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Pedro Fernández Barbadillo

La victoria de Casado y la debilidad de la prensa

Tanto Casado como Sánchez han triunfado a pesar de tener en contra a la cúpula de sus partidos y a los medios de comunicación progres tradicionales.

Tanto Casado como Sánchez han triunfado a pesar de tener en contra a la cúpula de sus partidos y a los medios de comunicación progres tradicionales.
El nuevo presidente del PP, Pablo Casado, se abraza con su rival, Soraya Sáenz de Santamaría. | EFE

En varios países de Europa y América, los pueblos se han hartado de los viejos partidos y por eso surgen nuevas formaciones y nuevos líderes. La lista de partidos desaparecidos o reducidos a la irrelevancia es ya muy larga y algunas veces la hemos dado aquí. A España también está llegando este movimiento político, con el retraso en la penetración de las novedades europeas que desde hace más de un siglo nos caracteriza. De ahí el nacimiento de Podemos, de Ciudadanos y de Vox.

Pero no sólo en la política está muriendo lo viejo y naciendo lo nuevo. Los medios de comunicación, tan imbricados con los partidos hasta el punto de que ambos grupos se reparten el Estado amigablemente, también están cayendo.

La victoria de Pablo Casado sigue la línea de la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE de hace un año. Tanto Casado como Sánchez han triunfado a pesar de tener en contra a la cúpula de su partido respectivo y, además, a la mayor parte de los medios de comunicación ‘tradicionales’, ‘respetables’ o ‘subvencionados’. Algunos ‘creadores de opinión’ han colado a sus cada vez más escasos lectores una descarada publicidad apenas disfrazada de información.

La mayor derrota es para El País, que en cada una de las primarias apostó por candidatos (candidatas, ya que estamos con la tabarra del sexo) perdedores. Ni las apelaciones de los editorialistas y columnistas de El País a que Susana Díaz y Soraya Sáenz de Santamaría permitían al PSOE y al PP respectivamente asentarse en el centro y captar votantes sin identidad ni sus advertencias sobre los peligros de un radicalismo letal persuadieron a los participantes en las primarias.

En diez años, El País ha pasado de vender más de 400.000 ejemplares diarios a quedarse en la quinta parte. Pero el daño no se limita a su cuenta de resultados, sino que se extiende a algo tan inmaterial como su influencia. Al todopoderoso periódico, cuyas campañas temían desde ministros a directores de banco, le desobedecen las abuelas que en las sedes de los partidos se arrojan a besar al más guapo de los candidatos.

En parecido descrédito han caído las empresas de encuestas, a las que uno se pregunta por qué los medios de comunicación siguen encargando trabajos, a no ser que hay un interés por parte de todos los que están sentados a la mesa de que el juego siga. Una de estas encuestas, elaborada por IMOP daban a Sáenz de Santamaría como ganadora en la primera vuelta de las primarias con una ventaja de 23 puntos sobre Casado que en la realidad fue inferior a tres. Otra, de Sigma Dos, aseguraba que la ex vicepresidenta era la favorita de los votantes del PP por un 60%.

La irrupción de Vox, a pesar del ninguneo de esa ‘prensa de calidad’ y de las encuestas, es una prueba más del menguante crédito que está erosionando el sistema de comunicación vigente.

La última lección que podemos sacar de las primarias del PP se refiere al agotamiento de la hegemonía progre y a la rebelión de la base contra las elites. Ni las indicaciones hechas por Mariano Rajoy, ni las alabanzas pronunciadas por José Luis Rodríguez Zapatero ni el feminismo impostado han servido a Sáenz de Santamaría. ¿Se han vuelto invulnerables los escasísimos militantes del PP (sólo votaron en la primera vuelta 58.000; menos del 40% de los que lo hicieron en las primarias del PSOE) a la hegemonía del Imperio Progre que les dice qué ideas son las correctas y a las recomendaciones de la casta funcionarial que ha controlado el partido?

Ya que estamos en un tiempo nuevo, cabe preguntarse si Casado romperá también la tradición del PP de Rajoy de engañar a sus votantes con promesas que olvida una vez en el poder.

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