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Pedro Fernández Barbadillo

Los profesores de ETA en Colombia

Pablo Escobar, contrató al etarra Miguel o Miguelito, para adiestrar a sus sicarios en la fabricación de coches bomba.

Uno de los tópicos sobre ETA, difundido sobre todo por los ‘enterados’ de Madrid, es que se trataba de aldeanos brutotes y de lumpen urbano, incapaz de salir de los caseríos y del bar salvo para matar.

Sin embargo, ETA, como tantos grupos terroristas, disponía de un aparato internacional que durante muchos años fue más hábil y diestro que el cuerpo diplomático español. Los etarras fueron capaces de construir estructuras de financiación y propaganda en Bélgica, Venezuela, Portugal o Uruguay, mientras los embajadores españoles iban de un cóctel a una recepción.

En ocasiones, los etarras se asociaron con otros grupos terroristas revolucionarios; en otras contaron con la cobertura de Gobiernos progresistas o no alineados, como Argelia, Cuba, la Nicaragua sandinista y la Venezuela bolivariana; y, por último, colaboraron con ellos la red de euskal-etxeak controlada por el PNV, del que es ejemplo, tal como cuenta Javier Rupérez, lo que ocurrió en Estados Unidos durante el Plan Ibarretxe (antecedente del derecho a decidir elaborado por los separatistas catalanes).

El pasado martes 27 de septiembre, ETA, que no ha entregado su arsenal y sigue dominando las calles vascas, como demostró en el ataque a un mitin de VOX, celebró el acuerdo entre el Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos y la narco-guerrilla de las FARC y lo propuso como modelo a los Gobiernos español y francés. Ese comunicado se debe no sólo al funcionamiento de la diplomacia de los terroristas, sino, también, a la larga presencia etarra en Colombia.

Coches-bomba para Escobar

En 1988, el cártel de Medellín comenzó una cruel campaña de carros-bomba en la que murieron cientos de personas durante los tres años siguientes. Los narcos atacaron oficinas de los partidos liberal y conservador, los periódicos El Espectador y Vanguardia Liberal y hasta la sede de los servicios de información. El origen se encuentra en un etarra desconocido, apodado Miguel o Miguelito, al que contrató Pablo Escobar, el jefe del cártel, para adiestrar a sus sicarios en la fabricación de semejantes artefactos. Las fuentes que corroboran ese contrato son otro sicario de Escobar, John Jairo Velasquez (alias Popeye), y los servicios de inteligencia de España y EEUU.

Según cuenta uno de los mayores expertos en ETA, el periodista Florencio Domínguez, la vía entre Escobar y el etarra fue otro miembro del cártel, Jorge Luis Ochoa, que estuvo encarcelado en España entre 1984 y 1986, donde coincidió en las prisiones de Carabanchel y Alcalá con docenas de terroristas. La contraprestación abonada por Escobar a cambio de las clases del etarra se calcula en 300.000 dólares de 1988.

Igual que se desconoce todavía la identidad del terrorista español, también se desconoce si ese dinero fue para ETA o para el profesor, que pudo actuar por encargo de la banda o por su cuenta. Jairo insinúa en sus memorias que Escobar añadió a la plata el plomo tradicional que tanto circula por Hispanoamérica desde su independencia. Así no quedan testigos.

La fabricación de morteros

Por otro lado, miembros de ETA y las FARC coincidieron en la década de los años 80 del siglo XX en la Nicaragua de Daniel Ortega, aliado de los Castro y entonces admirado por los socialistas españoles. En los años 90 (Florencio Domínguez, en Las conexiones de ETA en América), "se estableció una relación regular entre ETA y las FARC, así como con el ELN. En el desarrollo de esos contactos tiene una importancia fundamental Cuba. La isla caribeña fue el escenario de las primeras relaciones acreditadas documentalmente, aprovechando la presencia de un grupo de etarras que residía en ella de forma permanente". Y en Cuba, bajo la mirada satisfecha de los Castro, se han desarrollado las conversaciones entre Santos y las FARC.

Entre las aportaciones de ETA a las FARC está "la fabricación de morteros artesanales capaces de disparar proyectiles a largas distancias". Los narco-guerrilleros los usaban para matar a policías, militares y campesinos refugiados en cuarteles y edificios, y para derribar helicópteros. En Colombia recibieron el nombre de ‘hechizo’. El intercambio de inteligencia entre ambas bandas de terroristas de izquierdas también tenía nombre: Operación Gabardina.

En 2003, los etarras usaron esa técnica, que habían probado en las comarcas de Colombia y Venezuela bajo dominio de las FARC, para atacar con un mortero, capaz de disparar proyectiles de 40 kilos de peso, el cuartel militar de Ainzoain, en las afueras de Pamplona.

¿Ha pagado las FARC a ETA estos servicios con droga? Es algo que todavía no está demostrado, aunque el periodista Roberto Saviano asegura que existe una relación comercial entre ambas bandas, aparte de la ideológica y la militar: ETA compra cocaína a las FARC y luego la distribuye en España. Pero sí es un hecho que a un comando detenido por la Ertzaintza en 2010 en Ondárroa (Vizcaya) se le encontraron varias dosis de cocaína preparadas para la venta.

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