían seguir: dado que hay documentos británicos de los que se deduce que se tomó la decisión de mandar libras esterlinas y dólares a unos generales españoles, pero los descendientes de éstos niegan que los hubiesen recibido, quizás el dinero, de haberse abonado (lo que no se sabe con seguridad), se lo quedasen los agentes a sueldo de Su Graciosa Majestad. En estos juegos de espías nada es lo que parece: los alemanes pagaron a Elyasa Bazna, espía en la embajada británica en Ankara, con libras falsas y el PNV delató a sus camaradas de la guerra a la CIA.

Según algunos historiadores, Hillgarth era quien desembolsaba los sobornos. Por otro lado, así definía a Juan March la periodista María Dolors Genovès (La Vanguardia, 8-X-2003), autora de una biografía sobre él:

Vendía armas a las cábilas rifeñas, controlaba las redes de contrabando desde Marruecos y Argelia hasta Mallorca, intentó con éxito sobornar a diputados y ministros de Alfonso XIII y de Primo de Rivera, logró a dedo el monopolio de tabaco de Ceuta y Melilla, suministraba combustible a los submarinos alemanes y después denunciaba su ubicación a los ingleses, fue encarcelado por la República y huyó con su carcelero en coche, subvencionó partidos de izquierda y financió la sublevación franquista, medió en los millonarios pagos de los aliados a los generales franquistas para que España no entrara en la Segunda Guerra Mundial, dio, con ayuda británica, el gran pelotazo de la Barcelona Traction...

Pese a todo lo anterior, no se le pudo probar ninguna conducta delictiva, salvo la fuga de la cárcel.

¿Habrían sido capaces Hillgarth y March de engañar al Gobierno británico y quedarse con el dinero, de haber existido?

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